El santo de la vida corriente

Artículo del Obispo de la diócesis de Salto, Uruguay. "[san Josemaría] Sabe muy bien que la fe no es para sacristías ni para encerrarse en los templos y decide plantarla en la intemperie del mundo (...) Lindo descubrimiento para hombres y mujeres sumergidos en la cultura del trabajo, con agendas llenas (...) Vale la pena hacer la prueba".

Mons. Pablo Galimberti

Roma. Plaza San Pedro. Octubre 2002. La columnata de Bernini abrazando una multitud de católicos de la ciudad y del mundo, entre ellos muchos uruguayos, que asistíamos a la canonización de San Josemaría Escrivá de Balaguer, presidida por Juan Pablo II. Muchas pinceladas prepararon este cuadro.

En 1928 se abría una senda. Anotando pensamientos que bailaban en su cabeza, Josemaría ve un bosquejo de su misión. Desfilan en su mente personas de todas las razas, culturas y mentalidades buscando y encontrando a Dios en su vida ordinaria, familia, trabajo, descanso. Personas con ganas de vivir su fe en medio de sus ocupaciones habituales: campo, fábricas, oficinas…

Muchos piensan que después del “big bang” Dios se ha “retirado” de la historia y ya no muestra interés por los asuntos de la vida común. Y esa ausencia la remiendan con horóscopos.

El temple de Josemaría transforma un malestar en una misión. Le dolía comprobar que la fe no era levadura eficaz de la vida social, laboral y familiar. Pero no regaña a los fieles ni demoniza al mundo. Sabe muy bien que la fe no es para sacristías ni para encerrarse en los templos y decide plantarla en la intemperie del mundo. Para esta misión reúne jóvenes, imbuídos en el juego de los opuestos inseparables: al Dios invisible y espiritual “lo encontramos en las cosas más visibles y materiales”. Los ámbitos de lo profano y sagrado se entrecruzan y comunican de muchas formas en la vida común si antes están internalizados en la vida del creyente. Muy distinto a la receta laicista que opta por la separación rígida y neurótica. Sus intuiciones se aproximan a dichos de Santa Teresa, la fémina andariega de Avila: “¡entre los pucheros anda el Señor!”. Lindo descubrimiento para hombres y mujeres sumergidos en la cultura del trabajo, con agendas llenas, agobiados por la competitividad globalizada, salarios menguados y el multiempleo que roba horas a la familia y el descanso.

Dios creó el mundo, aprendimos en el Catecismo. Muchos piensan que después del “big bang” Dios se ha “retirado” de la historia y ya no muestra interés por los asuntos de la vida común. Y esa ausencia la remiendan con horóscopos. Pero Dios obra siempre, también hoy. Solo hay que dejarlo entrar y secundar esa acción. “La vida habitual de un cristiano que tiene fe, cuando trabaja o descansa, cuando reza o cuando duerme, en todo momento, es una vida en la que Dios siempre está presente” .

Estas enseñanzas las comunicaba San Josemaría con el calor de sus personales experiencias, amasadas en el contacto diario con Dios, siempre activo, que obra por nosotros y con nosotros, a quien hay que abrirle espacios en el mundo, sirviéndolo como instrumentos. Machacaba: “Sé insrumento, de oro o de acero, grande o chico, delicado o tosco. Todos son útiles; cada uno tiene su misión propia. Como en lo material: ¿quién se atreverá a decir que es menos útil el serrucho del carpintero que las pinzas del cirujano?”.

Sus enseñanzas lo ubican como precursor del Concilio Vaticano II, clausurado en diciembre de 1965, que alentó la misión del cristiano en la sociedad, como contrapeso a un clericalismo sofocante que con cuentagotas concedía espacios de libertad de acción a los fieles laicos.

Otra intuición fuerte de San Josemaría es guiar hacia las raíces fecundas de la experiencia cristiana. Dios existe y ha mostrado rasgos sorprendentes de Padre. Entrar en esa senda no corta las alas; al contrario, introduce en el ancho campo de la libertad de los hijos en los que soplan aires de amor gratuito, confianza y seguridad. Qué regalo estupendo para los buscadores obsesivos de identidad, palpar la certeza de un vínculo fundante, la conciencia de ser hijo o hija, de contar a toda hora con un Padre y no andar perdidos y asfixiados en los laberintos del mundo. Vale la pena hacer la prueba.

Mons. Pablo Galimberti // Diario "El País", 6-X-07, Montevideo, Uruguay