Dios no nos abandona. Todos los sacerdotes, y todos los cristianos, podemos decir con San Pablo: Non vivo ego, vivit vero in me Christus.
Pero nos abandonamos: dejamos a Cristo y nos quedamos sin compañía, solitos. Y la soledad es pesadísima, ¡tremenda!
Y aquí vienen, a la memoria vuestra y a la mía, aquellos gritos de san Agustín; que él oía en el fondo de su corazón ─cuando buscaba a Dios por todas las cosas, y no lo encontraba─ ‘Me buscas fuera y yo estoy dentro de ti’.
Nno era más que...confirmar lo que nos relata el Evangelio: Regnum Dei intra vos est. Nosotros tenemos a Cristo Jesús en las manos, lo dejamos, escondido y vivo, en el Sagrario.
Aquí se queda... con su Cuerpo y su Sangre, su Alma y su Divinidad, real, verdadera y sustancialmente, por amor.
Pero y ¿cuándo no estámos en la Iglesia o en los oratorios? Entonces, hemos de buscar a Dios en nuestro corazón: ‘Me tienes dentro’. Está en el centro de nuestra alma en gracia, el Espíritu Santo, actuando. Y con Él, el Padre y el Hijo.
Somos ¡templo! de Dios.
No estamos solos nunca.