La comunión espiritual que repetía san Josemaría

En el aniversario de la ordenación sacerdotal de san Josemaría, compartimos un audio en el que el historiador José Luis González Gullón habla sobre la comunión espiritual que san Josemaría solía recitar, y que puede ayudarnos también en días en que muchas personas no pueden recibir la Eucaristía.

José Luis González Gullón es historiador y trabaja en el Instituto Histórico San Josemaría Escrivá. Es autor, entre otros libros, de "DYA. La Academia y Residencia en la historia del Opus Dei (1933-1939)” y "Escondidos: El Opus Dei en la zona republicana durante la Guerra Civil española (1936-1939)".

En este audio comenta el origen de la oración que san Josemaría recitaba como comunión espiritual y da algunos consejos para vivir esta práctica cristiana especialmente durante los días en que no es posible comulgar.

Recogemos, a continuación, el audio y su transcripción.


La Misa hace presente el sacrificio de la Cruz. En el momento de la consagración, el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, que se ofrece por nosotros. Después, nos acercamos a comulgar y –como nos enseña el Catecismo de la Iglesia– se produce “la unión íntima con Cristo Jesús”.

La comunión espiritual es una oración que manifiesta el deseo ardiente de recibir al Señor

A veces queremos recibir a Jesucristo, pero no podemos porque no ha llegado el momento de la Misa o porque nos es imposible acudir. Rezamos entonces una comunión espiritual, una oración que manifiesta el deseo ardiente de recibir al Señor.

Hay muchas fórmulas de comunión espiritual. También se puede hacer con el corazón, sin unas palabras determinadas.

Los que participamos en las actividades apostólicas del Opus Dei, hemos aprendido de san Josemaría una oración concreta. Tiene un poco de historia. Se remonta al año 1912. Por entonces, Josemaría Escrivá era un niño de diez años que iba a recibir la primera Comunión en el colegio de los escolapios de Barbastro. Junto a sus padres, un escolapio, el P. Manuel Laborda, le preparó para la Comunión. Para acrecentar la ilusión de recibir a Jesús por vez primera, el P. Laborda –al que los niños llamaban con cariño el P. Manolé– enseñó al pequeño Josemaría una comunión espiritual que recitaban los escolapios desde hacía siglos.

La víspera de la primera Comunión, los padres de Josemaría llamaron al peluquero para que le arreglase el peinado; pero, al ir a cogerle un mechón de pelo con las tenacillas ardiendo, para hacerle un bucle, le produjo una quemadura en la cabeza. El niño aguantó sin quejarse, para evitar que riñeran al peluquero y no causar un disgusto. Más adelante, su madre descubrió la cicatriz de la quemadura. San Josemaría sacó de esta anécdota una enseñanza. Decía que el Señor nos bendice con la Cruz, también en los días de fiesta. Y a la vez, nos da su gracia para llevar las contrariedades con garbo.

Llegó el 23 de abril de aquel año, 1912, y el pequeño Josemaría recibió la primera Comunión. Siempre recordó que, además de pedir por sus padres y hermanas, le pidió a Jesucristo la gracia de no perderlo nunca con un pecado grave. Años después, en un aniversario de la primera Comunión, dijo: “para mí hoy es una fiesta muy grande” “porque [Jesús] quiso venir a hacerse dueño de mi corazón”.

A medida que pasa el tiempo, el deseo de recibir al Señor se acrecienta en nosotros

Pasan los días de esta cuarentena. No podemos acercarnos a las iglesias y templos para recibir al Señor en la Eucaristía. Vemos en la televisión y en Internet la celebración de la Santa Misa, celebrada por el Papa, por los obispos, por los sacerdotes sin la asistencia de los fieles. Otras veces, leemos los textos de la Misa despacio, dándonos cuenta de la grandeza del Santo Sacrificio, en el que Dios se hace presente y se ofrece por nosotros. Y, cuando llega el momento de comulgar, rezamos una comunión espiritual con toda el alma.

Y no solo cuando rezamos o vemos la Misa en las pantallas. También a lo largo del día nos viene a veces el pensamiento y el deseo de estar más cerca de Jesús, de recibirle sacramentalmente.

Nos pasa lo que le ocurrió a san Josemaría en el año 1936, cuando estalló la Guerra Civil española. En los primeros días de la contienda, estaba escondido en casa de su madre y no podía celebrar el Santo Sacrificio. Entonces, tomaba un misal y leía despacio las oraciones de la Misa del día. Cuando llegaba el momento de comulgar, recitaba una comunión espiritual.

A medida que pasa el tiempo, el deseo de recibir al Señor se acrecienta en nosotros. Le ofrecemos ahora el dolor de que no se pueda hacer realidad. A la vez, vivimos con paz porque somos hijos de Dios y el Señor está presente en nuestra alma en gracia.

Tenemos la esperanza de que volverá la vida ordinaria. Nos acercaremos de nuevo a comulgar, nos unirnos sacramentalmente con el Señor. Ese día será emocionante. Jugando con las palabras, nos preparamos para una “segunda primera Comunión”. Y, cuando llegue el momento, le diremos al Señor: “que alegría volver a recibirte, Jesús mío, unirme íntimamente a tu Corazón”.

Ahora nos toca santificar el presente, lleno de vida en familia, trabajo en casa y oración. Y le decimos al Señor, una vez más, las palabras de la comunión espiritual que nos enseñó san Josemaría, en las que resplandece el recuerdo y la intercesión de Santa María: “Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre; con el espíritu y fervor de los Santos”.