Un matrimonio que se quería con locura
“Laura y Eduardo se querían con locura y construyeron un hogar luminoso y alegre. Eso es precisamente lo que se propone a las familias cristianas: un matrimonio que, a lo largo de su vida, se hacen santos, queriéndose cada día”. Con estas palabras resumió el sacerdote José Carlos Martín de la Hoz, director de la Oficina para las Causas de los Santos del Opus Dei en España, la trayectoria de Laura Busca y Eduardo Ortiz de Landázuri.
Su intervención tuvo lugar en una mesa redonda celebrada en la Clínica Universidad de Navarra, con motivo de la presentación del libro póstumo Laura y Eduardo. Una historia de amor, escrito por el profesor de Comunicación recientemente fallecido Esteban López-Escobar. El encuentro se enmarcó también en la convocatoria de una Jornada promovida por el papa Francisco para honrar a los santos, beatos, venerables y siervos de Dios en torno al 9 de noviembre.

Participaron en el acto Guadalupe Ortiz de Landázuri, hija menor del matrimonio, y el Dr. Jorge Quiroga, antiguo director del Departamento de Medicina Interna de la Clínica. La periodista Cristina Alfaro moderó la sesión, a la que asistieron familiares, numerosos amigos y personas que conocieron a los protagonistas del libro, junto a otras más jóvenes que se sienten inspiradas por su ejemplo de vida cristiana. Concluida la fase diocesana en Pamplona, la causa de beatificación del matrimonio se encuentra actualmente en Roma.
Un hogar luminoso
Guadalupe compartió con los asistentes el ambiente familiar que se respiraba en su casa, “caracterizado por una gran libertad y responsabilidad, asentadas en un clima de confianza”. Recordó que, aunque apenas había límites, “solo existía uno muy claro: cuidar de mi hermano Eduardito, que estaba enfermo y necesitaba mucha atención”.
Sobre la relación entre sus padres, destacó la admiración mutua: “Mi madre admiraba a mi padre y él a mi madre. Nunca hubo reproches. Ese asombro nacía de un conocimiento profundo y de una intuición especial, sobre todo en mi madre”. Como ejemplo, relató una anécdota doméstica: “Mi padre realizaba muchos viajes por motivos profesionales; a veces llegaba a casa por la tarde y, nada más abrir la puerta, mi madre, sin haberlo visto antes, le decía: ‘Eduardo, hoy no has comido’”.

De su madre, señaló que era una mujer adelantada a su tiempo. “Estudió Farmacia en los años 30, era culta y muy abierta de mente. Y sobre todo, una persona llena de caridad.
Un día nos reunió a todos para pedirnos que jugáramos los sábados con el hijo de la persona que nos ayudaba en casa, que estaba pasando por una situación muy difícil. Aquello fue una lección que no he olvidado”.
Otro caso es el de una prima nuestra que vivía aislada en un caserío, y que tenía poco ánimo en general, se puso enferma y vino a la Clínica por mediación de mis padres. “Después de un año de tratamiento médico y de convivir en nuestra casa, y gracias a la atención de mi madre, esa prima se fue recuperada y dispuesta a realizar unos estudios que terminó satisfactoriamente, se casó y vive feliz con su familia”.
El amor no tiene fronteras
El Dr. Quiroga recordó que “don Eduardo”, como le llamaban todos, llegó a Pamplona en 1958 para impulsar la recién creada Facultad de Medicina y poner en marcha la Clínica Universidad de Navarra. “Introdujo una manera especial de ejercer la medicina, que influyó en toda la institución. Fue un médico con un profundo conocimiento científico, y una gran capacidad diagnóstica,
Y, por supuesto, un cariño inmenso hacia los pacientes, que le llevaba a entregarse sin límites. Como ejemplo, relató un gesto habitual: “Al terminar la jornada, después de atender su correspondencia, pasaba cada día por las habitaciones para despedirse de todos sus pacientes, acompañado del residente de guardia. En algunos casos, no era solo decir ‘buenas noches’, sino detenerse a valorar su evolución médica”.

Por su parte, D. José Carlos Martín de la Hoz explicó por qué, hace año y medio, se trasladaron los restos del matrimonio al pequeño oratorio de la Clínica: “Queríamos hacerlos cercanos, que formen parte de nuestra vida cotidiana, para pedirles favores con la convicción de que interceden por nosotros en el cielo. Como sabéis, se encuentran uno al lado del otro, como matrimonio, una ‘sola carne’. Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre.
Añadió que en esta causa de beatificación —que se tramita de modo conjunto— “se reza al matrimonio”. “Cuando se apruebe un milagro, serán proclamados beatos; y posteriormente, con otro milagro, santos”. Con una sonrisa, animó a los presentes a acudir a su intercesión: “No te acuestes hoy sin haberles pedido algo”.
Al final, recordó también una anécdota del proceso: “Cuando solicitamos la apertura de la causa de Eduardo, el Dicasterio de las Causas de los Santos nos dijo: ‘Adelante, y estúdiese cómo fue capaz de atender a 500.000 enfermos y, al mismo tiempo, amar a su mujer, a sus hijos y a sus amigos’.
Durante el interrogatorio a los testigos, preguntamos esto y todos decían cómo ambos se habían enamorado tanto entre sí que habían sido capaces de extender ese amor mutuo allá donde se encontraban. De modo que Eduardo atendiendo a un enfermo y Laura a una amiga, estaban dando de ese inmenso cariño que ambos tenían, reduplicado por el amor humano y sobrenatural. Se puede amar y estar enamoradísimos los dos aunque cada uno esté en un trabajo intenso, porque el amor no tiene fronteras”.
