Estos últimos dos días han sido especialmente difíciles. Hemos caminado alrededor de 25 kilómetros, todos en ascenso, mientras subíamos hacia Jerusalén. María no se ha quejado en ningún momento, aun cuando el terreno es especialmente pesado y sé que el esfuerzo es inmenso. Verla así me duele. Quisiera hacer más por ella.
No sé si alguna vez te has sentido incapaz de hacer algo. Yo, en estos dos días, no he podido pensar en otra cosa. Soy bueno en mi oficio. Puedo explicarte, paso a paso, cómo arreglar una carreta. Puedo identificar un tipo de madera solo por el olor que desprende al cortarla. Puedo elegir la herramienta exacta para cada trabajo sin dudar. Y sin embargo, aquí estoy, sintiéndome inseguro sobre qué camino tomar.
Solo me queda mirar la estrella, que brilla sobre Belén para guiarnos con una luz que no se apaga y que también brilla en los ojos de María.
Esta noche hemos parado en Jerusalén. Si todo sale bien, mañana llegaremos a Belén. Estoy preocupado porque, con la cantidad de peregrinos que hay, no sé si encontraremos un lugar donde quedarnos.
Estar en Jerusalén siempre tiene una importancia especial para cualquier judío. Cuando contemplo sus calles y, a lo lejos, las murallas del Templo, no puedo evitar pensar si algún día Jesús pasará por aquí. ¿Cómo será ese momento? ¿Abrirá Jerusalén sus puertas para recibir al Mesías? ¿Se iluminarán las calles para acoger a su Dios?
No sé cómo será; solo espero que haya muchos corazones dispuestos, porque a veces las personas nos llenamos de preocupaciones y dejamos poco espacio para lo verdaderamente importante. Sé que eso también puede ocurrirme a mí. Por eso hablo tanto con María. Ella me ayuda a mantener la paz en mi interior y a conservar el corazón dispuesto para recibir al Mesías.
En la subida a Jerusalén nos retrasamos un poco y terminamos separados del grupo debido a la condición de María. Fue entonces cuando un hombre mayor y su esposa se detuvieron para acompañarnos. Se ilusionaron especialmente al caminar junto a María. Era como si ya quisieran al Niño que va a nacer, como si fuera suyo. Porque ese Niño ha venido a María y a mí, sí, pero en realidad ha venido para todos los hogares de la tierra. Y aquel matrimonio mayor, sin darse cuenta, ya le ha abierto las puertas de su hogar a Yahvé. Quiero aprender de ellos.
Mientras observo lo que nos rodea, me descubro preguntándome: ¿por qué yo? ¿Por qué Yahvé me eligió a mí, habiendo tanta gente más capaz? Pero quizás la pregunta no sea esa. Tal vez lo que debo preguntarme es: ¿cómo respondo a la invitación de Yahvé?
Dentro de todo, me encuentro lleno de esperanza. Porque incluso ahora, cansado y sin estar muy seguro de qué hacer, sé que la estrella sigue brillando sobre Belén. Y si Yahvé, que cambia el rumbo de las estrellas, pinta los atardeceres y hace bailar los árboles con la brisa del verano, está con nosotros, ¿cómo podría yo perder la paz?
Mañana a esta hora, estaremos en Belén. Muy pronto, Dios mirará el mundo desde los ojos de un recién nacido. Y yo le miraré a Él.






