Primera audiencia del Papa León XIV: la parábola del sembrador y la disposición al escuchar la Palabra de Dios

Este miércoles, en su primera audiencia pública con los peregrinos de Roma, el Papa León ha decidido continuar con las catequesis sobre 'Jesucristo, nuestra esperanza', que Francisco empezó en enero con motivo del Año Jubilar 2025.

Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra acogeros en esta primera Audiencia General. Retomo hoy el ciclo de catequesis jubilares sobre el tema «Jesucristo, nuestra esperanza», iniciado por el Papa Francisco.

Seguimos hoy meditando sobre las parábolas de Jesús, que nos ayudan a recuperar la esperanza porque nos muestran cómo actúa Dios en la historia. Hoy quisiera detenerme en una parábola un tanto particular, porque es una especie de introducción a todas las demás. Me refiero a la del sembrador (cf. Mt 13,1-17). En cierto modo, en este relato podemos reconocer el modo de comunicar de Jesús, que tiene mucho que enseñarnos para el anuncio del Evangelio hoy.

Cada parábola cuenta una historia tomada de la vida cotidiana, pero quiere decirnos algo más, remitirnos a un significado más profundo. La parábola suscita preguntas en nosotros, nos invita a no quedarnos en las apariencias. Ante la historia narrada o la imagen que se nos presenta, puedo preguntarme: ¿Dónde estoy yo en esta historia? ¿Qué me dice esta imagen sobre mi vida? De hecho, el término parábola proviene del verbo griego paraballein, que significa “lanzar adelante”. La parábola lanza ante mí una palabra que me provoca y me impulsa a interrogarme.

La parábola del sembrador habla precisamente de la dinámica de la Palabra de Dios y de los efectos que produce. En efecto, cada palabra del Evangelio es como una semilla que se siembra en el terreno de nuestra vida. Jesús utiliza muchas veces la imagen de la semilla, con diversos significados. 

En el capítulo 13 del Evangelio según san Mateo, la parábola del sembrador introduce una serie de otras pequeñas parábolas, algunas de las cuales hablan precisamente de lo que sucede en el terreno: el trigo y la cizaña, el grano de mostaza, el tesoro escondido en el campo. ¿Qué es, entonces, ese terreno? Es nuestro corazón, pero también el mundo, la comunidad, la Iglesia. La Palabra de Dios, en efecto, fecunda y transforma toda realidad.

Al inicio, vemos a Jesús salir de casa y una gran multitud se reúne en torno a Él (cf. Mt 13,1). Su palabra fascina y despierta curiosidad. Entre la gente, naturalmente, hay muchas situaciones distintas. La palabra de Jesús es para todos, pero actúa en cada uno de manera diferente. Este contexto nos permite comprender mejor el sentido de la parábola.

Un sembrador, bastante original, sale a sembrar, pero no le preocupa dónde cae la semilla. Lanza las semillas incluso donde es improbable que den fruto: en el camino, entre piedras, entre espinos. Esta actitud sorprende a quienes escuchan y lleva a preguntarse: ¿por qué?

Nosotros estamos acostumbrados a calcularlo todo —y a veces es necesario—, ¡pero esto no sirve en el amor! El modo en que este sembrador “despilfarrador” lanza la semilla es una imagen de cómo nos ama Dios. 

Es cierto que el destino de la semilla también depende de cómo la reciba el terreno y de la situación en que se encuentre, pero ante todo, en esta parábola Jesús nos dice que Dios siembra la semilla de su Palabra en todo tipo de terreno, es decir, en cualquier situación de nuestra vida: a veces somos más superficiales y distraídos, a veces nos dejamos llevar por el entusiasmo, a veces estamos agobiados por las preocupaciones de la vida, pero también hay momentos en los que estamos disponibles y acogedores. 

Dios confía y espera que, tarde o temprano, la semilla florezca. Él nos ama así: no espera a que seamos el mejor terreno, nos dona siempre con generosidad su Palabra. Quizás, al ver que Él confía en nosotros, nazca en nosotros el deseo de ser un terreno mejor. Esa es la esperanza, fundada sobre la roca de la generosidad y la misericordia de Dios.

Al hablar de cómo la semilla da fruto, Jesús también está hablando de su vida. Jesús es la Palabra, es la Semilla. Y la semilla, para dar fruto, debe morir. Entonces, esta parábola nos dice que Dios está dispuesto a “desperdiciarse” por nosotros y que Jesús está dispuesto a morir para transformar nuestra vida.

Tengo en mente ese bellísimo cuadro de Van Gogh: El sembrador al atardecer. Esa imagen del sembrador bajo el sol ardiente me habla también del esfuerzo del campesino. Y me impresiona que, detrás del sembrador, Van Gogh haya representado el trigo ya maduro. Me parece precisamente una imagen de esperanza: de un modo u otro, la semilla ha dado fruto. 

No sabemos bien cómo, pero así ha sido. En el centro de la escena, sin embargo, no está el sembrador —que queda en un lado—, sino que todo el cuadro está dominado por la imagen del sol, quizás para recordarnos que es Dios quien mueve la historia, incluso cuando a veces nos parece ausente o lejano. Es el sol quien calienta los terrones de la tierra y hace madurar la semilla.

Queridos hermanos y hermanas, ¿en qué situación de nuestra vida nos está alcanzando hoy la Palabra de Dios? Pidamos al Señor la gracia de acoger siempre esta semilla que es su Palabra. Y si nos damos cuenta de que no somos un terreno fértil, no nos desanimemos, sino pidámosle a Él que siga trabajándonos para que podamos llegar a ser una tierra mejor.

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