Un viaje bien aprovechado

Un grupo de jóvenes uruguayos viajó a San Pablo y al santuario Nuestra Señora Aparecida a ver al Papa. Uno de ellos, Agustín Beramendi, relata sus recuerdos e impresiones.

Llegamos a Sao Paulo el viernes de tarde, y comprobamos el gran ambiente que había en el club Baby Barioni, donde nos alojamos jóvenes de Uruguay, Argentina, Chile y Ecuador. 

Lo que más me quedó de la homilía, quizá porque el Papa lo dijo con más fuerza, fue que la Iglesia no es una ideología ni un sistema económico, ni político, sino que lo que importa es la fe en Dios Amor.

A la mañana siguiente salimos muy temprano hacia Aparecida, con un grupo de estudiantes brasileños que nos trataron muy bien. Almorzamos y fuimos a recibir al Papa, que iba a pasar por una de las calles de esa pequeña ciudad. Yo, que no había estado en el Pacaembú ni en Campo de Marte, lo pude ver allí por primera vez, saludándolo con la bandera uruguaya al grito de "¡Viva el Papa!", una de las frases más escuchadas en esos días. A las 18 horas comenzaba el Rosario en la Basílica, pero sabíamos que entrarían solamente 25.000 personas. Nosotros ingresamos, gracias a que hicimos cola desde las 14:30 horas. En ese tiempo cantamos mucho: desde entonaciones casi de hinchada futbolera dedicadas al Papa, hasta canciones a la Virgen, pasando por el clásico "Soy celeste", para que se sienta que Uruguay estaba presente allí en Aparecida. Ya dentro de la Basílica, recibimos al Papa de la mejor manera, y se lo veía contento, además de cansado por la intensa actividad de esos días. 

Cuando el Papa salió de la Basílica, fuimos rápidamente hacia la explanada principal para encontrar un buen lugar para el día siguiente, en el que Benedicto XVI celebraría una Misa para abrir la Conferencia del CELAM. Conseguimos una buena ubicación, pegados a un corredor por donde esperábamos que pasara el papamóvil. Marcamos el territorio con los bolsos, sobres de dormir, guitarra, comida, etc., y pasamos la noche allí. Me fui con un amigo a recorrer el lugar, y vimos un pesebre gigante en la cima de un monte, muy bien iluminado y decorado. Desde allí tuvimos una buena vista del lugar: la Basílica, enorme, y la ciudad, chiquita. Esa noche hubo música, bailes, guitarras, gran alegría esperando lo que se venía al día siguiente. A pesar de no dormir de la mejor manera, de muchas horas de cola esperando, cansados, estábamos contentos, no nos preocupaban esas cosas porque estaba el Papa, el Sucesor de Pedro, ahí, tan cerca de nosotros. Sabíamos que ya habría tiempo para descansar a la vuelta. O no. Nos sentíamos muy unidos al Papa y a toda la Iglesia. El ruido de la gente que llegaba a la plaza nos despertó a las 6 de la mañana. Nos arreglamos como pudimos, rezamos un rato, y esperamos la llegada de Benedicto XVI. Muchos periodistas se nos acercaban para hacernos preguntas, pues teníamos tres banderas uruguayas desplegadas, y llamábamos un poco la atención. A las 10 llegó el papamóvil, pasando por delante de nosotros a unos dos metros. Fueron unos segundos, pero valieron el viaje. La Misa la seguimos de lejos, pero por suerte teníamos cerca una pantalla gigante. Lo que más me quedó de la homilía, quizá porque el Papa lo dijo con más fuerza, fue que la Iglesia no es una ideología ni un sistema económico, ni político, sino que lo que importa es la fe en Dios Amor. Allí hubo una gran ovación, así como en su saludo de despedida.