San Josemaría resumiría el Opus Dei diciendo que se fundamenta en la realidad de ser hijos de Dios; centrados y arraigados en la Eucaristía; y vivido a través del trabajo. Son como los tres genes que componen su ADN espiritual y hacen posible vivir, no en blanco y negro, sino en una explosión tridimensional de color. Ver el mundo y tu lugar en él… a través de los ojos de Dios. En lugar de un monólogo, la vida se convierte en un diálogo, y esta conversación continua con Dios da unidad a nuestra vida y se desborda en nuestras amistades con los demás.
¿Quién entendería tal mensaje? ¿Quién conectaría con la misión de vivirlo y difundirlo? El joven Josemaría comenzó a buscar a su alrededor, tratando de encontrar a otros con quien pudiera compartir este mensaje divino y captar la llama. Obreros, sacerdotes diocesanos, empleados, artistas, maestros y contadores, personas enfermas, estudiantes universitarios... Don Josemaría habló con todos. Al final, quienes conectaron más fueron los estudiantes universitarios: jóvenes, idealistas, quizás ingenuos, pero nobles.
El chocolate caliente y los churros probablemente ayudaron. Josemaría se reunía con sus jóvenes amigos universitarios en un pequeño café de Madrid llamado "El Sotanillo". Se apiñaban alrededor de un par de mesas en la parte de atrás y hablaban un poco de todo mientras tomaban tazas de chocolate caliente y churros humeantes y crujientes: deportes, novias, estudios, exámenes, proyectos, bromas, películas, libros, familia, esperanzas profesionales, planes, viajes, cultura, religión… Poco a poco, Josemaría comenzó a explicarles el espíritu del Opus Dei. Sus palabras les abrieron horizontes insospechados.
Estos estudiantes y sus amigos se convirtieron en el núcleo de lo que Josemaría llamaría posteriormente la Obra de San Rafael: los jóvenes que llegaron a descubrir, junto con al joven sacerdote español al que llamaban simplemente "Padre", que "la vocación cristiana consiste en hacer endecasílabos de la prosa de cada día." (Homilía Amar al mundo apasionadamente, 116).