El Opus Dei ofrece a los jóvenes actividades de formación espiritual y humana a través de círculos, retiros, meditaciones, catequesis y visitas a pobres y necesitados, acompañamiento espiritual personal, convivencias, entre otros.
Todos esos medios pretenden facilitar que los participantes profundicen en su relación con Jesucristo y, de su mano, lleguen a ser mujeres y hombres íntegros, que vivan el mensaje cristiano en su día a día: clases, horas de estudio o trabajo, aficiones culturales o deportivas, relaciones familiares y con los amigos, etc.; y allí contribuyan a mejorar su entorno.
Esto significa que la Obra de San Rafael, la que se dirige a la juventud, no consiste simplemente en organizar actividades de voluntariado, en enseñar unas nociones doctrinales o animar a determinadas prácticas de piedad, sino que todo se orienta a que los jóvenes logren un trato personal con Dios; es decir, tanto en los momentos más específicamente dedicados a rezar, como a largo del día. De ahí que, dirigiéndose a quienes se ocupan de impartir esa formación, san Josemaría resumía con claridad: “si no hacéis de los chicos almas de oración, habéis perdido el tiempo”[1].
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🎥 Vídeo en el que 12 jóvenes del Opus Dei comparten sus historias vocacionales, desde el proceso de discernimiento hasta sus dudas, vacilaciones, sueños y proyectos actuales.
La cuestión fundamental: ¿quién soy yo para Jesús?
Por “alma de oración” se entiende aquella persona que busca de modo habitual un trato personal con Jesús, es decir, que no se contenta con participar en ceremonias sin involucrarse con el corazón; no se esconde en el anonimato de una relación estereotipada, como repitiendo oraciones sin dialogar de tú a tú con Dios. Quien desea ser “alma de oración” procura cuidar una relación sincera y directa con el Señor a través de la frecuencia de sacramentos, de la conversación con Jesús y de la relación con los demás, pues el Señor afirma que todo lo que acemos por el prójimo se lo hacemos a él (cfr. Mt 25,40). Todo esto necesariamente tiene consecuencias, por tanto, en el trabajo o en el estudio, en la relación con la familia, con los amigos… y con los sueños de cambiar el mundo y ayudar a muchos a ser muy felices.
La experiencia de los santos muestra que ese modo de tratar con Jesucristo lleva a plantearse una cuestión fundamental que el propio Señor formula en el Evangelio a quienes le siguen: “vosotros ¿quién decís que soy yo?” o, en términos más directos, ¿quién soy yo para ti?
En ese clima de cultivo de la vida cristiana en general y de la oración en particular, surge también la pregunta sobre el papel que Dios nos tiene reservado a cada uno y el papel que deseamos tener en los planes de Dios: nuestra vocación; es decir, ¿quién soy yo para Jesús?.
Se trata de dos preguntas estrechamente relacionadas, de manera que la primera conduce naturalmente hacia la segunda. En la medida en que profundiza en la vida cristiana, en una vida de oración sincera y con apertura de corazón, se descubre cada vez mejor la identidad de Jesucristo, no ya en términos más o menos generales, lo que otros dicen de Él, sino lo que yo entiendo al leer y escuchar el Evangelio en comunión con la Iglesia. Y advertir que Jesús llena de sentido mi vida y lo es todo para mí, conduce a plantearse quién soy yo para Jesús, qué sentido tiene mi vida para Él y, por tanto, cuál es la misión que puedo desempeñar en este mundo.
“Ven, sígueme”: un camino vocacional abierto y sincero
Se trata de un camino vocacional que, en ocasiones, comienza con un suceso que despierta una cierta inquietud interior, un anhelo de descubrir el diseño que Dios me tiene reservado. Este fue el caso de san Josemaría cuando vio unas huellas de pies descalzos en la nieve[2], o el papa Francisco cuando se sintió impulsado a confesarse un día en la fiesta de San Mateo[3]. Otras veces no hay un suceso especial, sino una suma de pequeñas luces, un proceso de oración y discernimiento que lleva a tomar una decisión. San Josemaría encomendaba la labor con jóvenes a la intercesión de San Rafael (que condujo a Tobías hijo a encontrar esposa) y a San Juan, que fue el más joven de los apóstoles.
