En un encuentro con familias, Mons. Javier Echevarría les dijo a Cande y Luisma unas palabras que los llenaron de esperanza: “No se cansen nunca de rezar pidiendo el milagro, porque las sentencias de los médicos no son inapelables”.
Tras largos años de diálisis y dos trasplantes, hoy Rochi tiene 8 años, Trisomía 21 y una vida muy feliz. Con su testimonio, Cande y Luisma buscan transmitir la necesidad de lograr una sociedad más justa y con más amor, donde las discapacidades sean tenidas en cuenta y abrazadas con respeto.
No te digo que va a ser fácil, te digo que valdrá la pena
Una amiga me regaló un imán que dice: “No te digo que va a ser fácil, te digo que valdrá la pena”, relata Candela.
Nuestro primer hijo se llama Luis. Años después llegó nuestro segundo bebé, Felipe. Unos meses después aplicamos para una beca y recibimos dos noticias maravillosas: primero, que nos habían concedido la posibilidad de cursar el doctorado en Pamplona, y segundo, que estábamos esperando nuestro tercer hijo.

Al mudarnos de país, —explica Luis— decidimos hacer algunos estudios de rutina para conocer el estado del embarazo. Durante una ecografía, el médico nos informó que veía una anomalía en el bebé en gestación. Nos indicó que era urgente realizar una interconsulta, ya que observaban una megavejiga y mucho daño en los uréteres y los riñones.
“No se cansen nunca de rezar”
Viajamos a Barcelona, donde nos atendieron en un hospital de gran prestigio y ratificaron lo que habían visto en Pamplona. Creíamos esperar una niña, pero que en realidad allí había un “monstruo”, un feto no viable. Nos indicaron que la única solución era abortar.
Nuestra respuesta fue clara: no. No íbamos a matar a nuestro bebé. Si su destino era morir, sería después de darle todos los abrazos y besos posibles. Nosotros no íbamos a terminar con su vida.
Mons. Javier Echevarría, el prelado del Opus Dei en ese momento, nos dijo algo que nunca olvidaríamos y que nos ayudó a seguir adelante: “No se cansen nunca de rezar pidiendo el milagro, porque las sentencias de los médicos no son inapelables”.
Empezamos a rezar con este nuevo impulso. En una de las consultas, una médica nos informó que el feto tenía síndrome de Down. Alrededor de los siete meses de gestación, después de haber realizado controles cada quince días, nos dieron una noticia sorprendente: la niña seguía con vida y la megavejiga había desaparecido.

En ese momento pensamos: “Se produjo el milagro”. Nos dimos la mano y pensamos que se había curado. La médica nos explicó que eso permitiría que el pulmón, el corazón y el resto de los órganos, que hasta entonces estaban colapsados, tuvieran tiempo para desarrollarse antes del nacimiento. “No podía creerlo —recuerda Cande— ese era el desenlace que estábamos esperando, pero no era lo que se había visto en las ecografías”.
No te preocupes, pa. Estaré bien
Regresamos a Córdoba con mucha ilusión. Seis meses después, iniciamos el tratamiento de diálisis peritoneal, que debía realizarse cada noche mientras Rochi dormía. En ese proceso, Rochi tuvo muchas peritonitis e infecciones, que resultaban muy dolorosas.
Cuando Rochi tenía tres años, recibimos una llamada que nos llenó de alegría: había llegado el órgano que tanto esperábamos. Se realizó el trasplante, pero tres días después, los estudios mostraron problemas nuevamente. Descubrieron que una trombosis había arruinado el órgano trasplantado.
Cuando Rochi nos ve tristes a nosotros —ya desde muy pequeña y hasta ahora — nos dice: “No te preocupes, pa, no te preocupes más. Estaré bien”.
Al año siguiente del trasplante fallido, recibimos otra noticia esperanzadora: había un nuevo operativo en curso. Un domingo por la noche, Rochi recibió su segundo trasplante, y esta vez todo salió muy bien. Pronto comenzó a sentirse mejor.
Uno de los temas que más nos preocupaban era su alimentación. Rochi desde que empezó a crecer no quería comer alimentos sólidos. Nos explicaron que esto se debía a que tenía la creatinina muy alta, un indicador de insuficiencia renal. Sin embargo, tres días después del trasplante, nos sorprendió diciendo: “Papá, quiero una milanesa con papitas”.
Rochi ha llenado de luz la vida de nuestra familia
Hoy Rochi está muy bien. Llevamos controles periódicos, toma muchos medicamentos, pero la vemos feliz. Disfruta de sus actividades, le encanta ir al colegio y aprender. Ha llenado de luz la vida de nuestra familia y nos ha enseñado a vivir con gratitud.
San Josemaría nos dejó un mensaje que nos guía cada día: nosotros nos vamos al cielo tratando de hacer, del mejor modo posible, lo que nos toca cada día. Ese mensaje impregna nuestra manera de encarar la vida y que vemos en Rochi y tratamos de vivir nosotros. Nuestros trabajos han cambiado desde ese momento, y gracias al mensaje de san Josemaría nosotros entendemos porqué vivimos lo que vivimos y para qué vivimos.
A través de Instagram, compartimos un poco la vida cotidiana de nuestra familia, y especialmente de ella —que es la estrella de la casa—, mostramos que es posible tener una vida normal con una persona con discapacidad en casa, que afrontamos las tareas diarias con amor y esfuerzo.
En un encuentro con familias, san Josemaría explicaba: “Si vas por el campo, coges una flor y has corrido y has subido y has bajado… Te has cansado y, sin embargo, lo has hecho con mucho cariño. Las flores valen por lo que son en sí y por el amor que has puesto, de modo que las cosas pequeñas, con amor, se hacen grandes, grandes, grandes”.
No es fácil la discapacidad y los problemas de salud que enfrenta Rochi pero sin duda, valen totalmente la pena.