Paisajes de techos azules

Luego del paso del Huracán María, un grupo de amigas y vecinas deciden ayudar a los más necesitados llevándoles ayuda material y consuelo espiritual a muchas familias en el centro de la isla.

Ya han pasado más de seis meses desde la devastación causada por María y quisiera contar algunas de las experiencias vividas a lo largo de estos meses.

Luego de asegurar nuestros hogares y familias, nos dimos a la tarea de hacer visitas de solidaridad, de esperanza y amor a hogares con necesidades, muchos de ellos con sus techos azules y que habían quedado sin muebles, ropa, etc. debido a las fuertes lluvias que inundaron sus casas.

Desde Villablanca, un Centro de la Obra que atiende la labor en San Juan, Arecibo y los pueblos de la costa norte de la Isla, organizamos un grupo de voluntarias acompañadas de jóvenes y familiares. Llevamos artículos de primera necesidad – agua, alimentos, linternas, ropa y otros artículos- a diferentes comunidades afectadas por la toda la Isla. Pero, además de las cosas materiales, les llevamos el calor de un abrazo solidario, la ternura de una sonrisa, el cariño de nuestra compañía y la atención de escucharlos narrar lo que estaban sufriendo y todas sus experiencias por el paso del huracán.

Como muestra podemos contar algunas anécdotas de las visitas que nos impactaron más, como la de un hogar de ancianos que no tenían agua ni luz y el huracán había destruido la zona donde guardaban la ropa de cama y toallas de los envejecientes. Pudimos llevarles comida caliente que nos donó una empresa de comida rápida, ropa de cama, artículos de higiene personal, etc.: todos estaban felices y agradecidos por nuestra compañía y la ayuda que les brindamos.

En otra ocasión fuimos a visitar una zona del centro de la Isla y una señora que no tenía agua ni luz nos comentó que su única preocupación era poder llegar a Misa cada domingo; otra persona ciega por un accidente hace catorce años comentó que la gente se queja por no tener luz por seis meses y que él no la tenía desde hace catorce años pero que siempre estaba feliz porque tenía la luz de Dios en su corazón.

En otra casa encontramos una señora que cuidaba a su marido enfermo y a una hermana con impedimentos que estaba encamada: nos recibió con una gran alegría y nos agradeció la compra de comida que le llevamos.

Un policía que llevaba muchos años en cama nos dijo que veía que su enfermedad le había llevado a vivir con sus papás, hermanos, sobrinos y que estaban muy unidos. Nos sonrió y le regalamos una estampa de San Josemaría e inmediatamente la puso en la ventana de su cuarto para verla.

En otra casa solo quedó en una columna un crucifijo y un Rosario colgado: todo lo demás desapareció con el paso del huracán.

Podríamos seguir contando testimonios muy lindos pero las personas más beneficiadas fuimos nosotras porque nos ayudó mucho para vivir con mayor solidaridad, estar pendientes de no quejarnos de lo que podemos carecer, e imitar el amor y agradecimiento que recibimos de todos esos hogares con toldos azules.

Seguiremos ayudando en todo lo que podamos, apoyándonos en los nos pide el Papa Francisco: salir de la zona de “confort”, estar pendientes de los demás y vivir las obras de misericordia.

Video: El papa dialoga con niños afectados por el huracán María