Has de procurar que, donde estés, haya ese "buen humor" —esa alegría—, que es fruto de la vida interior.
Dios se interesa hasta de las pequeñas cosas de sus criaturas: de las vuestras y de las mías, y nos llama uno a uno por nuestro propio nombre. Esa certeza que nos da la fe hace que miremos lo que nos rodea con una luz nueva, y que, permaneciendo todo igual, advirtamos que todo es distinto, porque todo es expresión del amor de Dios.
Nuestra vida se convierte así en una continua oración, en un buen humor y en una paz que nunca se acaban, en un acto de acción de gracias desgranado a través de las horas. “Mi alma glorifica al Señor —cantó la Virgen María— y mi espíritu está transportado de gozo en el Dios salvador mío; porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava, por tanto ya desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. Porque ha hecho en mí cosas grandes aquel que es todopoderoso, cuyo nombre es santo”.
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“¿Contento?” —Me dejó pensativo la pregunta.
—No se han inventado todavía las palabras, para expresar todo lo que se siente —en el corazón y en la voluntad— al saberse hijo de Dios.
En lo humano, quiero dejaros como herencia el amor a la libertad y el buen humor.
Carta 31-V-1954, n. 22 (cfr. A. Vázquez de Prada, El fundador del Opus Dei, vol III, p. 521).
No alcanzaremos jamás la auténtica alegría sobrenatural y humana, el "verdadero" buen humor, si no imitamos "de verdad" a Jesús; si no somos, como El, humildes.
No me olvides que a veces hace falta tener al lado caras sonrientes.
La alegría de un hombre de Dios, de una mujer de Dios, ha de ser desbordante: serena, contagiosa, con gancho...; en pocas palabras, ha de ser tan sobrenatural, tan pegadiza y tan natural, que arrastre a otros por los caminos cristianos.
Caras largas..., modales bruscos..., facha ridícula..., aire antipático: ¿Así esperas animar a los demás a seguir a Cristo?
Penitencia es tratar siempre con la máxima caridad a los otros, empezando por los tuyos. Es atender con la mayor delicadeza a los que sufren, a los enfermos, a los que padecen. Es contestar con paciencia a los cargantes e inoportunos. Es interrumpir o modificar nuestros programas, cuando las circunstancias —los intereses buenos y justos de los demás, sobre todo— así lo requieran.
La penitencia consiste en soportar con buen humor las mil pequeñas contrariedades de la jornada; en no abandonar la ocupación, aunque de momento se te haya pasado la ilusión con que la comenzaste; en comer con agradecimiento lo que nos sirven, sin importunar con caprichos.