Recientemente consideré estas ideas, con motivo de un cambio de casa. Fue un trabajo que me exigió subir y bajar escaleras, con pesadas cajas de libros (fue entonces cuando descubrí que santo Tomás de Aquino escribió más de lo que yo soy capaz de soportar).
Entre todos esos libros, encontré un artículo de periódico publicado en 1975, año en el que falleció el fundador del Opus Dei. Se titulaba “Crónica desde Roma”, y lo firmaba Eugenio Montes. Decía así: “El anticlericalismo voltaireniano ha retratado calumniosamente la fe cristiana con tintes oscuros y apagados. Pero un signo de su santidad es precisamente la alegría que la caracteriza. Se ha dicho que es posible encontrar la sonrisa de santa Teresa en su prosa castellana”.
Felipe Neri, en plena contrarreforma, acostumbraba a lanzar discursos brillantes. Lo mismo ocurría a Josemaría Escrivá, cuya conversación solía resultar divertida y agradable a todos.
Muchas personas participaron de esta alegría. D. Pío María, un monje camaldunense, escribió que, en los años 40, en el monasterio de El Parral, solía escucharse: “por ahí viene el sacerdote que siempre está de buen humor”. El monje añadía: “Uno se sentía muy a gusto a su lado, a causa de su extraordinario calor humano”.
En una ocasión, san Josemaría y algunos sacerdotes más se perdieron en coche por las calles de Madrid. El conductor, un tal César, tenía muy poca experiencia. Los pasajeros estaban petrificados de miedo, sobre todo cuando el automóvil se salió de la carretera y circuló unos cuantos metros por la acera. Finalmente, chocó contra una farola. En el tenso silencio que siguió al accidente, el beato Josemaría dijo: “Ave, Caesar, morituri te salutant!” (repetía así la frase que los gladiadores dirigían al Cesar romano desde la arena: ¡Ave, Cesar, los que van a morir te saludan!). De este modo, la tensión y el miedo desaparecieron.
El famoso psiquiatra vienés Viktor Frankl —uno de los primeros discípulos de Freud, y tan acostumbrado a derribar mitos como su maestro— habló en una ocasión con el fundador del Opus Dei. Junto a su mujer, viajó a Roma por motivos profesionales, y allí visitaron a san Josemaría.
Después, el profesor Frankl resumió sus impresiones: “Lo que más me llamó la atención de su personalidad fue, en primer lugar, la refrescante serenidad que emanaba de él y que envolvía toda la conversación. Después, el increíble ritmo con que fluían sus ideas; y, finalmente, la sorprendente capacidad de entablar contacto inmediatamente con sus interlocutores”.
Viktor Frankl era tres años más joven que Josemaría Escrivá. Judío, sobrevivió desde 1942 hasta 1945 en varios campos de concentración nazis (incluidos Auschwitz y Dachau) gracias a su fe y su humanidad. En el prefacio de uno de sus libros, escribe: “A pesar de todo, uno debe decir ‘sí’ a la vida”. Frankl captó esta joie de vivre (‘alegría de vivir’) durante su conversación en Roma con el fundador del Opus Dei. Así lo describe en términos técnicos: “Monseñor Escrivá vivió de manera plena el momento presente, abriéndose a él y dándose a sí mismo completamente. En una palabra, para él cada instante tiene el valor de un momento decisivo (Kairos-Qualitäten)”.
Otro santo famoso por su vitalidad fue san Juan Bosco. Conservó su sentido del humor a pesar de sufrir el rechazo de quienes le rodeaban. Las autoridades llegaron incluso a enviar un carruaje para recogerle y llevarlo a un asilo. Se cuenta cómo Don Bosco, en el último momento, se apartó para dejar al oficial (otro clérigo) entrar primero en el vehículo; inmediatamente, cerró la puerta y dejó marchar al carruaje. Con esta broma tan práctica logró evitar el internamiento psiquiátrico. Estoy seguro de que san Josemaría y Viktor Frankl se hubieran divertido con este suceso.
Artículo publicado originalmente en 2001.