Tabgha: aquí Cristo otorgó el Primado

Junto al lago de Genesaret, desde los primeros siglos de la era cristiana, un grupo de rocas han servido para localizar el lugar en el que Cristo otorgó a Pedro el Primado en la Iglesia. Este artículo ayuda a regresar con la imaginación a los orígenes.

Pocos lugares de Tierra Santa acercan con tanta inmediatez al Nuevo Testamento como el mar de Genesaret, en Galilea. En otros sitios, después de dos mil años de historia, la topografía se ha transformado radicalmente: se han edificado iglesias, santuarios y basílicas; algunas se han destruido, reconstruido de nuevo, ampliado o restaurado; muchas aldeas y pueblos se han convertido en populosas ciudades, mientras otras han desaparecido; se han trazado calzadas, carreteras, autopistas...

En cambio, en el lago, aunque sus alrededores no son ajenos a estas variaciones, el paisaje se mantiene casi inalterado; su contemplación, que recrea la vista y relaja el espíritu, llena el alma de una sensación intraducible: el recuerdo de Jesús y el eco de sus palabras, que aún parecen resonar en estos parajes, hacen trascender el tiempo presente.

El mar de Genesaret visto desde la iglesia del Primato. Foto: Berthold Werner – Wikimedia Commons.

Con todo, en el pasado quizá no se respiraba tanta calma en la zona. Cuando Jesús recorrió estas tierras, no menos de diez poblaciones se bañaban en el lago o se reflejaban en sus aguas desde las colinas circundantes. Existía un próspero comercio de orilla a orilla, sostenido por innumerables embarcaciones. Ninguna de esas ciudades bulliciosas ha llegado hasta nosotros.

Solo la moderna Tiberias rememora en algo a la Tiberia romana, la más joven de las antiguas, fundada a principios de nuestra era y situada entonces más al sur. De las poblaciones que Jesús conoció, podemos hacernos una idea únicamente a través de sus ruinas.

La riqueza de la comarca se debía en primer lugar a los recursos de pesca en el lago, que tiene veintiún kilómetros de largo de norte a sur, una anchura máxima de doce kilómetros, y una profundidad media de cuarenta y cinco metros. Su caudal procede principalmente del río Jordán y de algunos manantiales que nacen en sus orillas o bajo la superficie del agua. El pescado más abundante es el “tilapie”, también conocido como “pez de san Pedro”.

Las investigaciones arqueológicas han confirmado que bajo la iglesia del Primado se encuentran restos de dos santuarios datados en los siglos IV y V. Foto: Alfred Driessen.

La agricultura constituía el otro medio principal de subsistencia. Por encontrarse a 210 metros bajo el nivel del mar Mediterráneo, la región goza de un clima templado en invierno y primavera, mientras sufre un calor agobiante muchos días de verano. Estas condiciones favorecen una vegetación de tipo subtropical.

El historiador Flavio Josefo fue testigo de la fertilidad que se daba allí en el siglo primero: «esta tierra no rechaza ninguna planta, y los agricultores cultivan en ella de todo, pues la temperatura suave del aire es apropiada para diversas especies. Los nogales, que son, más bien, árboles de climas fríos, florecen aquí en abundancia. Y junto a ellos también germinan las palmeras, que crecen en zonas calurosas, y las higueras y los olivos, que requieren un aire más templado. Podríamos hablar de un orgullo de la naturaleza, que se ha esforzado por unir en un solo lugar especies tan contrarias, y de una hermosa competencia de las estaciones, donde cada una de ellas parece aspirar a imponerse en esta tierra. Pues esta región no solo produce los frutos más diversos, en contra de lo que se esperaría, sino que también los conserva. Durante diez meses sin interrupción suministra los considerados reyes de todos los frutos, es decir, las uvas y los higos, mientras que el resto de los productos maduran a lo largo de todo el año. Además de la buena temperatura del aire, la zona está regada por una fuente muy caudalosa, que la gente de allí llama Cafarnaún. Algunos creían que esta era una rama del Nilo, pues en ella se cría un pez parecido al corvino del lago de Alejandría» (Flavio Josefo, La guerra de los judíos, III, 516-520).

La roca donde habría almorzado el Señor con los discípulos se conserva en el interior de la iglesia. Foto: Berthold Werner – Wikimedia Commons.

Las huellas más importantes del paso del Señor por estas tierras se conservan en la parte noroeste del mar de Genesaret, alrededor de Cafarnaún. Al principio de su vida pública, después de haber abandonado Nazaret, Jesús convirtió en su segunda patria esa pequeña población de pescadores, donde algunos de los Doce o sus parientes disponían de casas. Son tantos los lugares que merecen nuestra atención en la comarca, que le dedicaremos varios artículos durante el año.

