En el verano de 1989 yo estaba viviendo en Finlandia, adonde me había trasladado desde Suecia dos años antes para comenzar la labor estable del Opus Dei. Aquel verano sería muy especial para los países nórdicos porque, por primera vez, eran visitados por el Papa.
En Finlandia, los católicos cabíamos holgadamente en el jäähalli (pabellón de hielo) de Helsinki, donde tuvo lugar la Santa Misa, a la que acudieron también un buen número de protestantes.
Antes de la celebración, los 13 sacerdotes católicos de Finlandia comimos con Juan Pablo II en la casa del Obispo. Recuerdo que se unió un párroco de Estonia, que había podido salir del país –perteneciente aún a la URSS- con algunos feligreses.
La comida fue inolvidable.
Juan Pablo II llevaba el ritmo de la conversación. Se interesaba por todo, y a cada uno le preguntaba por sus tareas sacerdotales. Cuando se dirigió a mí, le conté sobre la labor apostólica que estábamos iniciando las personas del Opus Dei. Pero no me dejó hablar mucho, sino que amablemente me interrumpió y me dijo: “No hace falta que me lo cuentes. ¡Ya me lo dijo tu Prelado en Roma!”.
Me quedé un tanto desconcertado. Aunque sabía que D. Álvaro del Portillo había estado con él antes de su visita, no pensé que, con tantas cosas en su cabeza y en su corazón, nos tuviera tan presentes.
A continuación, el Papa explicó a todos con detalle el don del Espíritu Santo que suponían las iniciativas surgidas en la Iglesia para revitalizar la vida de los laicos. Se refirió a la labor del Opus Dei, y a cómo su espíritu servía para todos los países y culturas.
El Papa nos dejó claro a los sacerdotes allí presentes que todos teníamos que ayudarnos, sosteniendo entre todos las labores de una pastoral muy personalizada y dispersa por todo el país.
Por eso, tuvo especial relevancia para mí lo que Juan Pablo II me dijo al despedirme. Nos íbamos acercando a él, uno a uno, para recibir de sus manos una medalla conmemorativa del viaje y un rosario. Se me quedó mirando, y me dijo: “Tú has venido a Finlandia para hacer el Opus Dei, y la mejor manera de ayudar a la Iglesia es haciendo precisamente eso”.