Lidwine: Dios y la maternidad

Lidwine comparte cómo vive su vocación como supernumeraria en el día a día: en la maternidad, como esposa y en la certeza de estar en el lugar donde Dios la quiere. Los medios de formación del Opus Dei le ayudan a renovar su amistad con Dios y ver las cosas con los ojos de Dios.

Lidwine, una joven madre de treinta años, abre las puertas de su hogar con una certeza profunda: “Dios vive aquí, dentro de esta casa”. En su vocación, la familia ocupa un lugar fundamental convencida de que la santidad se alcanza en lo ordinario, haciendo lo que corresponde cada día y ofreciéndolo a Dios.

Su deseo es claro: “Quiero ser santa”, afirma. Y ha descubierto que esa santidad no se encuentra necesariamente en grandes hazañas, sino “en todas las pequeñas cosas que conlleva ser madre”. Aunque la vida familiar implica ritmo intenso y días imprevisibles, lo vive con paz porque siente que está donde Dios la quiere. “Dios me ha llamado a ser madre” y en ese llamado encuentra su misión y su alegría más profunda.

La santidad a la que Dios me llama la encuentro en  las pequeñas cosas que conlleva ser madre

En las actividades de formación que ofrece el Opus Dei, ha aprendido a mantener el corazón en Dios. Cambiar pañales, cocinar, ordenar la casa… todo puede convertirse en oración. “Así me mantengo todo el día un poco en conversación con Dios”, explica.

Lidwine y su esposo comparten la educación de sus hijos; lo viven como un desafío hermoso del matrimonio: aprender a pensar juntos, a unificar criterios y transmitir una misma visión a los hijos. Participan cada domingo en la Misa y en su parroquia son parte de una comunidad viva, llena de familias y niños, donde la familia parece multiplicarse.

En su jornada, intenta encontrar un momento de silencio para rezar, leer o escribir, pero ese tiempo se esfuma cuando tres niños a la vez reclaman su atención. Sin embargo, Dios le regala “pequeños momentos inesperados” de oración a lo largo del día.

Entre otros medios de formación, cada semana acude al Círculo, un momento que valora especialmente porque le permite “volver a ver las cosas con los ojos de Dios” y situarlas “a la luz de la eternidad”. Ese espacio le ayuda a relativizar preocupaciones, ordenar prioridades y renovar su entrega.

Lidwine confiesa que es feliz. Descubre que, cuando uno se entrega, “al darte a ti misma, recibes muchísimo a cambio”.


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