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Solo han pasado dos días desde la última vez que te escribí, pero se sienten como una eternidad. Han ocurrido tantas cosas…

Llegamos a Belén ayer, poco después del mediodía. Tras despedirnos de las familias con las que habíamos entablado amistad durante el viaje, comenzó la tarea de buscar un lugar donde pasar la noche.

No quiero entrar en demasiados detalles. El caso es que no encontramos ningún sitio donde pudiéramos quedarnos. Y…¡cómo son las cosas! Mientras yo daba vueltas por las distintas posadas, llegó el momento del nacimiento del Niño.

Todas las dudas que había sentido hasta ese momento, mi poca preparación, mi cansancio y mi sensación de impotencia alcanzaron su clímax. Una angustia terrible se apoderó de mi corazón. Yahvé me había elegido para cuidar a Su familia y, sin embargo, nuestra condición no podía ser más precaria. Recé con todas mis fuerzas, mientras volvía a recorrer las calles de Belén en caso de que alguna posada se me hubiera escapado.

Pregunté a unos niños que jugaban en un cruce de calles. Al principio no me respondieron, se limitaron a murmurar entre ellos. Finalmente, el que parecía ser el mayor ofreció consultar con su padre si podía prestarnos el establo donde guardaba su ganado.

—No es mucho. Apenas hay espacio para nuestra mula, pero al menos estarán protegidos del viento.

Pocas horas después, el llanto de un recién nacido inundó la noche.

De Jesús no sé qué decirte. Es el bebé más hermoso que he visto, aunque supongo que todos los padres se sienten igual. María lo limpió y lo abrigó con los pañales que habíamos traído, mientras yo limpiaba el pesebre; a falta de cuna, me pareció el mejor lugar para acomodarlo.

María y yo pasamos la noche contemplando al Niño. Antes del amanecer, un grupo de pastores nos trajo leche y pan, y nos contaron historias extraordinarias de música y ángeles del Cielo. Cuando se fueron, María se quedó dormida en una esquina del establo. El Niño empezó a llorar y lo tomé en mis brazos.

Todos mis miedos y preocupaciones, todas mis dudas e incertidumbres, perdieron importancia al mirar al bebé recién nacido. Dios dormía junto a mi pecho, completamente confiado a mis cuidados. Si Yahvé confía en mí, ¿cómo no voy a confiar yo en Él? Al final, yo hice lo que pude y Él se encargó de todo. Sonreí para mis adentros. Cuando mi padre me enseñó a ser carpintero, empezó por darme pequeños encargos, aunque creo que estorbaba más que ayudaba. Aun así, me dejaba colaborar porque disfrutaba que el trabajo fuera «nuestro». Del mismo modo, Yahvé quiere que la historia de Navidad sea nuestra: Suya, mía… y también tuya.

Al amanecer, salí otra vez a buscar alguna posada donde pudiéramos quedarnos, sin éxito. Sin embargo, aproveché para ofrecer mis servicios como carpintero en todos los sitios donde me detuve. Espero pronto poder comenzar con algunos encargos, porque nuestros ahorros apenas alcanzarán para unos días más.

Estoy tranquilo. En el cielo, la estrella brilla sobre el portal. En la tierra, los ojos de María brillan sobre el Niño que duerme. Y desde el pesebre, Dios hecho Niño espera con ilusión que vengas a verlo. Y yo también.