Aurora Nieto Funcia: la primera supernumeraria del Opus Dei

En este episodio de "Fragmentos de historia" nos adentramos en la vida de Aurora Nieto Funcia, una mujer sencilla y fuerte, maestra, madre de tres hijos y viuda desde los 28 años. En 1945 descubrió su vocación en el Opus Dei como camino de entrega y encuentro con Dios, y es considerada la primera supernumeraria. Su historia ilumina lo que significa buscar la santidad en medio de la vida ordinaria.

Dice Victor Hugo en Los Miserables, que “el historiador de las costumbres y de las ideas” es tan importante como “el historiador de los sucesos”. Mientras este se dedica a lo que podríamos llamar “las grandes cuestiones de la humanidad” y “a los personajes importantes, el historiador de las costumbres tiene entre manos el fondo, el pueblo que trabaja, las preocupaciones, las evoluciones secretas de las almas… es decir, aquello que sucede a nivel micro mientras el mundo cambia a nivel macro. La vida de personas anónimas, con vidas sencillas, que no sobresalen entre sus contemporáneos, que no marcan una época, una nación, una dinastía o una profesión, pero que no por ello son menos importantes o necesarios porque, tal y como se pregunta el mismo Víctor Hugo, “¿acaso se conoce bien la montaña cuando no se conoce la caverna?”.

Para los que nos dedicamos a la Historia del Opus Dei esta es la realidad con la que nos encontramos muchas veces, pues la vida de la gente que forma parte de esta institución suele ser, habitualmente, discreta y muy normal, en coherencia con el mensaje de ser santo en medio del mundo a través de la vida ordinaria, en el trabajo profesional... Existe una “montaña” que es necesario explicar, pero sobre todo hay una “caverna” de miles de personas cuya vida es el mejor espejo de lo que el Opus Dei es y, a la vez, cuya santidad es imposible de plasmar. Entre otras cosas por las limitaciones de fuentes con las que nos encontramos a la hora de estudiar sus biografías. Sin embargo, y gracias en parte a una peculiar conciencia histórica –tanto del fundador como de las primeras generaciones del Opus Dei– así como porque se trata de una historia reciente, nos encontramos de vez en cuando con joyas que nos permiten ser ese historiador de las costumbres y de las ideas de las que hablaba Víctor Hugo.

Este el caso de la vida de Aurora Nieto Funcia, a quien podríamos llamar la primera supernumeraria del Opus Dei. En 1980 le hicieron una entrevista que quedó grabada y de la que vamos a reproducir algunos fragmentos a lo largo de este podcast; además contamos con el testimonio escrito de uno de sus hermanos y de varios sobrinos, así como con las cartas que escribió durante muchos años tanto a san Josemaría como a las primeras mujeres del Opus Dei: a Nisa González Guzmán, a Encarnita Ortega, a Guadalupe Ortiz de Landázuri… entre otras. Y al tratarse de una mujer que vivió entre 1904 y 1990, también hemos podido descubrir algunos aspectos de su biografía gracias a periódicos de la época.

¿Quién era Aurora?

Aurora Nieto Funcia nació en Fermoselle, Zamora, el 12 de noviembre de 1904 y era la mayor de ocho hermanos. Estudió Magisterio, una de las profesiones más comunes entre las mujeres de su tiempo (entre aquellas que tenían acceso a la educación) y obtuvo el puesto de maestra en propiedad de la Escuela de Párvulos de Fuentesauco (Zamora). A los 18 años se casó con José Gil Angulo, un conocido político conservador de Zamora, que llegó a ser presidente de la Diputación y alcalde de la ciudad al final de la Dictadura de Miguel Primo de Rivera, además de gobernador civil de Guadalajara y Palencia. El joven matrimonio tuvo tres hijos: José María, Fernando e Ignacio. Los tres eran pequeños y Aurora apenas tenía 28 años, cuando su marido falleció el 7 de octubre de 1932.

Al enviudar, Aurora se trasladó a Salamanca, donde vivió toda su vida. Desde aquel momento tuvo también que trabajar para sacar adelante a sus hijos. Ella misma reflejó en alguna carta la “penuria económica” en la que vivía, que la obligaba a trabajar en varios lugares al mismo tiempo para poder mantener a sus hijos y a su madre, que también se trasladó a vivir con ellos.

