“Me da alegría confirmar que la Universidad de Navarra se siente comprometida, como fue deseo de su fundador, a impartir una educación completa de las personalidades jóvenes, que incluye como dimensión ineludible la formación cristiana de su sensibilidad social. Han de esforzarse por superar el aturdimiento que lleva consigo la frivolidad hedonista. Deben avanzar en la adquisición de una honda formación intelectual y humana que haga de ellos hombres y mujeres maduros, ciudadanos responsables, personas cultas, proporcionalmente competentes. Al iniciar mis palabras hacía referencia al camino en libertad y caridad como parte esencial del tesoro legado a la Universidad de Navarra por el beato Josemaría Escrivá”. Con estas palabras del beato Álvaro del Portillo, recogidas en vídeo durante su última estancia en 1994 en la Universidad de Navarra, arrancó el coloquio para recordar la figura del segundo Gran Canciller.
La historiadora Inmaculada Alva fue presentando y dando paso a cada uno de los integrantes de la mesa redonda: Natalia López Moratalla, Guido Stein, José María Bastero y Paco Errasti, que fueron compartiendo sus recuerdos y encuentros con el segundo Gran Canciller de la Universidad.
El acto en el que se centraron fue el de 1994, cuando don Álvaro asistió por última vez, poco antes de fallecer, como Gran Canciller al nombramiento de doctores honoris causa. Su primer acto como Gran Canciller tuvo lugar el 12 de junio de 1976, en el acto homenaje a san Josemaría, fundador de la Universidad y su primer Gran Canciller.
También recordaron su visita, en 1985, a la sección de Pediatría infantil de la Clínica Universitaria, la imposición de doctor honoris causa de 1989, el simposio de teología que trataba sobre la formación de los sacerdotes en el que habló sobre las virtudes como sacerdote de Josemaría Escrivá en 1990, y las dos misas que celebró ya como obispo para todo el campus universitario en el año 1991 y en 1994.
“El beato Álvaro destacaba sobre todo por su bondad”
Un hombre sencillo, discreto y bueno. Así describía Paco Errasti al beato Álvaro. Errasti fue director de la Clínica entre 1984 y 1997. En esos 13 años don Álvaro estuvo en la clínica 14 veces, en la que él mismo tuvo la oportunidad de acompañarlo.
Errasti no duda cuando se le pregunta qué destacaría de él: “Lo que llamaba la atención de don Álvaro, sobre todo, y yo diría que por encima de cualquier otro rasgo de su personalidad, era su bondad. La bondad que te envolvía en cuanto estabas con él y que por tanto te llevaba inmediatamente a una manifestación de confianza enorme. Siempre estaba sonriente, una sonrisa suave, afable”, comenta Errasti.
“Recuerdo que en 1987, que fue un verano de calor notable en Pamplona -ahora ya estamos acostumbrados, pero entonces todavía no- y no había aire acondicionado en la Clínica -ahora hay en todas las habitaciones- cuando don Álvaro estuvo hospitalizado. Las enfermeras, por las que sentía especial predilección, le propusieron poner unos ventiladores, a lo que don Álvaro se negó. Y fueron a comentárselo después a don Javier, a decirle que había que poner unos ventiladores porque hacía mucho calor. Y don Javier dijo: ¿Todos los demás enfermos tienen ventiladores? ¿No? Pues don Álvaro es un enfermo más y no se le pone. Esto es una manifestación de cómo era don Álvaro”, concluye Errasti.
“El ejemplo del Gran Canciller nos alentaba a todo el personal a trabajar cuidando cada detalle”
Guido Stein, doctor en Filosofía y profesor del IESE, ocupó el cargo de Secretario General de la Universidad cuando era muy joven, y coincidió en distintas ocasiones con el beato Álvaro en sus visitas como Gran Canciller. Recordó cómo preparaban cada uno de los actos de la Universidad de manera pormenorizada todo el personal: “desde los bedeles y el personal administrativo, hasta los miembros de rectorado. Todos los actos se ensayaban meticulosamente antes. Y sin duda eso era por el ejemplo de cómo preparaba las cosas el segundo Gran Canciller, hasta el último detalle”.
“En 1993 don Álvaro vino a hablar con las personas de rectorado”, recuerda José María Bastero, en ese momento Vicerrector de Investigación. Don Álvaro les impulsó a ser más ambiciosos con la formación que se impartía y la investigación que realizaban: “Estoy muy contento, la universidad ha mejorado, va muy bien… pero os voy a decir una cosa: esta universidad no es la que quería el fundador”.
“¡Nos quedamos totalmente planchados!”, contó Bastero. Y añadió don Álvaro: “El fundador quería una universidad capaz de transformar el mundo, y en este momento vosotros sois muy buenos en docencia pero en investigación no. No tenéis prestigio en investigación y como en este momento a las universidades se les barema por investigación, si queréis decir algo que tenga incidencia social y doctrinal, no os van a escuchar porque no tenéis prestigio. Hay que cambiar la investigación”.
“Su preocupación siempre fue la transmisión del espíritu cristiano en la Universidad”
López-Moratalla, catedrática emérita de Bioquímica y antigua Vicerrectora de Profesorado dijo que nunca olvidará los 19 años en los que el beato Álvaro del Portillo fue Gran Canciller de la Universidad. Recordó que, desde su nombramiento en 1976, D. Álvaro impulsó siempre la transmisión del espíritu cristiano de la Universidad, “era su gran preocupación”. También manifestó un cariño especial hacia los estudiantes que venían de Europa del Este, entonces bajo dictaduras comunistas, para los que pedía a la Universidad “que se preocupasen del pan de su alma”.
De la última vez que lo vio fue durante la ceremonia de entrega de los doctorados honoris causa del año 1994, destaca López-Moratalla: “Don Álvaro estaba bastante cansado y mayor y se notaba el esfuerzo que ponía en los discursos para mantener ese tono humano y sobrenatural”.