Se lee en el Evangelio de Lucas: "A otro le dijo: Sígueme. Pero éste contestó: Señor, permíteme ir primero a enterrar a mi padre. Y Jesús le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios. Y otro dijo: Te seguiré, Señor, pero primero permíteme despedirme de los de mi casa. Jesús le dijo: Nadie que pone su mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios".
Tomamos de la homilía de san Josemaría 'Desprendimiento', publicada en 'Amigos de Dios', algunos textos para meditar sobre esta virtud.
Se puede decir que nuestro Señor, cara a la misión recibida del Padre, vive al día, tal y como aconsejaba en una de las enseñanzas más sugestivas que salieron de su boca divina: no os inquietéis, en orden a vuestra vida, sobre lo que comeréis; ni en orden a vuestro cuerpo, sobre qué vestiréis. Importa más la vida que la comida, y el cuerpo que el vestido. Fijaos en los cuervos: no siembran, ni siegan, no tienen despensa, ni granero; y, sin embargo, Dios los alimenta. Pues, ¡cuánto más valéis vosotros!... Mirad cómo crecen los lirios: no trabajan, ni hilan; y, no obstante, os aseguro que ni Salomón, con toda su magnificencia, estuvo jamás vestido como una de estas flores. Pues, si a una hierba que hoy crece en el campo y mañana se echa al fuego, Dios así la viste, ¿cuánto más hará con vosotros, hombres de poquísima fe?.
Señores de la Creación
Si viviéramos más confiados en la Providencia divina, seguros —¡con fe recia!— de esta protección diaria que nunca nos falta, cuántas preocupaciones o inquietudes nos ahorraríamos. Desaparecerían tantos desasosiegos que, con frase de Jesús, son propios de los paganos, de los hombres mundanos, de las personas que carecen de sentido sobrenatural.
Querría, en confidencia de amigo, de sacerdote, de padre, traeros a la memoria en cada circunstancia que nosotros, por la misericordia de Dios, somos hijos de ese Padre Nuestro, todo poderoso, que está en los cielos y a la vez en la intimidad del corazón; querría grabar a fuego en vuestras mentes que tenemos todos los motivos para caminar con optimismo por esta tierra, con el alma bien desasida de esas cosas que parecen imprescindibles, ya que ¡bien sabe ese Padre vuestro qué necesitáis!, y El proveerá.
Creedme que sólo así nos conduciremos como señores de la Creación, y evitaremos la triste esclavitud en la que caen tantos, porque olvidan su condición de hijos de Dios, afanados por un mañana o por un después que quizá ni siquiera verán.
"Mi experiencia personal"
(117) Permitidme que, una vez más, os manifieste una partecica de mi experiencia personal. Os abro mi alma, en la presencia de Dios, con la persuasión más absoluta de que no soy modelo de nada, de que soy un pingajo, un pobre instrumento —sordo e inepto— que el Señor ha utilizado para que se compruebe, con más evidencia, que El escribe perfectamente con la pata de una mesa.
Por tanto, al hablaros de mí, no se me pasa por la cabeza, ¡ni de lejos!, el pensamiento de que en mi actuación haya un poco de mérito mío; y mucho menos pretendo imponeros que caminéis por donde el Señor me ha llevado a mí, ya que puede muy bien suceder que no os pida el Maestro a vosotros lo que tanto me ha ayudado a trabajar sin impedimento en esta Obra de Dios, a la que he dedicado mi entera existencia.
Os aseguro —lo he tocado con mis manos, lo he contemplado con mis ojos— que, si confiáis en la divina Providencia, si os abandonáis en sus brazos omnipotentes, nunca os faltarán los medios para servir a Dios, a la Iglesia Santa, a las almas, sin descuidar ninguno de vuestros deberes; y gozaréis además de una alegría y de una paz que mundus dare non potest, que la posesión de todos los bienes terrenos no puede dar.
Desde los comienzos del Opus Dei, en 1928, aparte de que no contaba con ningún recurso humano, nunca he manejado personalmente ni un céntimo; ni tampoco he intervenido directamente en las lógicas cuestiones económicas, que se plantean al realizar cualquier tarea en la que participan criaturas —hombres de carne y hueso, no ángeles—, que precisan de instrumentos materiales para desarrollar con eficacia su labor.
El Opus Dei ha necesitado y pienso que necesitará siempre —hasta el fin de los tiempos— la colaboración generosa de muchos, para sostener las obras apostólicas: de una parte, porque esas actividades jamás son rentables; de otra, porque, aunque aumente el número de los que cooperan y el trabajo de mis hijos, si hay amor de Dios, el apostolado se ensancha y las demandas se multiplican.
Por eso, en más de una ocasión, he hecho reír a mis hijos, pues mientras les impulsaba con fortaleza a que respondiesen fielmente a la gracia de Dios, les animaba a encararse descaradamente con el Señor, pidiéndole más gracia y el dinero, contante y sonante, que nos urgía.
Obreros, menestrales, universitarios...
