José María, que no era todavía del Opus Dei, pero que había frecuentado la Residencia DYA, le había hablado del Fundador de la Obra y le había presentado a uno de sus primeros miembros, Isidoro Zorzano, que por ser ciudadano argentino tenía una relativa libertad de movimientos. Todos los demás miembros de
En este ambiente Tomás conoció por vez primera al Fundador del Opus Dei. Lo rememoraba tras el fallecimiento de San Josemaría: Un día –no recuerdo si fue el 31 de agosto o el 1 de septiembre de 1937– estábamos, a media tarde, trabajando con José María Albareda, cuando entraron a llamarle porque preguntaban por él. Salió y, muy poco después, entró acompañado de quien había ido a visitarle: Don Josemaría Escrivá. Vestía un mono de color gris. Estaba muy delgado. Tenía entonces 35 años. Nos presentó José María. En aquel momento acababa de conocer yo al Fundador del Opus Dei lo cual iba a tener una importancia extraordinaria para mi vida. (San Josemaría acababa de salir de la Legación de la Embajada de Honduras. Paseo de la Castellana, 5l, donde se había refugiado durante los últimos seis meses).
La recia personalidad de aquel sacerdote joven; la visión sobrenatural de cuanto decía, su optimismo no fácil de tener en aquellos momentos tan graves, su admirable sinceridad, su trato cariñoso... me impresionaron. Estuvo hablando con nosotros un cuarto de hora, aproximadamente, no habló nada de la guerra ni de política, y pasado el rato dijo: Yo me marcho. Nunca me he explicado por qué yo dije: “Yo también me voy”. No era todavía la hora de irme, y sin embargo dije que me marchaba, a pesar de tener peligro andar por la calle con un sacerdote, a quien alguien podía reconocer. Al llegar a la calle me dijo: ¿Dónde vas? Le contesté: A acompañarle a Vd. Me cogió del brazo y andando fuimos por Menéndez Pelayo, Alcalá y Serrano, hasta la calle Ayala 67 (ahora 73). Durante el camino – fuimos despacio – me preguntó cosas sobre mi vida.
En 1992, años más tarde de anotar estos recuerdos, y, en concreto, pocos días antes de su propia muerte, Tomás volvió a escribir de puño y letra algunas impresiones de este primer encuentro: Llegamos a la calle y nuestro Padre me dijo: ¿Dónde vas? A acompañarle a usted. Me cogió del brazo y fue haciéndome preguntas hasta llegar a la calle Ayala 67. En la puerta me preguntó: ¿quieres que sigamos viéndonos? Le contesté afirmativamente. Pues ven mañana, confiesa y seguiremos viéndonos. Después… Una llamada contundente.
Quizá esta última frase condense la intensidad de sus recuerdos. El primer encuentro con San Josemaría supuso el descubrimiento de su vocación al Opus Dei. Aunque, por motivos jurídicos, Tomás no pudiera solicitar la admisión a la Obra como Supernumerario hasta el 15 de febrero de 1947, este testimonio da fe de que ya aquel día 31 de agosto de 1937, mientras abría su corazón a San Josemaría y escuchaba las palabras del Fundador, advirtió con claridad la llamada de Dios: una llamada contundente.
(*) Los primeros textos entrecomillados son recuerdos escritos por Tomás Alvira tras la muerte de san Josemaría. Y los últimos, poco antes de fallecer él mismo, en 1992.