El próximo 9 de enero se cumplirá el centenario del nacimiento del beato Josemaría Escrivá, Fundador del Opus Dei, quien falleció en Roma el 26 de junio de 1975, al poco tiempo de su paso por Guatemala. Fue beatificado el 17 de mayo de 1992 y con fecha 20 de diciembre, el Papa Juan Pablo II aprobó el Decreto sobre un milagro por intercesión suya: la curación de un médico que padecía una seria enfermedad crónica. Esa curación milagrosa, además de grata noticia, es un nuevo paso de cara a su canonización.
Mi propósito con este artículo es intentar presentar una síntesis del mensaje espiritual del beato Josemaría, quien -como todos los grandes fundadores- ha sido un instrumento elegido por Dios para recordar verdades presentes en el Evangelio.
Entre esas verdades ocupa un lugar de primordial importancia: la llamada universal a la santidad. El núcleo de esta doctrina es que todos los fieles cristianos están llamados a luchar por alcanzar la plenitud de vida cristiana, cada uno en el camino en el que Dios lo ha llamado. Lo original de Mons. Escrivá ha sido que al dirigirse a los cristianos corrientes les ha hecho ver que la santidad la deben encontrar en el trabajo profesional ordinario -intelectual o manual- y en el cumplimiento de sus obligaciones como cristianos que están en medio del mundo. Indudablemente hay muchos caminos humanos honestos que conducen a Dios, y, con palabras suyas, se puede decir que: se han abierto los caminos divinos de la tierra.
Resulta así que su mensaje tiene mucho que ver con el trabajo humano, pero no únicamente en su dignidad natural, sino recordando que Dios creó al hombre para que trabajara, como se lee en el Génesis, y que Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, predicó con su ejemplo y con su palabra, que el trabajo debe ser un medio de unión con Dios. El beato Josemaría -fiel al carisma recibido de Dios- repetía: “santificar el trabajo, santificarse en el trabajo y santificar a los demás con el trabajo”.
Como consecuencia de lo anterior, en su mensaje late un amor apasionado al mundo, porque ha salido bueno de las manos de Dios y porque la misión de los cristianos es: poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas. Entendiendo por “cumbre” cualquier ocupación, de tipo intelectual o manual, realizada con amor a Dios y con el mejor empeño posible.
El beato Josemaría pasará a la historia como el apóstol de la unidad de vida. El cristiano, insistía, no puede llevar una doble vida en la que lo espiritual, por una parte, y lo terreno por otra, vayan por caminos diferentes, sin encontrarse nunca. Vienen muy bien a este respecto unas palabras suyas, pronunciadas en una homilía de Navidad: “No hay tarea humana que no sea santificable, motivo para la propia santificación y ocasión para colaborar con Dios en la santificación de los que nos rodean (...). Trabajar así es oración. Estudiar así es oración. Investigar así es oración. No saldremos nunca de lo mismo: todo es oración, todo puede y debe llevarnos a Dios, alimentar ese trato continuo con Él, de la mañana a la noche. Todo trabajo honrado puede ser oración; y todo trabajo, que es oración, es apostolado. De este modo, el alma se enrecia en una unidad de vida sencilla y fuerte”. (Es Cristo que pasa, n. 10).
Finalmente no puedo dejar de mencionar el apasionado amor del beato Josemaría por la Iglesia y el Papa y la Jerarquía católica. Cuando era sacerdote joven escribió: “Cristo. María. El Papa. ¿No acabamos de indicar en tres palabras, los amores que compendian toda la fe católica?” A la que añadía otra aspiración suya: “todos -que ni una alma se pierda- con Pedro, a Jesús, por María”.
Ponderando en lo que significa para la Iglesia y para el mundo la vida y el mensaje del beato Josemaría y teniendo como lectura paralela la Novo millenio ineunte, de Juan Pablo II, considero que un buen modo de poner en práctica esa Carta Apostólica, de cara a la nueva Evangelización, es calar hondo en la vida y en los escritos del fundador del Opus Dei.