Curó mi dolor de espalda

No es que me dedique al mundo militar, pero veía mis dolores de espalda como un adversario frente a mi buen humor y la alegría de mi vida junto a las personas que quiero.

Hace ya bastantes años que combato contra un dolor de espalda que intenta minar mi posición en el campo de batalla de la vida. El enemigo estaba bien plantado y sus guarniciones, con el paso de los años, constaban de una artillería diminuta, que me había ocasionado la clásica osteoporosis, y de un batallón acorazado que ha ido aplastando el camino vertebral, dejando a su paso la típica artrosis de columna que aparece con la edad. No es que me dedique al mundo militar, pero veía mis dolores de espalda como un adversario frente a mi buen humor y la alegría de mi vida junto a las personas que quiero.

Cuando apareció mi número en pantalla constaté que no podía levantarme, me había quedado sin fuerza

Los dolores no eran demasiado fuertes ni incapacitantes, por lo que solía salir airosa de las pequeñas escaramuzas del desafío. Sin embargo, el 23 de septiembre de 2018 ya dejé anotado en mi cuaderno de bitácora la aparición de un dolor en la zona trasera del cuello. La molestia continuó y el 25 por la mañana, al despertarme, un profundo dolor atravesaba toda mi columna y me impedía moverme de la cama. Vivo sola desde que falleció mi madre, por lo que no veía el modo de pedir ayuda. No sabía qué hacer, ni siquiera pude levantarme. Al cabo de unas horas empecé a moverme despacio para poder realizar lo más básico.

Al día siguiente conseguí llegar al médico después de un esfuerzo tremendo, lo que me dejó exhausta en la silla de la sala de espera. Cuando apareció mi número en pantalla constaté que no podía levantarme, me había quedado sin fuerza y el dolor era tan intenso que no podía mover ni las manos. Al cabo de unos minutos, la médico salió de su consulta, extrañada por mi ausencia. Dijo mi nombre en alto y le indiqué que estaba ahí mismo, pero que no podía moverme. La médico me ayudó a entrar y me mandó de allí al hospital para que me hicieran unas radiografías cuanto antes. El resultado final fueron un montón de calmantes y un cúmulo de términos médicos que venían a decir que con mi edad y el estado de la espalda poco había que hacer, solo dejar que los calmantes actuasen y continuar en la lucha por la batalla de la alegría.

me acerqué a la urna, la besé y le pedí ayuda a Guadalupe para poder seguir adelante

Los días pasaban y el enemigo seguía arreciando. Gracias a Dios gozo de unas hermanas maravillosas que han estado pendientes de lo que necesitase. El día 4 de octubre una de mis hermanas me animó a ir al día siguiente al acto de acogida de los restos mortales de Guadalupe Ortiz de Landázuri, en el Real Oratorio del Caballero de Gracia, en Madrid. Le dije que por mi estado me sería imposible asistir. Sin embargo, comencé a darle vueltas y terminé por decidirme: tenía que salir de la trinchera. Al día siguiente me levanté con el ánimo encendido para enfrentarme al reto de acudir al acto. Era el 5 de octubre cuando me acerqué por vez primera ante los restos de Guadalupe. Iba con muchos dolores en la fila que se había formado para venerar a la futura beata, no podía ni mover los brazos, andaba como una autómata; me acerqué a la urna, la besé y le pedí ayuda a Guadalupe para poder seguir adelante, que todavía podía hacer mucho en esta vida. Volví a mi sitio e intenté vivir el resto de la ceremonia lo mejor que pude.

Dos días después, el 7 de octubre, me encontraba en el salón de mi casa semirecostada y rodeada de una montaña de almohadones, cuando de repente noté un "click" en la espalda y una sensación de alivio y bienestar tremendas que invadió todo mi cuerpo, no podía creerlo. Me levanté, sonó el teléfono, era una amiga que se interesaba por mi estado, inmediatamente le dije: “¡Tregua! ¡No sé por cuanto tiempo, pero me han dado una tregua!” Me pude duchar, arreglarme y vestirme para dar un paseo por la calle, estaba feliz. Podía incluso bajar y subir las escaleras, hasta lo repetí varias veces, como incrédula, me decía: “¡Las subo y bajo como una quinceañera! De no poder ni coger cosas con las manos, de hacer una odisea el camino de mi habitación a la cocina, me veía ahora andando por la calle, subiendo y bajando, comprando y llevando cosas para celebrarlo.

entonces cuando caí en la cuenta de un modo claro y patente de que había sido Guadalupe

Al principio no pensé en Guadalupe, pero era plenamente consciente de que había sido en el "click" cuando se me habían curado todos los dolores. Además experimenté una sensación de bondad y sosiego solo comparable en mi vida a la presencia espiritual de Dios, como si una gracia de Dios me hubiese tocado causando la ansiada tregua, como un empujón para seguir adelante, que queda mucho por hacer, como si la Virgen me besara. Todos estos pensamientos revoloteaban en mi cabeza buscando el sentido de este regalo obtenido de la misericordia inmerecida de Dios. Fue entonces cuando caí en la cuenta de un modo claro y patente de que había sido Guadalupe. Inmediatamente comencé a darle gracias. Además, como para confirmar su intercesión, una de mis hermanas me mandó dos fotos que habían publicado en la página web del Opus Dei en las que justo era yo la que aparecía en la fila para venerar los restos de Guadalupe y otra como protagonista del momento exacto en el que estoy besando la urna y pidiendo mi tregua.

Desde entonces estoy siempre que puedo hablando con Guadalupe, le pido de todo, la llamo “amiga”, porque sé que es así. Ahora estamos juntas en esta batalla de la vida, con ganas de hacer más y de dar a conocer a esta amiga que me ha curado y me ha permitido seguir ya sin ningún dolor de espalda el tiempo de tregua que Dios quiera permitirme. Sé que todo lo que haga para agradecer este milagro será insuficiente, pero al menos con este artículo dejo constancia a modo de compensación de la maravillosa intercesión de esta mujer santa y laica atenta a las necesidades de los todavía militantes que anhelamos la victoria definitiva de nuestro Rey.

P. D. D. – España


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