Tuve la ocasión y la suerte - todo sea dicho- de escuchar a un sacerdote en una ocasión: "No sé si lo habéis pensado alguna vez, pero en el Sagrario hay capas. Capas sí, entendiéndolas como paredes. Jesús, en forma de pan, -blando, por cierto- está dentro de un copón que está recubierto de una pared gruesa. Al copón lo cubre el cubrecopón (nombre fácil) que es de capa fina. Este está rodeado de las paredes interiores del Sagrario, (de nuevo pared o capa gruesa y dura). Y la tela que está por fuera de este y que lo cubre es el conopeo. Otra de capa fina.
Total, que nos encontramos ante una superposición de capas que no se eligen, que son así. Fina, gruesa, fina gruesa... pero hay una pared más, si se quiere, cuya resistencia si se puede decidir... La capa entre el sagrario y nuestro corazón"
Y tú... ¿Cómo quieres que sea esa pared? ¿Fácil o difícil de atravesar?
Hola, Jesús. Aquí estoy delante de un Sagrario escribiéndote esto. Aquí estoy pensando en esas capas y paredes. La verdad es que me ayuda este ejercicio a entender, y, al mismo tiempo, a quedarme más absorta aún
¿Tanto tienes que encerrarte para que yo pueda abrirme?
No sé ni cómo empezar agradeciéndote semejante locura por mí... Así que lo hago, así tal cual: GRACIAS.
Ojalá me ayudes a ser una fiel visitante de tu cárcel de amor.
Ojalá te pida con fe ir a verte más. Y darte un abrazo con y en cada genuflexión. Y hacerte un guiño. Y sonreirte. Y preparar mi alma para el encuentro en la próxima comunión y que te encuentres a gusto en mi corazón. Y que sea una casa -hogar- no un establo.
Por otro lado, me quedo pensando en esa última pared. La de mi corazón. Claro que quiero que sea fina y transparente para que puedas leer todo lo que llevo dentro. Pero no pocas veces la lleno de miedos e inseguridades, y construyo ese muro que me parece muchas veces un imponente rascacielos ¿Tirarlo? Fácil, con tu ayuda. Pero también es cierto - lo reconozco- que me pongo la excusa de que es difícil -imposible- y grafiteo en él con el spray cargado de soberbia una palabra que suena dura: "anónimo". Y hablo con la pared, no contigo. Y caigo en ese anonimato. En monólogo. En golpeteo de latas.
Jesús... Sí. Me gustaría quitarme capas que ni siquiera me pides tener. La de la soberbia, la de la sensualidad, la de la desesperanza. Y abrir las puertas de mi corazón- alma- de par en par.
Para que sea esa capa sea transparente, invisible, me has regalado amigos. Gente que me brújula que me guía. Gente buena como los sacerdotes y alguien que me acompañe en mi dimensión espiritual.
¿Tengo fe en esto? ¿Me empeño en ir sola Jesús? Sé bien que para llegar lejos tengo que hacerlo con alguien.
También aprovecho para pedirte que aumentes mi fe en el sacramento de la confesión. Ahora sería un buen momento para hacer un profundo examen de conciencia. Seguro que me ayuda a quitarme losas pesadas.
(...)
A propósito de esto, se me viene a la mente un ejemplo que no es precisamente glamuroso. Ni siquiera huele bien.
Me acuerdo de mi padre pelando cebollas. Por muy chef que fuera, siempre derramaba alguna lágrima al quitarle sus capas, pero eso en el proceso era una incomodidad que poco duraba. Él sabía - y el resto también- que el resultado merecía la pena: tortilla para 8. Ojos como platos. Bocas salivando. Estómagos contentos. Almas desbordantes.
Pues, Señor, ¿Yo? como mi padre. Si al quitarme capas tengo que llorar un poco, o me tiene que escocer, ayúdame a que si me asusto, vaya a por todas. Que no me rinda. Haz que redescubra que ese ejercicio es bueno para el proceso, para pulir el alma. Para que sirva a los demás "muchas tortillas" de las buenas.
Por eso quiero contarte eso que me da vergüenza, que me da miedo, eso que ni si quiera se expresar con mi voz, eso que está en lo más profundo de mi alma, eso que igual tengo incrustado
(...)
Ya me lo enseñaste tú. Que no es bueno que me disfrace de alguien que no soy. Que no me cubra de lo que me aparte de ti. Que quite fuera todo lo que no me conviene.
Ya me lo enseñaste tú. No todos los héroes llevan capa.
El mío - tú, Jesús,- lleva una corona de espinas Te quedaste con nada para entregarlo todo, para salvar al mundo.
María, a ti no te lo he contado. Tuve la ocasión y la suerte- todo sea dicho- de escuchar a un sacerdote:
¿Cómo quieres que sea la pared entre Jesús y tú alma? ¿fácil o difícil de atravesar?
Quiero que sea fácil. Eso lo haces tú. Para ti no existen barreras, ni muros. Sólo entiendes de escaleras para subir a la meta. Ayúdame, madre, a escalar peldaños al cielo. A acompañar a
nuestro "héroe" en la salvación a los hombres.
Con el corazón entero. Con alegría. Sin miedos.... Sin capas, porque no todos los héroes las llevan.