Nuestro recorrido empezará en Tabgha. Se trata de un paraje situado a tres kilómetros al oeste de Cafarnaún, que se extiende por unas pocas hectáreas desde la orilla del lago tierra adentro, hacia las colinas que lo rodean.

El nombre parece una derivación árabe del original bizantino Heptapegon, que significa en griego “siete fuentes”: se debe a los manantiales que existían entonces, y que siguen activos todavía hoy.

Foto: Carol Anne McConnell – Flickr.

Según la tradición de los cristianos que habitaron aquella zona ininterrumpidamente desde los tiempos de Jesús, allí habría multiplicado los cinco panes y los dos peces para dar de comer a una multitud (Cfr. Mt 14, 13-21; Mc 6, 32-44; Lc 9, 12-17; Jn 6, 1-15); allí habría pronunciado el Discurso de la Montaña que comienza con las Bienaventuranzas (Cfr. Mt 5, 1-11; Lc 6, 17-26); y allí se habría aparecido a los Apóstoles después de resucitado, cuando propició la segunda pesca milagrosa y confirmó a san Pedro como primado de la Iglesia (Cfr. Jn 21, 1-23). Apenas unos cientos de metros separan los tres lugares donde se sitúan estos episodios de la vida del Señor.

Un texto atribuido a la peregrina Egeria, quien visitó Palestina en el siglo IV, nos ofrece un testimonio elocuente de la memoria cristiana sobre Tabgha: «no lejos de Cafarnaún se ven los peldaños de piedra sobre los cuales se sentó el Señor. Allí, junto al mar se encuentra un terreno cubierto de hierba abundante y muchas palmeras y, junto al mismo lugar, siete fuentes manando de cada una de ellas agua abundante. En este lugar el Señor sació una multitud con cinco panes y dos peces. La piedra sobre la cual Jesús depositó el pan ha sido convertida en un altar. Junto a las paredes de aquella iglesia pasa la vía pública, donde Mateo tenía su telonio. Sobre el monte vecino hay un lugar donde subió el Señor para pronunciar las Bienaventuranzas» (El texto aparece en el Liber de Locis Sanctis, escrito por el monje de Montecassino san Pedro Diácono en 1137).

Centraremos nuestra atención en el primer sitio enumerado por Egeria: «los peldaños de piedra sobre los cuales se sentó el Señor». Según esta tradición, se refieren al sitio desde el que Jesús habría indicado a los de la barca que echaran la red a su derecha, durante la aparición del Señor resucitado que narra san Juan al final de su evangelio: “Estaban juntos Simón Pedro y Tomás —el llamado Dídimo—, Natanael —que era de Caná de Galilea—, los hijos de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Les dijo Simón Pedro: —Voy a pescar. Le contestaron: —Nosotros también vamos contigo. Salieron y subieron a la barca. Pero aquella noche no pescaron nada. Cuando ya amaneció, se presentó Jesús en la orilla, pero sus discípulos no se dieron cuenta de que era Jesús. Les dijo Jesús: —Muchachos, ¿tenéis algo de comer? —No —le contestaron. Él les dijo: —Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. La echaron, y casi no eran capaces de sacarla por la gran cantidad de peces. Aquel discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: —¡Es el Señor! Al oír Simón Pedro que era el Señor se ató la túnica, porque estaba desnudo, y se echó al mar. Los otros discípulos vinieron en la barca, pues no estaban lejos de tierra, sino a unos doscientos codos, arrastrando la red con los peces. Cuando descendieron a tierra vieron unas brasas preparadas, un pez encima y pan. Jesús les dijo: —Traed algunos de los peces que habéis pescado ahora. Subió Simón Pedro y sacó a tierra la red llena de ciento cincuenta y tres peces grandes. Y a pesar de ser tantos no se rompió la red. Jesús les dijo: —Venid a comer. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Tú quién eres?», pues sabían que era el Señor. Vino Jesús, tomó el pan y lo distribuyó entre ellos, y lo mismo el pez. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos, después de resucitar de entre los muertos” (Jn 21, 2-14).

Gráfico: J. Gil

El relato de Egeria no afirma que existiera una iglesia en la orilla donde se apareció Jesús, pero un texto tardío -de los siglos X-XI- atribuye a la emperatriz santa Elena la construcción de un santuario dedicado a los Apóstoles en el lugar donde el Señor comió con ellos. Algunos documentos a partir del siglo IX lo denominan indistintamente ‘Mensa, Tabula Domini’, de los Doce Tronos o de los Carbones, nombres todos que rememoran aquel almuerzo.

