Buscar
Cerrar

En estos días, la Sagrada Familia empieza su viaje hacia Belén. Y nosotros vamos con ellos.
Lo vemos todo desde los ojos de san José: sus dudas, sus miedos y su amor por María y Jesús.
Estas cartas nos muestran un poco cómo fue preparar el camino, enfrentar cada etapa y, sobre todo, disponer el corazón para recibir a Dios hecho Niño.


Estamos en el sexto día del viaje. Al pasar por Jericó, una tormenta nos obligó a retrasar la salida. Creo que fue algo previsto por Yahvé: mañana comienza la parte más difícil del recorrido y María necesita descansar.

Mi interior se debate entre dos realidades opuestas. Por un lado, está el cansancio. Llevamos días caminando y el cuerpo empieza a resentirse. La preocupación constante por no saber qué nos espera en Belén añade una tensión adicional al viaje. El clima tampoco ayuda: el frío se mete hasta los huesos y, a veces, siento que jamás volveré a entrar en calor. Por otro lado, experimento una gozosa ilusión que sostiene el ánimo de manera difícil de explicar. Camino junto a María y al Mesías que está por nacer. Esa sola certeza basta para encender el corazón. María sonríe y, en el cielo, nos guía la estrella que ha brillado para nosotros desde Nazaret, como un lucero lleno de esperanza.

No sé si alguna vez has sentido lo mismo. Sabes que Yahvé está contigo, que vale la pena seguir luchando, que hay una promesa firme que sostiene cada paso. Al mismo tiempo, sientes cómo esa esperanza se enfrenta al cansancio acumulado, al esfuerzo de intentar una y otra vez, de caer y levantarte sin descanso.

Lo comenté con María. Ella se quedó pensativa ante mis palabras. Mirando al horizonte, donde el sol se ocultaba y la oscuridad de la noche comenzaba a extenderse por el desierto, dijo:

—Pienso que nuestra alma puede ser así a veces. Hay luces y hay sombras, y el juego de tonos solo es posible gracias a esa mezcla que ocurre en nuestro interior. Es como el atardecer: las sombras son parte del paisaje tan bonito que se forma. Y no debemos olvidar que es Yahvé quien tiene el cuadro completo.

Su respuesta calmó mi corazón. Como siempre, tenía razón. Solo que, a veces, el cansancio de la lucha nubla la vista. Quizá a ti también te pase en ocasiones. Créeme cuando te digo que tenemos la gran suerte de contar con María a nuestro lado. Al ser la madre de Dios, posee el don de mirar con los ojos del Cielo y, al mismo tiempo, con su corazón de madre, conoce y vive las realidades de la Tierra. De esa manera, es una verdadera puerta de esperanza para todos los que quieran acudir a ella.

En la caravana viaja con nosotros una familia con dos niños pequeños, que se han encariñado especialmente con María. Ella les cuenta historias, les habla de Yahvé y les explica cómo el mundo que nos rodea es obra de su creación. Me conmueve ver la manera en que se dirige a ellos: con profundidad, pero usando un lenguaje sencillo que los niños pueden comprender.

Quizá te rías, pero te confieso que a veces siento que María me habla así también a mí. No es un aire de superioridad, sino que parece comprender que las grandes verdades se transmiten mejor a través de lo sencillo. Además, pienso que Yahvé se deleita en lo pequeño, porque es en lo pequeño donde lo inmerecido de su amor cobra sentido. Me pregunto si será por eso que me ha elegido a mí para ser su padre en la tierra.

María está ahora a mi lado, mirando la estrella. Creo que está rezando. En poco más de tres días llegaremos a Belén. ¿Qué nos espera allí?