Padre, soy madre de familia, ama de casa, pero trabajo en relaciones públicas.
La pregunta es ésta: en Sao Paulo, donde tenemos una vida ajetreada, existe el peligro de dejarse materializar. ¿Cómo conseguir un equilibrio y mantener el espíritu sobrenatural en medio de ese ajetreo?
Dios te bendiga. Qué bien han sabido inclinarte a ejercitar esa profesión de las relaciones públicas. ─ Gracias, Padre. Pues tú ten relaciones públicas y privadas con Dios Nuestro Señor. ─ Gracias, Padre. Búscalo en tu corazón.
Mira. Tú lo sabes decir mejor, porque además eres... No quieres que te eche piropos, porque te parecerían cosas de relaciones públicas; y tú eres maestra, y yo apenas soy alumno. Bien.
Mira, hija mía; dile al Señor de verdad, de verdad, de verdad, desde el fondo de tu alma, lo que yo le tengo que decir con mucha vergüenza: “Señor, yo no soy nada, no puedo nada, no valgo nada, no sé nada. ¡No tengo nada! Soy, la nada; y Tú, eres el Todo.ˮ
Y después: “pero Tú eres mi Padre, y un padre ama a sus hijos.ˮ Y cuando el hijo, es hija, como en tu caso; como además de la filiación, resulta que las hijas tenéis mucha pillería...; acércate al Padre del Cielo, dile que lo quieres. Díselo, cariñosamente, muchas veces al día.
Mientras estás con las relaciones públicas de la tierra, relaciones públicas del Cielo. Y, de esa manera, no te apartas del camino de cristiana, santificas tu profesión, y harás muy bien tu labor profesional. Hija mía, que ya lo sabías, estoy seguro. Que lo estás haciendo, que se te ve en la cara.