Por un testimonio de la Edad Media, sabemos también que el templo estaba dedicado en particular al Príncipe de los Apóstoles: «al pie del monte está la iglesia de san Pedro, muy hermosa pero abandonada», afirma el peregrino Saewulfus en 1102 (Saewulfus, Relatio de peregrinatione ad Hierosolymam et Terram Sanctam). Tras diversas vicisitudes, fue definitivamente destruida en 1263. La actual, levantada por los franciscanos en 1933 sobre los cimientos de la antigua capilla, se llama iglesia del Primado para recordar el sitio donde Jesús confirmó a Pedro como pastor supremo de la Iglesia: “Cuando acabaron de comer, le dijo Jesús a Simón Pedro: -Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Le respondió: -Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Le dijo: -Apacienta mis corderos. Volvió a preguntarle por segunda vez: -Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Le respondió: -Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Le dijo: -Pastorea mis ovejas. Le preguntó por tercera vez: -Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Pedro se entristeció porque le preguntó por tercera vez: «¿Me quieres?», y le respondió: -Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero. Le dijo Jesús: -Apacienta mis ovejas” (Jn 21, 15-17).

El mar de Genesaret visto desde la iglesia del Primato. Foto: Berthold Werner – Wikimedia Commons.

Las investigaciones arqueológicas realizadas en 1969 han confirmado que bajo la iglesia del Primado se encuentran restos de dos santuarios más antiguos: del primero, datado a finales del siglo IV, quedan visibles algunos fragmentos de sus paredes con revoque blanco; el segundo, construido cien años más tarde en piedra basáltica, es reconocible en los muros perimetrales. Los dos tenían como centro una roca llamada por los peregrinos ‘Mensa Christi’, que sigue venerándose en la actualidad delante del altar como el sitio del almuerzo con los Apóstoles. Además, los escalones referidos por Egeria se pueden observar en el exterior, en el lado sur de la capilla, protegidos por una verja.

Comentando el diálogo entre Jesús y san Pedro que hemos considerado, san León Magno -romano pontífice entre los años 440 y 461- destacaba que la solicitud del Príncipe de los Apóstoles se extiende especialmente a sus sucesores: «en Pedro se robustece la fortaleza de todos, y de tal modo se ordena el auxilio de la gracia divina, que la firmeza que se confiere a Pedro por Cristo se da a los demás apóstoles por Pedro. Por eso, después de la resurrección, el Señor, para manifestar la triple confesión del eterno amor, después de haber dado al bienaventurado apóstol Pedro las llaves del reino, con demostración llena de misterio, dice tres veces: apacienta mis ovejas. Esto lo hace sin duda ahora, y el piadoso pastor manda que se realice el mandato del Señor, confirmándonos con exhortaciones y rogando sin cesar por nosotros, para que no seamos vencidos por ninguna tentación. Si realiza este cuidado de su piedad para con todo el pueblo de Dios, y en todo lugar, como se ha de creer, ¿cuánto más se dignará conceder su ayuda a nosotros, que inmediatamente fuimos instruidos por él, que estamos junto al sagrado lecho de su sueño, donde descansa la misma carne que presidió?» (San León Magno, Homilía en la fiesta de san Pedro Apóstol).

En el inicio de su pontificado, Benedicto XVI también se refirió a la misión de velar por la Iglesia que el Señor confió a Pedro y sus sucesores, y por tres veces pidió oraciones para ser fiel a su ministerio: «una de las características fundamentales del pastor debe ser amar a los hombres que le han sido confiados, tal como ama Cristo, a cuyo servicio está. "Apacienta mis ovejas", dice Cristo a Pedro, y también a mí, en este momento. Apacentar quiere decir amar, y amar quiere decir también estar dispuestos a sufrir. Amar significa dar el verdadero bien a las ovejas, el alimento de la verdad de Dios, de la palabra de Dios; el alimento de su presencia, que él nos da en el Santísimo Sacramento. Queridos amigos, en este momento sólo puedo decir: rogad por mí, para que aprenda a amar cada vez más al Señor. Rogad por mí, para que aprenda a querer cada vez más a su rebaño, a vosotros, a la Santa Iglesia, a cada uno de vosotros, tanto personal como comunitariamente. Rogad por mí, para que, por miedo, no huya ante los lobos. Roguemos unos por otros para que sea el Señor quien nos lleve y nosotros aprendamos a llevarnos unos a otros» (Benedicto XVI, Homilía en el solemne inicio del ministerio petrino, 24-IV-2005).