Me llamo Marco y conocí el mensaje de San Josemaría sobre la vida cristiana hace poco más de un año. Me había alejado de la Iglesia hacía más de quince años; rezaba todos los días pero sin saber lo que decía, ni a quién se lo decía. Veía a mi alrededor algo de Dios – en un día soleado, en una sonrisa, en una obra de arte – pero me faltaban herramientas para empezar a comprenderlo.
Veía a mi alrededor algo de Dios – en un día soleado, en una sonrisa, en una obra de arte – pero me faltaban herramientas para empezar a comprenderlo.
Soy de la zona de Toscana, una ciudad llamada Livorno, pero trabajo en Milán, en una gran empresa y me ocupo de recursos humanos. Me encanta correr (he participado en tres maratones: Nueva York, Roma y Florencia), y andar en bicicleta y todo lo que sea estar al aire libre. Cuando tengo tiempo, disfruto haciendo de turista en la ciudad en la que vivo… con una guía en una mano y la máquina de fotos siempre a punto. No se me escapa ninguna muestra o museo, y por supuesto, los lugares históricos emblemáticos. También me gusta cocinar para mi novia y amigos.
Puedo decir que me he vuelto a convertir a los 32 años. Al leer el Evangelio, he descubierto no sólo un libro precioso, sino una historia maravillosa que describe perfectamente nuestra vida diaria, vivida hace 2000 años. También he ido aprendiendo oraciones. Todo esto me ha ayudado a conciliar mi trato con Dios con una jornada de trabajo intensa. Los 30 minutos que empleaba en llegar a mi trabajo se han convertido ahora en el momento perfecto para leer, estudiar y rezar.
Empecé a asistir a las actividades de formación espiritual del Opus Dei y poco a poco he ido aprendiendo. Ahora la Misa es el momento más importante de la semana, sobretodo la Misa en mi parroquia en Milán. Todos los aspectos que no entendía de la Iglesia católica y que antes me alejaban y me hacían enjuiciarla de modo superficial, gracias a la formación recibida, se han iluminado, y ahora que los he entendido los acepto.
Después de algunos meses de asistir al centro del Opus Dei, me ofrecieron la posibilidad de hacer algo concreto; ir a Nicaragua – uno de los países de América Latina más pobres y problemáticos-, durante mis vacaciones de verano para construir una escuela.
Acogí esta oportunidad enseguida, con mucho entusiasmo, junto a mis compañeros de viaje, universitarios que asisten a las actividades de formación cristiana del Opus Dei en diversas ciudades de Italia. Los días empezaban temprano, a las 6.30 de la mañana, con una Misa, una meditación del sacerdote que nos ayudaba a pensar en los motivos que nos habían llevado a Nicaragua y en cómo sacar más partido a la experiencia. Después, un desayuno rápido y en directo a la zona de obras, a hacer de obrero – ladrillos, cemento, madera y clavos…; no es precisamente el trabajo que estoy acostumbrado a hacer normalmente. Además, a pesar del calor tropical y los insectos, construir la escuela y recibir las visitas de los niños del barrio fue para todos nosotros un gran consuelo. De nuevo hacíamos una comida rápida y luego, rezo del rosario para quien quería. Esta era la dinámica que
cada día nos animaba a reiniciar el trabajo de la tarde.
Terminábamos de trabajar a las seis, llenos de polvo, cansados y hambrientos. Llegaba el momento de la ducha fría, la cena y después, nos reuníamos todos y hablábamos de nuestra vida, a veces comentábamos temas más serios, otras veces bromeábamos sobre los imprevistos del día. El sueño no tardaba en llegar llevándonos a nuestras "habitaciones" donde había 15 o 20 camas.
La escuela está ya terminada, pero el desafío más grande, que cada uno ha debido afrontar fue el de trasladar aquella dinámica de darse a los demás todos los días, a nuestra vida corriente aquí en Italia, con un ritmo de vida completamente distinto.
Al volver a mi ciudad empecé a hacer voluntariado todos los sábados por la mañana en un orfanato. He decidido dormir un poco menos durante los fines de semana para poder aprender de estos niños necesitados de cariño y de juego. Creo que esto ha sido el tesoro más grande que he descubierto en Nicaragua. Además del buenísimo Gallopinto, plato de arroz y frijoles, que nos servían a menudo en la cena. Me entra la risa cuando pienso cómo, hace algún tiempo, el sólo pensar en madrugar el sábado por la mañana después de una semana de trabajo, me parecía una cosa agotadora e impensable.
He decidido dormir un poco menos durante los fines de semana para poder aprender de estos niños necesitados de cariño y de juego. Creo que esto ha sido el tesoro más grande que he descubierto en Nicaragua.
Me encuentro ahora en el inicio de un recorrido, y el camino está aún lleno de obstáculos, pero el Opus Dei me acompaña dándome formación, y aún no formando parte de él, me ayuda a ser mejor persona como cristiano y como profesional. Las caídas pueden estar siempre a la vuelta de la esquina pero hay un punto de Camino que me es muy familiar, Perseverancia (983): “Comenzar es de muchos; perseverar es de santos. Que tu perseverancia no sea consecuencia ciega del primer impulso, fruto de la inercia: que sea una perseverancia reflexiva”. Como maratonista no puedo hacer otra cosa más que perseverar