Proyecto social en Villalba

Este pasado mes de julio un grupo de jóvenes de diferentes pueblos de la Isla se trasladaron al pueblo de Villalba para “dedicarle una semana de sus vacaciones” a un proyecto de ayuda social dirigida a niñas y a envejecientes de una égida.

Con las niñas que participaron en el Campamento

Este pasado mes de julio un grupo de jóvenes de diferentes pueblos de la Isla se trasladaron al pueblo de Villalba para “dedicarle una semana de sus vacaciones” a un proyecto de ayuda social dirigida a niñas y a envejecientes de una égida. "Fue una semana en la que trabajamos mucho, valió la pena”, comentaba Mariangie.

El proyecto social se organizó desde las Residencias Universitarias Torrevista en Río Piedras, Acacias en Mayagüez, Yaurel en Guaynabo y El Zeybal en Ponce. En las mañanas se tenía un campamento para niñas entre ocho y doce años de edad. Su programa comenzaba con clases de actuación. La primera clase fue una introducción breve del teatro. Luego, ensayaban las obras que se presentarían a sus familiares el último día del campamento. Al terminar la primera clase, las voluntarias les daban a las niñas una charla sobre una virtud. Entre otros temas, se les habló de la generosidad, la amistad y el compañerismo, y la sinceridad. 

Niña actuando

Para introducir la charla de cada día, algunas participantes escenificaban una historia que ilustraba la virtud y su defecto contrario, para que las niñas adivinaran el tema. Pudimos comprobar que la introducción visual les ayudaba a grabar mentalmente un ejemplo gráfico del significado de cada virtud. Después de la introducción, se dividían en dos grupos, así se les podía hablar de la virtud de una forma más concreta de acuerdo a sus edades.

Una de las niñas más traviesas del campamento fue la última que pensé ver llorosa cuando se despedía de nosotras. Cuando le pregunté a otra qué iba a hacer después del campamento, me dijo: “Primero, extrañarlas...”

"Las niñas no eran las únicas que aprendían de las charlas, nosotras también aprendíamos, pues nos reuníamos todas las noches para preparar la charla del día siguiente. Entre todas preparábamos el guión y buscábamos ejemplos apropiados para cada edad", comentó una de las voluntarias. Mariana contaba lo siguiente: "Yo estaba dándole la charla a las pequeñas, y cuando terminé, mientras esperábamos que el otro grupo terminara para poder ir a jugar, me puse a hablar con las niñas que tenía a cargo. Cuando terminó el otro grupo, les dije a mi grupo que ya era tiempo de ir a jugar. No podía creer lo que me contestaron: ¡Vamos a seguir hablando! Preferían hablar del tema, a jugar ‘Pañuelito’, un juego que nunca querían parar de jugar. Fue en ese momento que pude ver la necesidad que tienen las personas de recibir formación y también de ser escuchadas".

En una de las clases de teatro

"Después de la charla se tenía una merienda para luego empezar lo más divertido: el deporte. Quince minutos antes de que acabaran las actividades del día, las niñas tenían preceptoría con las jóvenes. Cada voluntaria tenía a cargo una niña a quien le proponía metas de cómo vivir la virtud del día. A la vez, se hacían amigas mientras escuchaban cualquier cosa que las niñas le quisieran contar. "Me impresionó mucho el cambio que vimos en las niñas. El primer día estaban bien tímidas y al ir pasando los días se iban “soltando”. Al final del campamento no se querían ir. Una de las niñas más traviesas del campamento fue la última que pensé ver llorosa cuando se despedía de nosotras. Cuando le pregunté a otra qué iba a hacer después del campamento, me dijo: “Primero, extrañarlas...”", contó Mariana.

"Nosotras teníamos una responsabilidad bien grande, pues tuvimos la oportunidad de influir en la vida de estas niñas con nuestras palabras y ejemplo", decía Zaida. Cuando se terminó el campamento se quedaron con las direcciones de las niñas para poder mantenerse en contacto durante el año.

Por la tarde, las participantes del proyecto trabajaban en una égida. Al llegar, se dividían en grupos y se dirigían a los apartamentos de los envejecientes que solicitaron ayuda en la limpieza de sus hogares. En cada apartamento, las asistentes hacían una limpieza a fondo, atendían cualquier necesidad que tuviera la persona, o simplemente se sentaban a escucharla. Más que una ayuda manual, lo que les brindaban era una ayuda humana. Muchos vivían allí porque les habían quitado sus casas. Otros se sentían solos porque nadie les visitaba. "Había una señora que se encontraba bien sola", contó una de las asistentes. "Antes de irnos, le regalamos una estampa de San Josemaría. Ella estaba muy agradecida pero nos pidió que se la leyéramos porque ella no sabía leer ni escribir. Todas nos quedamos asombradas y le explicamos que bastaba con que lo mirara, le pidiera un favor y rezara un Padre nuestro, un Avemaría y un Gloria."

Otra señora que se encontraba en una silla de ruedas, se sentía triste porque no podía hacer nada. Cuando nos sentamos a hablar con ella, nos habló de la Biblia, luego sacó un libro que tenía lleno de estampas y le regaló una estampa a una de las jóvenes. Una de las personas que más me impresionó fue una señora que nos encontramos en el pasillo, quien nos invitó a entrar a ver lo limpio que tenía su apartamento. Nos sentamos con ella en la sala de estar y nos empezó a contar toda su vida, sus preocupaciones, sus alegrías y cómo, aunque no podía salir del apartamento, ayudaba a las personas a través del teléfono. Cuando nos tuvimos que ir se echó a llorar y nos dio las gracias por habernos sentado a escucharla. Todas las jóvenes que participaron estaban muy agradecidas pues pudieron comprobar que somos más afortunadas dando que recibiendo. Cada una regresó a su hogar con un bagaje lleno de experiencias vividas y con la ilusión de retornar el próximo año.