¿En qué consistía el pluriempleo de Aurora? Por una parte, disponía de unas fincas en Zamora que debía administrar, algo que le aportaba un sueldo extra, aunque también preocupaciones, pues lógicamente dependía de las buenas cosechas para que fueran rentables. A inicios de los años cuarenta trabajaba tanto en el Auxilio Social como en la Caja de Ahorros de Salamanca en labores de secretaría y archivo. En mayo de 1951 fue nombrada directora de la Escuela-Hogar de la Sagrada Familia, una institución impulsada por la Obra Social de la Caja de Ahorros de Salamanca en los Pizarrales, un desfavorecido barrio de la ciudad donde según crónicas de la época eran comunes el hambre, la corrupción y unos sueldos tan bajos que hasta los niños se veían obligados a trabajar.

Era habitual que Aurora vistiera de luto, tanto por ser viuda como por el fallecimiento de su hijo José María, en 1950, que había estado siempre enfermo y con una salud muy débil. No es raro que en sus cartas Aurora hablara de sus hijos, pero a este parece que lo tenía más especialmente en su pensamiento, pues es el que más le preocupaba e incluso llegó a tener que ingresarlo en un sanatorio. En 1964 fue operada por un desprendimiento de retina del que no pudo recuperarse, quedándose ciega desde ese momento. Sus hijos Fernando e Ignacio ya estaban casados, por lo que continuó viviendo en su casa y en cierta medida mantuvo su independencia, aunque durante los siguientes 26 años una señora se encargó de cuidarla. Una de sus sobrinas, Belén Nieto, que vivió con ella unos años en Salamanca, decía que “impactaba su integridad y la sensación de que era portadora de un secreto, de algo que motivaba sus actos y sus palabras”. A esta sobrina siempre despertó su curiosidad “esa sensación de paz y aceptación” a pesar de las tragedias que había vivido a lo largo de su vida. Aurora falleció el 12 de octubre de 1990 a los 85 años.

El secreto de Aurora

Otra de sus sobrinas, Ana Nieto, recuerda a Aurora como una mujer “atenta, recta, culta, cumplidora, flexible, serena, piadosa y cariñosa”. En el Archivo General de la Prelatura del Opus Dei se conserva el relato anónimo de una persona que la conoció en sus últimos años de vida en Salamanca y que la describió como “trabajadora y servicial (…) muy pendiente de ayudar a las personas que tenía alrededor”. Aurora era una mujer que destacaba por su capacidad de amistad profunda y leal, y sus familiares la recuerdan elegante, muy piadosa, fuerte, serena y que siempre se esforzaba por comprender, por escuchar y por respetar la libertad de los demás, aunque a veces le dolieran las decisiones que tomaban.

La fe había sido algo nuclear en Aurora desde pequeña, inculcado en primer lugar en el ámbito familiar. Además, desde muy joven se involucró en Acción Católica, siendo la presidenta de la Sección Femenina de Mujeres diocesana. Antes de conocer el Opus Dei ya era una mujer con una gran inquietud apostólica y andaba buscando algo que le ayudara a hacer algo más, sin saber qué exactamente, para mejorar las cosas en la sociedad, influir más, conocer más a Dios…: “Yo tenía un deseo callado, porque no podía ser expresado, pero un deseo muy sentido y muy vivido, de apostolado con gente joven, con gente principalmente de estudios, gente universitaria, y en el mundo. No de vocaciones religiosas, sino en el mundo, de personas corrientes y molientes”.

Quizá por eso, cuando conoció a san Josemaría vio rápidamente en el Opus Dei la respuesta a esos anhelos, y entendió que era una llamada de Dios. Que era su vocación. El encuentro tuvo lugar en Salamanca en marzo de 1945. Tanto el fundador como Álvaro del Portillo habían viajado para impartir ejercicios espirituales a un grupo de varones y de mujeres respectivamente. Aunque Aurora no pudo asistir, días después tuvo la oportunidad de estar con ambos en el Palacio Episcopal de Salamanca. El sacerdote Pedro Altabella, amigo del fundador, fue quien les puso en contacto. Según recordaba la propia Aurora, en aquella conversación san Josemaría le contó cómo era la institución que había fundado, las personas que formaban parte de la misma y también su idea de cómo se iba a extender por el mundo y cómo el Opus Dei se haría a los modos de ser y de hacer de cada país. El encuentro debió durar unas dos horas, pero Aurora Nieto Funcia decía que ella se convenció en cuestión de minutos:

Vi realizada, y más por un sacerdote, que me daba mucha garantía, una cosa que yo tenía en la cabeza. Y fue por eso rapidísima mi adhesión. No tuvo que haber convencimiento: fue una cosa de visión rápida (…). Me consideré ya incluida desde el primer momento”.

