¿Quién es Tomás Alvira?
Lo dice el título del libro: un educador. Concebía que su misión no era enseñar o instruir, sino educar, que es mucho más: ayudar a crecer, le gustaba decir; formar a la persona, a cada persona, para que sea ella misma −distinta de las demás− en su integridad, es decir, en el pleno desarrollo de todas sus dimensiones: inteligencia, voluntad, afectividad, sociabilidad, etc.
¿A quién puede inspirar Tomás Alvira hoy?
Tomás Alvira puede inspirar a cualquier persona pues su vida, humanamente considerada, atrae: es una vida que estimula y desafía, con independencia de la posición de cada uno respecto a la fe o a la dimensión espiritual de la persona. Más directamente, puede ser un modelo especialmente inspirador para profesores y para esposos y padres de familia.
¿Qué le impulsó a escribir este libro?
Al inicio, me atrajo la idea de explorar el modo de vivir de uno de los primeros supernumerarios del Opus Dei, y de una persona laica con fama de santidad.
También me impulsó la disponibilidad de la familia Alvira, es decir, de los hijos de Tomás Alvira, facilitando toda la documentación sobre su padre conservada en el archivo familiar. Ya existía una biografía escrita por su amigo y colaborador Antonio Vázquez, pero me pareció que, por medio de la consulta de ese y de otros archivos y de varias entrevistas, era posible ofrecer una visión más completa del personaje.
Antonio Vázquez, a quien he entrevistado en el curso de la redacción del libro, falleció hace unos meses, en junio. Siento que no haya podido conocer aquí en la tierra el resultado de mi trabajo.
¿Cómo se estructura el libro?
Lo he dividido en cinco partes. La primera, sobre la infancia y juventud en Zaragoza, llega hasta la muerte de su padre en 1927. Era un maestro de gran prestigio: hoy en Zaragoza existe la Escuela Tomás Alvira, en memoria de él.
La segunda se cierra en 1939, con el final de la guerra civil española y la boda de Tomás con Paquita Domínguez. Son los años del noviazgo con la mujer de su vida, del comienzo de su actividad docente, de su descubrimiento del Opus Dei en la persona del fundador, etc.
En la tercera parte, que llega hasta 1950, nos trasladamos a Madrid y al Instituto Ramiro de Maeztu, donde Tomás trabajó desde 1939, primero como profesor contratado y luego como catedrático de Ciencias. Asistimos al dolor por la muerte de su primer hijo, a su incorporación al Opus Dei y a sus esfuerzos por construirse un currículum científico de la mano de José María Albareda, su gran amigo de los tiempos de la guerra, y en el campo de la pedagogía como colaborador de Víctor García Hoz.
La cuarta parte se abre con los siete años en que fue director del Colegio Infanta María Teresa para huérfanos de la Guardia Civil y se cierra con su jubilación en 1976. Profesionalmente, es su momento de plenitud. Asumió brillantemente tareas directivas, primero en el Infanta María Teresa, después en el Ramiro de Maeztu y desde 1965 también en Fomento de Centros de Enseñanza.
La quinta parte, “Últimas batallas”, va de 1976 a 1992, año de su muerte. Su jubilación fue un dato oficial, más que real: simplemente cambió de trabajo. En esa época puso en marcha la Escuela de Profesorado de Fomento de Centros de Enseñanza.
Hoy sorprende ver familias con más de tres hijos. La familia Alvira Domínguez tuvo nueve. Podríamos decir que tuvieron tres veces más experiencias en la educación de los hijos. ¿Qué hizo Tomás como padre y esposo para santificar las necesidades de una familia grande?
Tomás Alvira, ciertamente, era un educador con conciencia clara de serlo no solo en el ámbito de la escuela, sino también en el de la familia, donde educar un hijo es bastante más que enseñar o criarlo.
En la educación de los hijos me ha parecido reconocer dos grandes principios generales que le han guiado: ejemplaridad y libertad. En definitiva, según él los hijos se forman cuando ven en sus padres un buen modelo de vida y se sienten libres para ponerlo en práctica no por imposición, aunque naturalmente la ayuda y la orientación externa sean necesarias, sino por propia convicción.
¿Habrá un libro dedicado a Paquita? ¿Qué se cuenta de ella en el libro?
Valdría la pena intentarlo. Si puedo entrar a la trampa de las comparaciones, diría que se lo merece más que él.
En mi libro sale poco, pero sale. Una hermana suya que llegó a centenaria contaba con mucha gracia, después de su muerte, cómo habían seguido en su casa –su madre viuda, muy pobre, y sus hermanos− los prolegómenos del noviazgo: por ejemplo, si Tomás se hacía el encontradizo con Paquita en la calle Alfonso, en Zaragoza, ella lo contaba enseguida. Para la familia no era un asunto privado: era como una telenovela con la que vibraban todos.
Paquita era inteligente y decidida. Hizo la carrera de magisterio con notas brillantes, y con 22 años ya era directora de una escuela rural en Sástago, en la provincia de Zaragoza. Al casarse dejó la profesión por la familia, pero no se encerró en casa. Me ha sorprendido descubrir la enorme red de relaciones sociales que tejió en Madrid, la gran cantidad de personas que se confiaban con ella y que en sus consejos, en su generosidad, en su comprensión, encontraban paz y seguridad.
Sobrevivió a su marido solo dos años, que en buena parte pasó inmovilizada a causa de un infarto cerebral (los últimos cuatro meses, inconsciente y en coma). Durante esos años, a veces se le veía alicaída. «Soy “media”, era una con papá», le dijo un día a una de sus hijas. Tenía que moverse en silla de ruedas: «el BMW», la llamaba. No había perdido el sentido del humor.
También ella era del Opus Dei, desde pocos años después que su marido: desde 1952.
Tomás está en proceso de canonización, ¿podría contarnos algún evento de su vida que refleje esa unión con Dios?
Hay un proverbio que él usó alguna vez para mostrar gráficamente el cariño con que el educador debe llevar a cabo su tarea: “No es el martillo el que deja perfectos los guijarros, sino el agua con su danza y su canción”. Yo creo que él se sentía tratado así, suavemente, amorosamente, por Dios Padre, que poco a poco le iba 'educando', iba sacando de él la forma armoniosa que estaba llamado a alcanzar.
De su vida de fe, quizá una dimensión evidente es su amor a la Virgen. Cuando se casó, regaló a su mujer un libro sobre la Virgen en el que escribió una dedicatoria: «Que la Madre de Jesús sea tu guía y no tendrá asperezas el camino que hoy emprendemos juntos». Poco después hizo unos ejercicios espirituales con san Josemaría y sacó, que sepamos, dos propósitos, los dos en relación con la Virgen: dar limosna los sábados y poner a todos los hijos que fuera a tener, junto con el nombre de cada uno, el de María. Hay muchos otros detalles de este tipo en su vida. Tengo la impresión de que la Virgen le daba mucha seguridad. Tenía una conciencia muy acusada de ser hijo suyo.
Sobre el autor
Alfredo Méndiz (Barcelona, 1960) es doctor en Historia, subdirector del Istituto Storico San Josemaría Escrivá y autor de varias publicaciones sobre san Josemaría y sobre Historia de la Iglesia.
Libro disponible en formato digital y en papel a través de Rialp, Amazon y otras librerias.
Documental sobre Tomás Alvira y Paquita Domínguez