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Aquel joven sacerdote español estaba atónito. Desde aquella fría noche de invierno hace diez años, cuando vio unas huellas de pies descalzos en la nieve despertaron en él una inquietud, había tenido una intuición de que Dios tenía un plan especial para él. Rezaba… "Señor, que vea". Esas corazonadas, como él las llamaba, continuaron durante años; le hablaban de algo grande, algo misterioso, algo relacionado con el amor de Dios. Hasta la mañana del 2 de octubre de 1928, cuando las corazonadas divinas cobraron una claridad sorprendente y Josemaría vio por fin el mensaje y la misión que pasarían a ser el motivo de su existencia.


Estas crisis mundiales son crisis de santos. Dios quiere un puñado de hombres «suyos» en cada actividad.
San Josemaría. Camino, n. 301

Josemaría, el joven sacerdote de 26 años no tenía dinero y su red de contactos era inexistente. Pero tenía su ingenio, buen sentido del humor y la gracia de Dios para iniciar una revolución espiritual. Ésta era la luz que había visto: Dios es un Padre amoroso que llama a cada persona a vivir como su Hijo amado y a transformar el mundo desde dentro, a través del trabajo profesional, la amistad y la vida ordinaria. La Obra de Dios -en latín, Opus Dei- o simplemente, "La Obra", como le llamaban cariñosamente Josemaría y sus amigos.

Era una idea radical, de la misma manera en que también lo es el Evangelio: "Tan antiguo como el Evangelio y como el Evangelio siempre nuevo". Jesús, el Hijo encarnado de Dios, era carpintero. Pedro y Juan eran pescadores. Mateo era recaudador de impuestos. Lidia era comerciante. Marta era el equivalente del siglo I a una experta en hospitalidad. Josemaría vio que al igual que los primeros cristianos que siguieron a Cristo en medio del paganismo del Imperio Romano, nuestro trabajo cotidiano es el espacio donde podemos co-crear con Dios y llevar su lógica de amor y servicio al mundo y a quienes nos rodean. Y al ofrecer nuestro día a Dios a través de la Misa, podemos co-redimir con Cristo en la Cruz, convertir nuestro trabajo y descanso en oración, y hacer que cada momento aquí en la tierra tenga vibración de eternidad.