Antes de decidirse a pedir la admisión, habló con su confesor, el dominico Manuel Cuervo, a sugerencia de san Josemaría. El Padre Cuervo le dijo que no veía problema en su “disposición interior” pero sí en la dificultad que podía suponer su situación familiar, el hecho de que tuviera que trabajar tanto y la dependencia de sus hijos, especialmente de José María. Ella misma tenía ese miedo a no encajar, y se veía, en sus palabras, como una “carreta desvencijada” al lado de las demás mujeres que ya eran de la Obra.

Sin embargo, tal y como escribió Aurora a Encarnita Ortega, san Josemaría le dijo que ella podría seguir con su vida y sus obligaciones y, a la vez, ser del Opus Dei. Merece la pena citar las palabras con las que ella explicó a Encarnita la claridad y confianza que le había transmitido el fundador para que se decidiera a pedir la admisión a pesar de los evidentes inconvenientes que se iban a presentar: “Estuvo ayer aquí el Padre, en casa, vino con don Álvaro y me dijo el modo cómo yo desde casa y sin desatender a mis hijos podía ser admitida y pertenecer a la Obra. Me parece mentira y aunque la idea de estar lejos de vosotras y fuera de las casas me da algo de pena y hasta algo de miedo de no acomodarme bien al espíritu peculiar que el Padre quiere, confío en que él lo sabe y no ha visto en ello inconveniente”.

Pidió la admisión sabiendo que no iba a vivir en un centro del Opus Dei y que su dedicación a la Obra no sería exclusiva ni como la de los miembros célibes que, hasta el momento eran los únicos que formaban parte de la Obra. Los casados no tendrían esta posibilidad hasta 1950. Es decir, que Aurora se adelantó a todo esto impulsada por el propio fundador, quien sí tenía claro que habría personas casadas y que el mensaje del Opus Dei era para todos. Esta mujer fue pionera incluso entre los varones, pues los primeros en pedir la admisión como supernumerarios fueron Tomás Alvira, Vicente García Hoz y Mariano Navarro Rubio en octubre de 1948. Aurora lo había hecho el 30 de octubre de 1945. Haría la admisión el 1 de mayo de 1952 y la oblación –es decir, la incorporación jurídica– el 31 de mayo de 1953. Su incorporación definitiva fue el 27 de abril de 1968.

Una de las cosas que más impresionan de ese encuentro con san Josemaría y de la claridad que tuvo Aurora para saber que el Opus Dei es lo que estaba buscando, es la convicción con la que ella misma hablaba de la impresión que le causó el fundador desde el punto de vista sobrenatural. Para ella no fue tan importante su carácter o si se daba o no una simpatía a nivel humano. Lo definitivo fue la certeza de saber que tenía delante a una persona que tenía una misión divina y que esta misión emanaba de él con una fuerza arrolladora.

De todas formas, se fueron presentando dificultades y no faltaron momentos de incertidumbre para Aurora, quien se veía en una situación muy distinta a la del resto de mujeres del Opus Dei. Eso hacía que a veces mostrara la preocupación por estar plenamente integrada y le pareciera que era menos del Opus Dei que las demás. No ayudaba que no existieran más personas en su situación ni que jurídicamente no estuviera contemplado. Al fin y al cabo, Aurora tenía 41 años, tres hijos y solo ella no vivía en un centro de la Obra. Su situación tan particular y diferente al resto de las mujeres que pertenecían a la Obra le preocupaba, como así lo mostraba en una de sus cartas. Por ejemplo, el 8 de noviembre de 1945, ocho días después de haber pedido ser admitida, le decía a Encarnita: “¡Qué ocultos son los planes del Señor! Porque pensar yo que el Padre ha obrado de ligero al decirme que yo también cabía en la Obra no puede ser, y sin embargo, tan atada yo de pies y manos y para un tiempo que es imposible prever, ¿qué puedo yo hacer por y para la Obra? Me tienes que decir tú y además orientarme y ayudarme para que yo pueda seguiros lo más cerca posible y no ser para la Obra lastre o peso muerto”. Durante esos primeros años, y hasta que se abrió un centro en Salamanca, Aurora recibió la formación fundamentalmente en Los Rosales, una casa de retiros ubicada en Villaviciosa de Odón, en Madrid y de la que en ese momento era directora Encarnita.

