El Papa explica el camino de la oración de contemplación

“La contemplación, más que un modo de rezar, es una íntima condición del ser humano que debemos descubrir”, explicó el Papa Francisco en la audiencia. “Somos contemplativos, tenemos la capacidad de ver el mundo con los ojos del corazón, que van más allá del simple examen de la realidad, mirando desde el amor y la fe”, añadió.

Queridos hermanos y hermanas:

Seguimos con las catequesis sobre la oración y en esta catequesis quisiera detenerme en la oración de contemplación.

La dimensión contemplativa del ser humano —que aún no es la oración contemplativa— es un poco como la “sal” de la vida: da sabor, da gusto a nuestros días. Se puede contemplar mirando el sol saliendo por la mañana, o los árboles que visten de verde la primavera; se puede contemplar escuchando música o el canto de los pájaros, leyendo un libro, delante de una obra de arte o esa obra maestra que es el rostro humano… Carlo María Martini, enviado como obispo a Milán, tituló su primera Carta pastoral “La dimensión contemplativa de la vida”: de hecho, quien vive en una gran ciudad, donde todo —podemos decir— es artificial, donde todo es funcional, corre el riesgo de perder la capacidad de contemplar. Contemplar no es en primer lugar una forma de hacer, sino que es una forma de ser: ser contemplativo.

La oración purifica el corazón, y con eso, aclara también la mirada, permitiendo acoger la realidad desde otro punto de vista

Ser contemplativos no depende de los ojos, sino del corazón. Y aquí entra en juego la oración, como acto de fe y de amor, como “respiración” de nuestra relación con Dios. La oración purifica el corazón, y con eso, aclara también la mirada, permitiendo acoger la realidad desde otro punto de vista.

El Catecismo describe esta transformación del corazón por parte de la oración citando un famoso testimonio del Santo Cura de Ars: «La oración contemplativa es mirada de fe, fijada en Jesús. “Yo le miro y él me mira”, decía a su santo cura un campesino de Ars que oraba ante el Sagrario. […] La luz de la mirada de Jesús ilumina los ojos de nuestro corazón; nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los hombres» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2715). Todo nace de ahí: de un corazón que se siente mirado con amor. Entonces la realidad es contemplada con ojos diferentes.

“¡Yo le miro, y Él me mira!”. Es así: en la contemplación amorosa, típica de la oración más íntima, no son necesarias muchas palabras: basta una mirada, basta con estar convencidos de que nuestra vida está rodeada de un amor grande y fiel del que nada nos podrá separar.

Basta una mirada, basta con estar convencidos de que nuestra vida está rodeada de un amor grande y fiel

Jesús ha sido maestro de esta mirada. En su vida no han faltado nunca los tiempos, los espacios, los silencios, la comunión amorosa que permite a la existencia no ser devastada por las pruebas inevitables, sino de custodiar intacta la belleza. Su secreto era la relación con el Padre celeste.

Pensemos en el suceso de la Transfiguración. Los Evangelios colocan este episodio en el momento crítico de la misión de Jesús, cuando crecen en torno a Él la protesta y el rechazo. Incluso entre sus discípulos muchos no lo entienden y se van; uno de los Doce alberga pensamientos de traición. Jesús empieza a hablar abiertamente de los sufrimientos y de la muerte que le esperan en Jerusalén.

En este contexto Jesús sube a lo alto del monte con Pedro, Santiago y Juan. Dice el Evangelio de Marcos: «Y se transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo» (9,2-3). Precisamente en el momento en el que Jesús es incomprendido —se iban, le dejaban solo porque no entendían—, y en este momento que Él es incomprendido, precisamente cuando todo parece ofuscarse en un torbellino de malentendidos, es ahí que resplandece una luz divina. Es la luz del amor del Padre, que llena el corazón del Hijo y transfigura toda su Persona.

En Jesucristo en su persona y en el Evangelio no hay contraposición entre contemplación y acción

Algunos maestros de espiritualidad del pasado han entendido la contemplación como opuesta a la acción, y han exaltado esas vocaciones que huyen del mundo y de sus problemas para dedicarse completamente a la oración. En realidad, en Jesucristo en su persona y en el Evangelio no hay contraposición entre contemplación y acción, no. En el Evangelio en Jesús no hay contradicción. Esta puede que provenga de la influencia de algún filósofo neoplatónico, pero seguramente se trata de un dualismo que no pertenece al mensaje cristiano.

Hay una única gran llamada en el Evangelio, y es la de seguir a Jesús por el camino del amor. Este es el ápice, es el centro de todo. En este sentido, caridad y contemplación son sinónimos, dicen lo mismo. San Juan de la Cruz sostenía que un pequeño acto de amor puro es más útil a la Iglesia que todas las demás obras juntas.

Lo que nace de la oración y no de la presunción de nuestro yo, lo que es purificado por la humildad, incluso si es un acto de amor apartado y silencioso, es el milagro más grande que un cristiano pueda realizar. Y este es el camino de la oración de contemplación: ¡yo le miro, Él me mira! Este acto de amor en el diálogo silencioso con Jesús ha hecho mucho bien a la Iglesia.


Algunos recursos relacionados con la catequesis del papa Francisco sobre la oración

Conocerle y conocerte (V): Cómo nos habla Dios.

¿Qué es la oración?, ¿cómo se hace?, ¿Dios escucha y responde? (de la serie Preguntas sobre la fe cristiana)

«Dejé de rezar porque no se cumplía nada de lo que pedía» (Historia de “Regreso a Ítaca”, volver a creer a los 50)

Catequesis del Papa Francisco sobre el Padre nuestro.

• Serie Conocerle y conocerte sobre la oración.

Meditación del prelado del Opus Dei sobre la oración (15 min.)

Libreria Editrice Vaticana / Rome Reports