«En 2010 cumplí 60 años en el Opus Dei»

Cristina Ponce, la tercera mujer en pedir su admisión a la Obra en México, nos habla sobre la santificación del trabajo y comparte algunos recuerdos entrañables.

¿Por qué puede ser útil que la Obra llegue a algún país?

Porque el fin del Opus Dei es la mejora espiritual de la gente a través del trabajo, y en ese país puede haber gente que desconozca el valor de su trabajo; la Obra le viene a recordar que se puede santificar a través de su trabajo ordinario, sea profesional o no, pero lo ha de hacer con profesionalidad, es decir, bien hecho.

Ha insistido en la santificación del trabajo. ¿Cómo se santifica el trabajo?

Haciéndolo bien, haciendo que resulte agradable a Dios, que Él se pueda complacer en esa labor. Hace tiempo vino un australiano a México porque quería escribir un libro sobre la Obra, y entrevistó a varias personas, entre ellas a Pascuala ─ una señora campesina que es del Opus Dei ─ y le hizo esa misma pregunta. Ella respondió: “Barro bien y cepillo a la burra de modo que quede lustrosa”.

¿Por qué a veces se ataca al Opus Dei?

El fiel laico de la Obra vive en el mundo, en la sociedad de los hombres, entremezclando su existencia con el entramado de las instituciones, ambientes y quehaceres normales, insertando en ellos, mediante su propia vida, el espíritu de Cristo. Eso es lo que en ocasiones molesta; que alguien hable, que recuerde que Dios existe, que somos libres pero no somos seres autónomos sino dependientes del Creador, que se dé catequesis a todos los niveles.

¿Cuál es la novedad del Opus Dei?

Que se han abierto los caminos divinos de la tierra, ¡todos pueden ser santos! Porque Cristo dijo: “Sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto”, y nos lo dice a todos, entonces hay que intentarlo.

Cristina, usted, al ser de las primeras, conoció a San Josemaría Escrivá de Balaguer. ¿Qué impresión le causó?

Conocí al Fundador en Roma, en 1957, en un viaje que hice para estudiar un año en Italia. Antes de salir de México me robaron el equipaje así que me fui casi con lo puesto, pero finalmente llegué a la Ciudad Eterna. Tenía una ilusión enorme por conocerlo y por conocer a don Álvaro del Portillo, su colaborador más inmediato que siempre le acompañaba. Al llegar a la casa supe que no estaba en la ciudad, pero llegó a los pocos días y saludó a las 22 –de 16 nacionalidades– que habíamos llegado para hacer esos estudios. Nos saludó con el saludo de los primeros cristianos, deseándonos la paz, con voz sonora. Estuvo diez minutos en una reunión informal con nosotras, nos habló de la labor que comenzaría en Inglaterra. Cuando se fue, pregunté: ¿No vino don Álvaro del Portillo? Sí, me dijeron. Así de grande era el atractivo de San Josemaría: Don Álvaro estuvo todo el tiempo a su lado, pero sabía pasar desapercibido y no me di cuenta de su presencia.

¿Qué le atrajo en su primer contacto con la Obra?

Lo que más me llamó la atención fue la fe de las primeras Numerarias que arribaron a México de España: Guadalupe Ortiz de Landázuri y Manolita Ortiz Alonso. Eran mujeres que llegaron con apenas lo imprescindible, no tenían nada, no conocían a nadie en el país y sin embargo estaban felices y con ganas de aprender todo de México, y querían cambiar al mundo. Hablaban de Dios, de trabajar bien y de la maravilla de la vida ordinaria.

Hay quienes se preguntan qué hay detrás de la Obra…

¡Qué va a haber! Las primeras de la Obra pasamos muchas dificultades pero seguíamos adelante porque teníamos fe en Dios. El Opus Dei sin Dios no existe, no se entiende: sin el Señor no podemos hacer nada. Cuando se hablaba de los secretos del Opus Dei, nuestro fundador decía: “Vivo rodeado de gente joven, ¿usted cree que puedo guardar secretos?”. Lo que pasa es que algunos no tienen amor a la verdad, no la quieren conocer, porque la verdad compromete, y no conciben que haya gente que trabaje desinteresadamente.

En 2010 cumplí 60 años en el Opus Dei, y puedo decir que mi vida ha sido plena y alegre, aunque nunca han faltado las contradicciones de una vida ordinaria.

Marta Morales