Meditaciones: martes de la 32.ª semana del tiempo ordinario

Reflexión para meditar el martes de la 32.ª semana del tiempo ordinario. Los temas propuestos son: la única ambición; abrazar las oportunidades de servir; el descanso que nos renueva.

- La única ambición.

- Abrazar las oportunidades de servir.

- El descanso que nos renueva.


ALGUNAS de las imágenes que emplea Jesús pueden llamar la atención. Por ejemplo, cuando habla de un criado que vuelve de trabajar en el campo y, en lugar de defender su derecho a descansar, afirma que su amo tiene razón cuando le dice: «Prepárame la cena y disponte a servirme mientras como y bebo, que después comerás y beberás tú» (Lc 17,8). Podría parecer que está reforzando la postura tiránica de aquel señor. Sin embargo, lo que Cristo pretende mostrar a sus discípulos con esta parábola es la actitud con la que han de cumplir con sus obligaciones, ya sean con Dios o con los demás: no han de buscar el premio o el reconocimiento, sino redescubrir el valor del servicio humilde y corriente. «Igual vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: “Somos unos siervos inútiles; no hemos hecho más que lo que teníamos que hacer”» (Lc 17,10).

Algunas personas de aquella época construían su relación con Dios a partir de una lógica de la retribución. Si uno tenía una vida próspera, se consideraba que era dichoso a los ojos del Señor, que le habría brindado esa riqueza en reconocimiento de sus buenas obras. Por eso, a veces el principal motivo por el que se cumplía la Ley era precisamente para ganarse el favor divino y recibir algún beneficio. «Ante Dios no debemos presentarnos nunca como quien cree haber prestado un servicio y por ello merece una gran recompensa. Esta es una falsa concepción que puede nacer en todos, incluso en las personas que trabajan mucho al servicio del Señor, en la Iglesia. En cambio, debemos ser conscientes de que, en realidad, no hacemos nunca bastante por Dios»[1]. Jesús, con la imagen del criado, nos invita a no olvidar quiénes somos y cuál es el verdadero motivo por el que vale la pena trabajar: para dar la vida por el Señor y por los demás. «Olvídate de ti mismo… –escribía san Josemaría– Que tu ambición sea la de no vivir más que para tus hermanos, para las almas, para la Iglesia; en una palabra, para Dios»[2].


PROBABLEMENTE en más de una ocasión nos hayamos visto reflejados en el siervo de esta parábola. Después de una intensa jornada laboral, nos acercamos a casa con el deseo de encontrar un poco de paz. Sin embargo, nada más llegar comprobamos que hay otro tipo de trabajos que requieren nuestro esfuerzo y nuestra atención: cuidar de los hijos, realizar algunas tareas domésticas, ayudar a un pariente que nos busca… Y como además tenemos todo el peso del día, quizá nos resulte más difícil acoger con alegría esas ocasiones de servir a las personas que nos rodean.

El ejemplo de Jesús nos puede ayudar a ver nuestra vida como un acto de servicio constante a los demás. Él Evangelio nos muestra muchos momentos en los que el Señor retrasa su esperado descanso para atender a las personas que le buscaban. Y uno de los últimos gestos que realizó antes de su Pasión fue el de lavar los pies a quienes más amó durante su paso por la tierra. Este fue el testamento que les dejó antes de su muerte: una acción más propia de un esclavo que de un Maestro.

Cuando abrazamos esas oportunidades de servir, en lugar de rechazarlas o afrontarlas con resignación, podemos experimentar la alegría de vivir como Jesús. «Nuestra fidelidad al Señor depende de nuestra disponibilidad a servir. Y esto cuesta, lo sabemos, porque “sabe a cruz”. Pero a medida que crecemos en el cuidado y la disponibilidad hacia los demás, nos volvemos más libres por dentro, más parecidos a Jesús. Cuanto más servimos, más sentimos la presencia de Dios. Sobre todo cuando servimos a los que no tienen nada que devolvernos, los pobres, abrazando sus dificultades y necesidades con la tierna compasión: y ahí descubrimos que a su vez somos amados y abrazados por Dios»[3].


ADEMÁS de ofrecer muchas ocasiones de servir, cada jornada nos presenta diferentes modos de descansar. A veces quizá podemos pensar que solo ciertas situaciones extraordinarias nos ayudarán a recuperar las fuerzas: un plan de varios días con la familia o los amigos, el final de un tiempo de intenso trabajo, el periodo de vacaciones… Aunque es verdad que todas esas circunstancias son importantes y necesarias, también es cierto que necesitamos de momentos más cotidianos para desconectar en el día a día. De lo contrario, podemos correr el peligro de apreciar poco la vida corriente y poner nuestra ilusión solamente en experiencias muy emocionantes o intensas.

Uno puede cansarse innecesariamente a fuerza de no detenerse, de querer resolver todo de inmediato, de agobiarse con las tareas pendientes. Saber buscar el descanso en lo ordinario, en el día a día, nos lleva a vivir esas ocupaciones con serenidad: no es un modo de evasión, sino una ayuda para reenfocar la realidad. De este modo, un conflicto que quizá nos superaba –ya sea laboral, familiar o espiritual– adquiere otra perspectiva cuando hemos practicado una afición que nos gusta, dormido las horas que necesitábamos o pasado un rato divertido con familiares o amigos.

San Josemaría también animaba a recuperar las fuerzas paladeando una de las realidades más consoladoras de la vida cristiana: «Descansa en la filiación divina. Dios es un Padre –¡tu Padre!– lleno de ternura, de infinito amor. –Llámale Padre muchas veces, y dile –a solas– que le quieres, ¡que le quieres muchísimo!: que sientes el orgullo y la fuerza de ser hijo suyo»[4]. Al igual que a veces nos basta contemplar el mar o un bonito paisaje para volver renovados, en la conversación íntima con el Señor encontramos un reposo que nos ayuda a dar sentido a lo que hacemos. Es posible que la Virgen María descansara así con frecuencia: simplemente mirando a su Hijo durmiendo o jugando con otros niños. Ella nos podrá ayudar a vivir un descanso que nos haga redescubrir la alegría de servir a Dios y nuestros hermanos.


[1] Benedicto XVI, Homilía, 3-X-2010.

[2] San Josemaría, Surco, n. 630.

[3] Francisco, Ángelus, 19-IX-2021.

[4] San Josemaría, Forja, n. 331.