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Es posible que ya hayas oído esta expresión: santificación del trabajo. Pero, ¿sabrías dar una definición exacta? Difícil, ¿verdad? La santificación del trabajo no se limita al resultado obtenido al presentar ese proyecto innovador del que eres responsable o al aprobar un examen de anatomía, sino que tiene que ver con la manera en que vives tu encuentro con Cristo en los aspectos más materiales de tu vida cotidiana.

¿Crees que tu trabajo es solo tuyo?

¿Qué pasaría si te dijeran que el trabajo es el lugar preferido de Dios para encontrarte? 

Dios quiere constantemente obrar milagros a través de tu actividad profesional santificada.
San Josemaría

San Josemaría escribió que “Dios quiere constantemente obrar milagros —resucitar a los muertos, dar oído a los sordos, vista a los ciegos, la capacidad de caminar a los lisiados...—, a través de tu actividad profesional santificada” (Forja, n. 984). Pero, ¿cómo se hace? Aquí tienes algunos consejos concretos para aprender a lograrlo.

1. Hacer bien el propio trabajo

Para un estudiante de enfermería, santificar su trabajo puede ir desde el esfuerzo con el que realiza una extracción de sangre hasta el cariño con el que escucha las historias de vida de sus pacientes. Para un piloto de avión, desde la manera en que despega hasta la amabilidad con la que trata a su tripulación. Para un tutor, desde la ilusión con la que prepara las sesiones de formación hasta su capacidad de ser un referente positivo para los jóvenes del club. ¿Qué tienen en común todas estas situaciones? El deseo de hacer bien el propio trabajo, con esfuerzo, concentración y dedicación.

2. Hacer cada cosa con amor (y con Dios)

Además de hacer bien el trabajo, es importante poner amor en él. San Josemaría decía: “El trabajo nace del amor, manifiesta el amor, está ordenado al amor” (Es Cristo que pasa, n. 48). Cada día puedes descubrir ese quid divinum escondido en las cosas más materiales de la tierra, esa huella de amor que Dios dejó desde el momento de la creación.

La Biblia nos muestra algo asombroso: el primero en trabajar es Dios. La creación es la primera manifestación de su amor por nosotros. Sin amor, lo que hacemos sería solo una sucesión de sueldos, prácticas, páginas por estudiar... Sin embargo, podemos reconocer en todo ello oportunidades de amar. ¿Tocas el violín? ¿Escribes manuales de filosofía? ¿Juegas al fútbol? Cualquier cosa que hagas, si la ofreces a Dios y la realizas con amor, puede volverse santa y permanecer en su corazón para siempre.

3. Cultivar cada día el diálogo con Dios

¿Crees que tu pareja se conformaría con verte solo los domingos? ¿Y tú podrías pasar el día sin contarle lo que te ha pasado? Del mismo modo, Dios piensa siempre en ti y quiere pasar tiempo contigo: ¡búscale! ¿Has terminado de escribir un capítulo de tu tesis? ¿Has resuelto un trámite que parecía imposible? Acude a Él, aunque solo sea para saludarle. Cada momento es una oportunidad para darle gracias o, por qué no, pedirle ayuda, desahogarte o incluso enfadarte con Él, como lo harías con tu mejor amigo.

Dios te escucha incluso cuando te alejas de Él y jamás te dará la espalda. Siempre estará esperándote, con los brazos abiertos, como solo un verdadero Padre sabe hacer.

4. Rezar por las personas con las que trabajamos y estudiamos

Juan, Miguel, Clara, Teresa… Dios ha puesto a tu lado personas que pueden ser más felices gracias a ti. ¿Tu compañera de mesa tiene problemas en casa? ¿Tu colega en la universidad atraviesa una crisis y no sabe qué hacer con su vida? Recuerda que tienes un arma poderosisima: la oración. Dios espera tus oraciones y, algún día, te mostrará cuánto han valido.

“Si luchamos cada día por alcanzar la santidad, cada uno en su estado, en medio del mundo y en el ejercicio de su profesión, el Señor hará también de nosotros, en nuestra vida ordinaria, instrumentos capaces de obrar milagros, y de los más extraordinarios, si fuese necesario. Daremos la vista a los ciegos. ¿Quién no podría contar tantos casos de ciegos casi desde su nacimiento, que han recuperado la vista, recibiendo todo el esplendor de la luz de Cristo? Otros eran sordos, otros mudos, y no podían escuchar o articular una palabra como hijos de Dios” (Amigos de Dios, n. 262).

5. Mantener el buen humor

¡Seriedad y bajo perfil no van contigo! Puedes cambiar el mundo, pero solo lo lograrás con una sonrisa que ayude a aliviar la tensión. ¿Acaso un optimista tiene algo que ocultar? No, simplemente ha decidido desobedecer a la tristeza y confiar en algo más grande que él.

A partir de ahí, nada podrá derrotarte:

“La alegría sobrenatural se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un destello de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, por encima de todo” (Papa Francisco, Evangelii Gaudium)

6. Ser buenos amigos

¿Tienes un nuevo compañero de trabajo? ¿Has notado que un compañero de clase suele ser excluido? Da el primer paso, invítale al cine o encuentra algún interés en común para conoceros mejor.

Para santificarse, es necesario saber vivir con los demás, comprender, disculpar, ejercer la fraternidad. Como aconsejaba San Juan de la Cruz, hay que “poner amor donde no hay amor, y así recogerás amor” (San Josemaría, Amigos de Dios, n. 9).


¿Solo los héroes pueden imitar a Cristo? No. ¡Tú y yo también podemos!

Jesús hizo bien todas las cosas: trabajemos como Él. Jesús se preocupó por las necesidades de los demás, aliviando sus cargas: también nosotros podemos hacer pequeños milagros, cuidando nuestras amistades con la misma atención que Jesús tenía con sus discípulos y apóstoles