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Visitas a los pobres y Catequesis

Josemaría diría que el Opus Dei nació entre los hospitales y barrios marginales de Madrid. Incluso antes de recibir el carisma del Opus Dei el 2 de octubre, el joven Josemaría ya pasaba horas y horas cada semana acompañando a los enfermos y abandonados en los hospitales, llevándoles una cara amable, una palabra de consuelo y, si eran católicos, los sacramentos. Los hospitales en Madrid en la década de 1930 no eran exactamente lo que son hoy. Y los de los barrios pobres que Josemaría prefería eran más como lugares donde ibas a morir que lugares donde ibas a ser curado.

Josemaría reconoció a Jesús en los enfermos y dolientes y les pedía que rezaran por una intención especial suya. Fuera lo que fuera que Dios le estaba pidiendo. También era una figura conocida en los barrios marginales de las afueras de Madrid, donde iba a acompañar a las familias en dificultades y a enseñar catequesis a los niños de la calle, cuya sencillez le hacía reír y enseñaba y su ignorancia le dolía en el corazón.

Estas experiencias tan cercanas a la miseria humana marcaron profundamente a Josemaría e hizo que invitara a sus jóvenes amigos a salir de los campus universitarios y entrar en contacto con el dolor de Cristo entre los más pobres:

—Niño. —Enfermo. —Al escribir estas palabras, ¿no sentís la tentación de ponerlas con mayúscula? Es que, para un alma enamorada, los niños y los enfermos son Él.
San Josemaría, Camino, n. 419

El primer Círculo de San Rafael

Pero toda esta actividad: reuniones en "El Sotanillo", acompañamiento espiritual, atención a los necesitados, fue un poco esporádica hasta el 21 de enero de 1933. Josemaría consideraba este día como el comienzo oficial de la labor de San Rafael. ¿Qué pasó entonces? El joven sacerdote quería ayudar a los universitarios a formar a Cristo en sus mentes, corazones y voluntades, a conocer su materia -"a tener la doctrina de los teólogos"- y vivirla -"y la piedad de los niños pequeños". Así que hizo una doble propuesta a sus amigos universitarios: comenzar a enseñar catequesis en una de las parroquias de los barrios marginales, y al mismo tiempo, comprometerse con una clase semanal breve -que llamó "círculo"- que les ayudaría a crecer en su propia vida interior. Josemaría invitó a docenas de estudiantes que conocía y uno de ellos, un estudiante de medicina llamado Juan, que había conectado especialmente con sus ideas, hizo lo mismo. Al final, solo Juan y dos de sus amigos se presentaron para ese primer círculo, pero la cantidad no eran lo importante.

En el círculo, Josemaría explicó que la catequesis -que comenzaría al día siguiente, domingo- dependía de su relación con Dios: "Primero, tenemos que llenarnos de la gracia de Dios, para poder darla a los demás. Queremos ser como conchas, que retienen el agua y la derraman, no como canales, que no retienen nada del agua que pasa" (DYA, 86). Lo clave sería orar sobre cualquier tema que se presentara en el círculo, para ver la importancia para la propia vida. "Si no ayudamos a los chicos y chicas de San Rafael a convertirse en almas de oración, estamos perdiendo el tiempo", reflexionaría Josemaría más adelante.

Después de la clase, tenían bendición con el Santísimo Sacramento. Mientras el Josemaría levantaba la custodia y bendecía a los tres estudiantes arrodillados en el banco, veía "trescientos, trescientos mil, treinta millones, tres mil millones… blancos, negros, amarillos, todos los colores, todas las combinaciones que el amor humano puede crear".

La catequesis del día siguiente transcurrió según lo planeado. En lugar de dormir, Juan y sus amigos se reunieron en la estación de metro para dirigirse a Tetuán, un barrio periférico al que probablemente nunca habían ido antes. Dedicar sus domingos por la mañana a dar catequesis no solo era un acto de generosidad; también requería un poco de valentía, ya que el ambiente en esa parte de la ciudad no era precisamente amigable con los católicos practicantes. Durante los siguientes meses, tendrían que esquivar más de una piedra bien lanzada. Pero estaban aprendiendo a ver más allá de los prejuicios, los suyos propios y los que encontraban en las calles. Como les recordaría Josemaría, en la Obra de San Rafael, aprenderéis a vivir una característica muy específica del espíritu del Opus Dei:

Estamos llamados a ser sembradores de paz y alegría. De este modo ayudaremos eficazmente a crear un clima de entendimiento mutuo, de convivencia, con una visión amplia y universal, que ahogue en caridad todos los odios y rencores: sin lucha de clases, sin nacionalismos, sin discriminaciones. Soñad, y os quedaréis cortos.
(Carta n. 7)