Todavía impresiona más la respuesta que recibió a esa misiva, pues es muestra de la confianza y de la conciencia que tenían también las que eran numerarias de la plena vocación de Aurora. Le aseguraba Encarnita: “¡Qué labor tan eficaz puedes hacer en la Obra en este momento abrazándote alegremente con la cruz… las obras necesitan cimiento y la nuestra, por ser grandiosidad, los necesita enormes y has tenido la suerte de que el Señor te escoja a ti como parte de esos cimientos”. Ese mismo año, en el diario de Los Rosales también se recoge esa conciencia de similitud entre Aurora y las demás. Cito: “Qué alegría tan enorme pensar que otra alma más se une a la Obra para ayudarnos a prender fuego a la tierra”.

Es decir, que no solo san Josemaría o la propia interesada, sino también las demás mujeres del Opus Dei –a pesar de lo sorprendente que podía parecer en el contexto de la época– entendieron que Aurora –que no había ido a vivir con ellas, sino que se encontraba en su casa, con sus hijos, que era viuda y tenía importantes responsabilidades– formaba parte e incluso era “fundamento” del Opus Dei tanto como las que sí vivían en un centro de la Obra y no tenían ese tipo de obligaciones.

Esa confianza fue clave para la perseverancia y seguridad de Aurora en su vocación. En una carta de 1947 le decía a Encarnita: “Tú me has vuelto a asegurar que debo sentirme muy hija del Padre y muy hermana vuestra y eso es precisamente lo que yo quería. Te aseguro, Encarnita, que en lo que de mí depende me siento de verdad hija del Padre y hermana vuestra y unidísima a todas en todo”. Y en una carta al fundador le escribía también: “Estoy contenta Padre, muy contenta (…). Me siento del todo ya de la Obra y una más, aunque lejos, que vive y está entregada a la Obra”.

Ese convencimiento, como es lógico, se iría reforzando con el paso de los años, también con la llegada de otras mujeres en esa misma situación. Algo que hoy día es lo común en el Opus Dei, donde aproximadamente el 80% de los miembros son supernumerarios, se presentaba como único en los años 40 del siglo pasado.

Aurora fue pionera, gracias a san Josemaría y a las primeras del Opus Dei, en vivir como una supernumeraria. Es decir, como una mujer que es consciente de que tiene una vocación, que esta es igual a la de los miembros célibes, y que se hace santa con su quehacer, sea el que sea, con lo que tiene entre manos en ese preciso momento, y con la preocupación por acercar almas a Dios empezando por su hogar. De hecho, ella fue de gran ayuda para la labor de varones en Salamanca cuando se abrió el primer centro en 1949. Según su sobrina Ana, su casa “era para ellos un lugar para descansar y sentir más el hogar de la Obra que les intentaba transmitir”. Les ayudaba para lavar y planchar los ornamentos de oratorio, pero también los confeccionaba ella misma, como cuando en 1950 les regaló un paño de hombros, un ornamento litúrgico que utilizan los sacerdotes en algunas ceremonias como la bendición con el Santísimo. También en alguna ocasión les preparaba el postre para celebraciones, e incluso les invitaba a pasar con su familia fiestas importantes, como en la Nochebuena de 1950, cuando varios de ellos fueron a cenar a su casa. Así como, por supuesto, en el apostolado con mujeres. Las primeras vocaciones eran amigas suyas, como María Jesús López Areal, que pidió la admisión como numeraria el 21 de marzo de 1945, Consolación Pérez, Consi, que había hecho lo mismo el 24 de julio del mismo año o Paula Gómez Trapero, Berta Boyero, María Calzada y María Escudero, entre otras. En muchas de sus cartas de estos primeros años puede verse esa preocupación por las vocaciones que iban saliendo de Salamanca, por su salud física y espiritual, por las dificultades que iban teniendo o por las alegrías.

En definitiva, una mujer corriente de su tiempo, con un trabajo y una familia que sacar adelante y a la vez, una mujer poco común, alguien que supo ver en el mensaje de san Josemaría una vocación y un carisma que intentó vivir, desde aquel 30 de octubre de 1945, durante toda su vida. Esta es la historia de una persona que, en su cotidianidad, nos permite adentrarnos en lo que el Opus Dei es: una institución donde caben todos aquellos que tengan vocación y que vivan su vida, la que ya tenían, con afán de santidad. En ese sentido, Aurora ayuda a conocer mejor qué es un supernumerario y a entender la importancia de las circunstancias y de la disponibilidad ante la misma realidad vocacional. Es, en definitiva, precursora de algo que se resolvió con total naturalidad posteriormente. Una ventana para conocer mejor el Opus Dei y a san Josemaría, esa historia de las costumbres y de las ideas que se adelantan a las leyes, que construyen la Historia en general, y que, como la vida misma, está compuesta por grandes hitos y pequeñas batallas.

Ana Escauriaza