El itinerario por el que se llega a conocer cuál es, en concreto, el contenido, implicaciones y consecuencias de la propia vocación es siempre algo íntimo y que habitualmente no vemos con total claridad; por un lado, porque inefables son siempre los caminos de Dios; y por otro, porque Dios siempre cuenta con la propia libertad para configurar la propia vocación. Por tanto, puede requerir un tiempo más o menos largo el discernimiento del propio camino, pero en todo caso, si se sigue con sinceridad y apertura de corazón se alcanza finalmente la convicción de que Cristo, de una u otra manera, nos está repitiendo lo mismo que a tantos otros a lo largo de los siglos: “ven, sígueme”.
Con alguna frecuencia, esa llamada se percibe como orientada a formar parte de una institución de la Iglesia, pero la finalidad de la formación y el acompañamiento que se recibe durante el camino de discernimiento es principalmente reconocer que todo el mundo está llamado a la santidad, y que, por tanto, cada uno tiene una vocación, una llamada, una misión en el lugar en el que está. Lo que se busca es promover que cada jóven descubra y elija por sí mismo su propio camino.
En este sentido, el Opus Dei es una institución más dentro de la Iglesia, y ayuda a cada persona a descubrir su propia vocación. Algunos la encontrarán fuera de la Obra, en el sacerdocio o en la vida consagrada dentro de alguna orden o congregación religiosa; otros, en cambio, la descubrirán dentro del Opus Dei, ya sea en el celibato apostólico o en el matrimonio.
En definitiva, en la medida en que la Obra de San Rafael lleva a reconocer y tratar a Cristo vivo, conduce también a reconocer la propia identidad porque la vocación, en expresión de san Juan Pablo II, “descubre al hombre la verdad sobre su existencia”.
La persona realiza el itinerario de discernimiento en la presencia de Dios. Los jóvenes que desean formar parte del Opus Dei han de contar además con la opinión de sus padres, que les conocen y desean que sean felices en la vocación que Dios quiera para ellos.
Además, tras iniciar un itinerario vocacional, es habitual en la Iglesia -y por tanto así sucede en la Obra- que se sucedan distintas etapas de discernimiento y adscripción antes de la incorporación definitiva. Esos pasos permiten a la persona y a la institución verificar la llamada, la idoneidad, etc. y, por tanto, son un modo de reforzar y garantizar la libertad y la madurez para emprender un camino. Fruto de ese recorrido, es lógico que algunos constaten que su vocación efectivamente es vivir el espíritu de la Obra, y otros en cambio, que no.
En cualquier caso, al comenzar un camino vocacional -marcado por la sincera apertura a Dios y por la libertad personal-, es común experimentar una gran alegría interior: “Escuchar la llamada divina, lejos de ser un deber impuesto desde afuera, incluso en nombre de un ideal religioso, es, en cambio, el modo más seguro que tenemos para alimentar el deseo de felicidad que llevamos dentro. Nuestra vida se realiza y llega a su plenitud cuando descubrimos quiénes somos”[4].
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Entrevista a Lidia Via, responsable de las actividades con jóvenes en España. En esta conversación, Lidia explica la actividad formativa que la Prelatura realiza con los jóvenes y el acompañamiento en los procesos de discernimiento de las vocaciones al celibato.
[1] San Josemaría, Instrucción para la Obra de San Rafael, n. 133.
[2] Cfr. Andrés Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei, vol. I.
[3] Cfr. Sergio Rubín y Francesca Ambrogetti, “El Jesuita”.
[4] Francisco, Mensaje para la 61.ª Jornada mundial de oración por las vocaciones, 21 de abril de 2024.

