Un japonés entre los 26 nuevos sacerdotes del Opus Dei

Entrevista a Shohei Kimura, japonés, uno de los 26 diáconos que el sábado 31 de mayo será ordenado sacerdote por mons. Javier Echevarría, prelado del Opus Dei.

Shohei es el primogénito de los Kimura. Su nombre completo significa “hombre tranquilo que vivía en un pueblo con bosque". Su madre abraza la fe católica cuando él tiene ocho años y cuatro años más tarde se convierte también él. A su ordenación vienen de Japón su padre y un grupo de la parroquia “Ibaraki", con el padre Inoue a la cabeza . “Me ha emocionado saber que vienen a mi ordenación feligreses de Ibaraki, una zona del Japón en la que, debido a las persecuciones, ha habido muchos católicos clandestinos entre los siglos XVI-XIX", cuenta Shohei . “Quizás no es exagerado decir que mi vocación cristiana la debo también a ellos".

¿Podría comentar algún hecho decisivo en el camino de su vocación?

Me bauticé a los 12 años. Este hecho lo debo a muchas personas. Destacaría en primer lugar mis padres, a los dos. Mi madre, que se convirtió 4 años antes gracias a una amiga, rezaba el Rosario con frecuencia y recuerdo que tenía mucha devoción a la Virgen de Guadalupe, no sé por qué, pero recuerdo que le tenía muchísima devoción. Fue ella quien me presentó a un sacerdote que empezó a enseñarme el catecismo.

También quiero resaltar la importancia de mi padre porque es un hombre que ama la libertad. Aunque es ateo y no le gustaba que me convirtiera, defendió siempre mi libertad frente a algunos familiares que veían la conversión de mi madre y la mía como una traición. Mi conversión era un hecho aún más grave al ser yo el primogénito. Sin embargo, mi padre siempre salió en mi defensa. Cuando empecé a recibir las primeras clases del catecismo, decía a los que me echaban en cara mi "traición": “Dejadle, si el chico quiere convertirse, se convertirá". Este amor a la libertad de mi padre lo considero importantísimo.

¿Qué recuerdo tiene de los años de catequesis?

Me impresionó que el párroco, el padre Gustaf Banbael, de Scheut (Congr. del Corazón Inmaculado de María), viniese todos los sábados a mi casa para enseñarme el catecismo. Cuando él no podía venir, venían unas monjas que yo había visto algunas veces en la parroquia. Para las distancias de Japón, la parroquia estaba lejos de mi casa. Por eso me impresiona recordar la constancia con la que durante casi 3 años me enseñaron el catecismo. Les estaré siempre muy agradecido.

Cuando cumplí 13 años, mi familia se trasladó a otro barrio de Osaka. En esa parroquia conocí al padre Josef Heriban. Era un sacerdote salesiano tranquilo, cariñoso, que transmitía mucha paz. Recuerdo perfectamente a este sacerdote belga porque fue de gran ayuda para mí. El me dió consejos muy valiosos. Un día me regaló un libro que me atrajo muchísimo, hasta el punto de ver clara mi vocación profesional: ser profesor. Era una biografía de san Juan Bosco, que me hizo desear tener vida de piedad y sobre todo dedicar mi vida a la enseñanza. Por eso luego fui a la universidad, donde estudié filología inglesa. Allí un amigo me hizo conocer el Opus Dei, y vi que ser de la Obra era lo que Dios me pedía.

¿Qué es lo que más valora de esos años?

El ejemplo de santidad de muchos sacerdotes que en el Japón trabajan en unas circunstancias objetivamente muy difíciles. El padre Banbael no era una excepción. He conocido más sacerdotes como él. De todos ellos puedo decir que nunca me sentí coaccionado a dar ningún paso, sino más bien me sentía atraído. Por eso yo diría que eran santos: eran un ejemplo maravilloso de amor y sacrificio, un ejemplo que me atraía mucho.

¿Cómo influye el ejemplo del Papa en su vida?

El ejemplo de este Papa es para mí una lección de amor. Enseña que la entrega a Cristo y a su Iglesia debe ser total, y que las limitaciones físicas no son excusa. Con sus viajes incansables para llevar a Cristo a todos los rincones, nos habla de tener un corazón abierto a todas las culturas y naciones. Sorprende cómo logra establecer un diálogo real con las personas, con los enfermos, con los jóvenes. Cuando viaja el Papa, pienso que viajamos todos con él.

Usted ha estudiado teología en Roma durante algunos años. ¿Qué destacaría de su estancia en la Ciudad eterna?

Una de las cosas que más me han gustado de Roma son sus iglesias, lo bien que están cuidadas. En Japón, un país que no es ni católico ni cristiano, es distinto. Me gusta mucho Roma, este ambiente cristiano, porque me ayuda a ser más piadoso. Por ejemplo, me gusta visitar sus muchas iglesias donde está el Santísimo expuesto todo el día. Esto es una cosa muy buena. Además, de Roma se aprenden otras muchas cosas, de su historia, de su gente, de su arte.

Usted ha participado en la reciente canonización de san Josemaría. De la vida del fundador del Opus Dei, ¿qué le resulta particularmente atractivo?

Un suceso de su vida que me impresiona mucho es cómo, durante la Guerra Civil española y a pesar de los muchos peligros que tuvo que afrontar, cumplió con su deber sacerdotal. Esto era lo único que le preocupaba. En una de las ocasiones en que estuvo a punto de morir mártir, convencido de su inminente muerte, se encomendó a Dios y dio la absolución a los que estaban con él. Recordó años más tarde que, en ese momento, aunque deseaba morir por Cristo, le temblaban las piernas. Este suceso es para mí muy atractivo porque vengo de una tierra donde ha habido muchos mártires.

¿Cómo han reaccionado sus parientes y amigos ante su ordenación?

En general bastante bien. Esto se debe a que en Japón se valoran mucho las profesiones que están centradas en los demás. Por ejemplo la de artesano, la de profesor, etc., se consideran santas. He recibido tres cartas de amigos, dos no creyentes y un católico: son tres cartas de agradecimiento y de felicitación. Ellos captan que la profesión que voy a realizar es para los demás, porque un buen sacerdote no puede quedarse con nada. Nuestro modelo es Cristo.

Además, estoy muy feliz de que mi padre venga a la ordenación. No me lo esperaba. También valoro el esfuerzo de dos hermanos que han decidido venir. En Japón no es fácil faltar al trabajo, luego hay que recuperarlo hasta el último minuto. Como es lógico, echaremos de menos a mi madre, que murió hace 10 años. Mi madre quería que yo fuera sacerdote y rezaba por mí. Ella me respetaba completamente, pero recuerdo que de vez en cuando me decía: “Shohei, ser sacerdote es algo muy bonito y muy grande".