Desde su marcha al Cielo y sin por ello pretender adelantarse al juicio de la Iglesia, ya sea porque en vida contaron con la amistad y apoyo del “Inge” –como le llamaban con cariño- o porque supieron de su vida virtuosa - extraordinaria en la vivencia de lo ordinario por amor a Dios-, y hubieran deseado conocerlo.
Las páginas de esta obra nos llevan desde su nacimiento en Zapotlán el Grande, (Jalisco, México), un 5 de mayo de 1935[1], a Guadalajara, la capital del estado, en la que estudió el bachillerato, más tarde ingeniería química, y donde vivió la mayor parte de su vida, entregado a su pasión: enseñar, lo cual hizo de manera destacada y con gran espíritu apostólico hasta su encuentro con la enfermedad. Realizó diversos viajes de estudio e investigación a los EE.UU. y a base de esfuerzo alcanzó un alto grado de conocimientos científicos que puso, con humildad, al servicio de las almas, sin jamás vanagloriarse.
Usted es un Maestro que dejará una firme huella en nuestra vida. Por todo lo anterior: Gracias Maestro.
La Universidad de Guadalajara, tras su muerte, develó un busto y nombró un aula en su honor como signo de gratitud y reconocimiento a su prestigiada labor. También sus alumnos le escribieron una carta que recibió en vida: (…) Un maestro es aquél que aparte de impartir su cátedra, da a sus alumnos parte de su propio ser, de su Filosofía de vida y de su credo. Al dar su clase cada mañana vemos cómo en cada actividad busca la oportunidad de realizarse, de santificarse (…) Usted es un Maestro que dejará una firme huella en nuestra vida. Por todo lo anterior: Gracias Maestro.
Hijo de Magdaleno Álvarez Rodríguez, albañil, y María de Jesús Ramírez Rosales, quien cuidaba de su hogar, recibió de ellos la simiente de su honda fe cristiana, trabajo duro y amor a la vida. El más pequeño de una familia numerosa (ocho hermanos, incluyendo una sobrina que se crió como hija), de los cuales uno fue llamado al sacerdocio y una hermana a la vida religiosa, vivió con alegría lo que todo chiquillo disfruta: paseos por el campo, ayudar en casa y en los corrales, hacer reír a otros mediante su ingenio con los títeres, estudiar, cantar, y todo ello en un hogar que destacaba por su alegría, caridad hacia los demás y generosidad ante la necesidad ajena.
En su vida hubo, como es común, duros golpes y alegrías. La partida al seminario de su hermano sacerdote cuando él era pequeño y luego la muerte de éste en un accidente automovilístico; la pérdida repentina de su madre por una afección cardiaca, y la partida de su padre al contraer segundas nupcias. También sufrió en carne propia la enfermedad, un padecimiento cardíaco del cual su mayor dolor fue el no poder seguir enseñando en su amada Universidad, lo que aceptó con espíritu sobrenatural ofreciéndolo por el bien de las almas de aquellos que trataba.
Entre sus momentos felices, cuenta haber conocido el Opus Dei en 1963, lo cual le presentó un nuevo horizonte encuentro con Cristo a través de su trabajo ordinario. Tuvo la oportunidad de conocer a san Josemaría, fundador del Opus Dei, en Roma y, tiempo después, al beato Álvaro del Portillo, quien le hizo ver la suerte que tenía de poder llevar a Dios a los demás a través de su labor como profesor universitario. Arturo visitaba a personas enfermas y en extrema pobreza con el fin de ayudarles en lo que le fuera posible; realizaba excursiones con sus alumnos y visitaba a las familias de éstos para comprender mejor su entorno y poderlos ayudar, lo que llegó a hacer incluso económicamente cuando alguno corría el riesgo de dejar los estudios.
"Fructificar es hacer partícipes a otros del propio bien, sin regateos y sin excusas; es darse generosamente. Dar fruto es trasmitir a los que nos rodean la alegría sana que llevamos en el corazón.”
Los 57 años de la vida de Arturo fueron como los de cualquier persona en cuanto a acontecimientos externos. Sin embargo, su honda vida interior, su humildad y el ingenio y pasión que ponía al acercar a otros a Dios, incluso en ambientes adversos de laicismo imperante, llenó su vida de fecundidad. Su sincero interés por sus alumnos y colegas, y su propia entrega a la voluntad de Dios, ponderada a través de su vida de oración, frecuencia de los sacramentos, devoción a la Santísima Virgen[2], y docilidad a su llamada dentro del Opus Dei, lo convirtieron en una persona que dejó una profunda huella en los demás.
Los libros Camino, y Es Cristo que pasa, de san Josemaría, entre otros textos de espiritualidad, dejaron una impronta en su vida de piedad. También, en una carterita que utilizaba para su examen de conciencia diario se lee, entre otras preguntas “¿Dediqué el mejor tiempo y escogí el mejor lugar para hacer la oración? ¿A cuántos les hablé de Dios el día de hoy?”
En un mensaje a sus alumnos compartió la siguiente reflexión:
…“Los poetas dicen que ‘el tiempo vuela’, o el ‘parece que fue ayer’ (…) Los filósofos definen el tiempo como la ‘medida de movimiento’, es decir, de lo que cambia. (…) Madurar es descubrir el verdadero sentido de nuestra existencia; en quiénes somos y adónde vamos. (…) Fructificar es hacer partícipes a otros del propio bien, sin regateos y sin excusas; es darse generosamente. Dar fruto es trasmitir a los que nos rodean la alegría sana que llevamos en el corazón.”
Entre los diversos testimonios que recoge este libro, José Guadalupe Ramírez, empresario, señala: “Murió como mueren los justos, en paz consigo mismo. Traspasar la puerta del Cielo es la meta primaria de todo cristiano, y Arturo Álvarez Ramírez tenía fija en su mira esa entrega absoluta a Dios.”
Sus alumnos, en una “calaverita”[3] hacían referencia a su destacada puntualidad al comienzo de sus clases, lo cual nos habla de las virtudes y lo siguió haciendo hasta su partida al Cielo el 28 de noviembre de 1992:
La muerte llegó por Arturo
y no se lo pudo llevar:
Llegó después de las siete
¡y ya no la dejó entrar!
[1] En su acta se consigna que nació el 8 de mayo, mas la familia afirma que el día de su nacimiento fue el 5.
[2] Tenía una especial devoción por la advocación del Perpetuo Socorro.
[3] Versos mexicanos que se escriben jocosamente para el Día de Muertos y se dedican a una persona querida y su encuentro con la muerte o cómo la burlaría.