En los primeros años, carecíamos hasta de lo más indispensable. Atraídos por el fuego de Dios, venían a mi alrededor obreros, menestrales, universitarios..., que ignoraban la estrechez y la indigencia en que nos encontrábamos, porque siempre en el Opus Dei, con el auxilio del Cielo, hemos procurado trabajar de manera que el sacrificio y la oración fueran abundantes y escondidos.
Al volver ahora la mirada a aquella época, brota del corazón una acción de gracias rendida: ¡qué seguridad había en nuestras almas! Sabíamos que, buscando el reino de Dios y su justicia, lo demás se nos concedería por añadidura. Y os puedo asegurar que ninguna iniciativa apostólica ha dejado de llevarse a cabo por falta de recursos materiales: en el momento preciso, de una forma o de otra, nuestro Padre Dios con su Providencia ordinaria nos facilitaba lo que era menester, para que viéramos que El es siempre buen pagador.
(118) Si queréis actuar a toda hora como señores de vosotros mismos, os aconsejo que pongáis un empeño muy grande en estar desprendidos de todo, sin miedo, sin temores ni recelos. Después, al atender y al cumplir vuestras obligaciones personales, familiares..., emplead los medios terrenos honestos con rectitud, pensando en el servicio a Dios, a la Iglesia, a los vuestros, a vuestra tarea profesional, a vuestro país, a la humanidad entera.
Mirad que lo importante no se concreta en la materialidad de poseer esto o de carecer de lo otro, sino en conducirse de acuerdo con la verdad que nos enseña nuestra fe cristiana: los bienes creados son sólo eso, medios. Por lo tanto, rechazad el espejuelo de considerarlos como algo definitivo: no queráis amontonar tesoros en la tierra, donde el orín y la polilla los consumen y donde los ladrones los desentierran y roban; atesorad en cambio bienes en el cielo, donde no hay orín, ni la polilla los consume, ni tampoco ladrones que los descubran y los roben. Porque donde está tu tesoro, allí está también tu corazón.
Cuando alguno centra su felicidad exclusivamente en las cosas de aquí abajo —he sido testigo de verdaderas tragedias—, pervierte su uso razonable y destruye el orden sabiamente dispuesto por el Creador. El corazón queda entonces triste e insatisfecho; se adentra por caminos de un eterno descontento y acaba esclavizado ya en la tierra, víctima de esos mismos bienes que quizá se han logrado a base de esfuerzos y renuncias sin cuento.
Donde Dios no cabe
Pero, sobre todo, os recomiendo que no olvidéis jamás que Dios no cabe, no habita en un corazón enfangado por un amor sin orden, tosco, vano. Ninguno puede servir a dos señores, porque tendría aversión a uno y amor al otro, o si se sujeta al primero, despreciará al segundo: no podéis servir a Dios y a las riquezas. Anclemos, pues, el corazón en el amor capaz de hacernos felices... Deseemos los tesoros del cielo.
(119) No te estoy llevando hacia una dejación en el cumplimiento de tus deberes o en la exigencia de tus derechos. Al contrario, para cada uno de nosotros, de ordinario, una retirada en ese frente equivale a desertar cobardemente de la pelea para ser santos, a la que Dios nos ha llamado.
Por eso, con seguridad de conciencia, has de poner empeño —especialmente en tu trabajo— para que ni a ti ni a los tuyos os falte lo conveniente para vivir con cristiana dignidad. Si en algún momento experimentas en tu carne el peso de la indigencia, no te entristezcas ni te rebeles; pero, insisto, procura emplear todos los recursos nobles para superar esa situación, porque obrar de otra forma sería tentar a Dios.
Y mientras luchas, acuérdate además de que omnia in bonum!, todo —también la escasez, la pobreza— coopera al bien de los que aman al Señor; acostúmbrate, ya desde ahora, a afrontar con alegría las pequeñas limitaciones, las incomodidades, el frío, el calor, la privación de algo que consideras imprescindible, el no poder descansar como y cuando quisieras, el hambre, la soledad, la ingratitud, la incomprensión, la deshonra...
Aliviar las cargas de los demás
(120) Somos nosotros hombres de la calle, cristianos corrientes, metidos en el torrente circulatorio de la sociedad, y el Señor nos quiere santos, apostólicos, precisamente en medio de nuestro trabajo profesional, es decir, santificándonos en esa tarea, santificando esa tarea y ayudando a que los demás se santifiquen con esa tarea.
Convenceos de que en ese ambiente os espera Dios, con solicitud de Padre, de Amigo; y pensad que con vuestro quehacer profesional realizado con responsabilidad, además de sosteneros económicamente, prestáis un servicio directísimo al desarrollo de la sociedad, aliviáis también las cargas de los demás y mantenéis tantas obras asistenciales —a nivel local y universal— en pro de los individuos y de los pueblos menos favorecidos.
Tomado de la homilía 'Desprendimiento'. Publicada en 'Amigos de Dios'. www.escrivaworks.org