Mediante un edicto emanado el 13 de septiembre de 2021, la Arquidiócesis de Guadalajara presenta una semblanza de Arturo Álvarez Ramírez y exhorta a quienes le conocieron a "informar las razones por las que sí o por las que no debería ser proclamado Santo".
Arturo falleció el 28 de noviembre de 1992, en fama de santidad. Fue catedrático de Química en la Universidad de Guadalajara (UdeG) por más de treinta años.
Conoció el Opus Dei en 1963 y se incorporó definitivamente en 1974. Tuvo la oportunidad de conocer a san Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, en Roma, y al Beato Álvaro del Portillo, quien le mostró el privilegio que tenía de poder llevar a Dios a los demás por medio de su trabajo.
Como deportista, fue aficionado al ciclismo, al montañismo, al frontenis, y se servía de esas actividades extra académicas para hacer nuevos amigos, a los que con su trato humano y cordialintentaba también acercar a Dios.
Fue un hombre con un gran amor a Dios, devoto de la Sagrada Eucaristía y con un profundo sentido de identificación con la voluntad divina. Tenía una devoción especial a la Santísima Virgen María con la advocación del Perpetuo Socorro.
Luchó constantemente por obtener las virtudes humanas que invita a vivir el carisma del Opus Dei. Era un hombre muy puntual, ordenado, dedicado a su trabajo; sabía escuchar y dar consejo a todos los que se acercaran a él. Se dice que a su oficina la llamaban “confesionario”, porque todos los que se acercaban se sabían escuchados. Siempre animaba a sus amigos a crecer en su vida interior y a acercarse al sacramento de la confesión.
todos los que se acercaban se sabían escuchados
El Postulador asegura que su canonización servirá de ejemplo para todos aquellos que intentan sembrar los valores evangélicos, de modo especial en los ambientes en que específicamente se cultivan la cultura, la ciencia y técnica.
Durante su larga trayectoria por la Universidad —en su calidad de bautizado y, por eso mismo, llamado a ser sal y luz entre sus iguales—, fruto de su prestigio profesional, con su humildad y su alma pedagógica, supo acercar a Dios a sus alumnos y a sus compañeros de trabajo, con la espontaneidad del colega, del profesor, y sobre todo, del amigo.
Gracias a su profunda vida interior y alegría, incidió mucho más allá de las paredes de su salón de clases
Hoy día “es muy oportuno proponer un modelo práctico y accesible de vida el de un profesor, que dejó en sus alumnos no sólo el conocimiento académico que tenía obligación de brindarles, sino, además de eso, el ejemplo de que, sin hacer cosas espectaculares o extraordinarias, se puede llevar una vida de sincera piedad e interés por el prójimo”, concluyó el Cardenal José Francisco Robles Ortega.
- Edicto completo publicado en el Semanario Arquidiocesano de Guadalajara del 5 de septiembre de 2021.