Veranos junto a San Josemaría

En los años 70, durante el verano, Dora junto con otras mujeres de la Obra, acompañó a San Josemaría por diversos lugares de Francia e Italia, para encargarse de la atención doméstica en la casa donde residían.​ La vida espiritual de Dora creció intensamente, en estas temporadas.

Habitualmente Dora hablaba poco sobre su vocación y sus primeros tiempos en el Opus Dei. Pero siempre comentaba que había aprendido todo de san Josemaría: a rezar, a hacer bien su trabajo en el hogar, a servir, a dejar las cosas ordenadas y mil detalles más.

Entre los años 1966 y 1974 durante el verano, Dora junto con otras mujeres de la Obra, acompañó a San Josemaría por diversos lugares de Francia e Italia, para encargarse de la atención doméstica en la casa donde residían.

La vida espiritual de Dora creció intensamente, en estas temporadas. Ella contó un episodio que le impresionó vivamente, ocurrido en Premeno, al norte de Italia, el 26 de julio de 1970. Unos minutos antes de la hora del almuerzo, mientras colocaba unos platos en el comedor, vio a san Josemaría que iba muy recogido, rezando, con cuatro flores de hortensia en la mano. Entró en su despacho, se clavó delante de la imagen de la Virgen y, como un niño, le ofreció el ramo. Esa manifestación de devoción mariana movió a Dora a repetir con mayor frecuencia actos de reparación y de petición por la Iglesia. Animaba a las demás con vehemencia: vamos a rezar por el Padre.

Es sabido que, después del Concilio Vaticano II, se produjo una crisis en la Iglesia, que afectó a bastantes instituciones y a muchas personas, de modo particular sacerdotes, religiosos y religiosas. Aquellos años -hasta su muerte en 1975- fueron de gran sufrimiento para san Josemaría, que veía maltratada a la Iglesia en la doctrina, en los sacramentos, en la disciplina. Rezó mucho e hizo rezar a todos los fieles del Opus Dei, encauzando sus vidas por caminos de total fidelidad a la Iglesia y al Romano Pontífice, de oración y desagravio por las ofensas al Señor que se cometían.

El verano de 1971, se encontraba en Caglio, cerca de la frontera con Suiza. Dora aplicaba a su vida interior todas las enseñanzas que escuchaba de labios del Fundador. Una vez les habló de la necesidad de recurrir a la Misericordia de Dios; les decía que no podían apelar a su Justicia, porque su Justicia podía arrasarnos a todos. En otra ocasión, explicándoles nuestra filiación divina adoptiva, preguntó a Rosalía si sabía de dónde vienen las manzanas. – Del manzano, fue la respuesta. – Pero, ¿de qué parte? – De las ramas. –No, apostilló san Josemaría; todo procede de la raíz: si la raíz es buena, el árbol da buenos frutos. Así nosotros, que somos hijos de Dios: si somos buenos hijos, daremos buenos frutos.

También les trasmitía frases de la Sagrada Escritura y jaculatorias para que las incorporasen a su oración personal: "el que tiene miedo, no sabe querer" (qui autem timet non est perfectus in caritate); "lo que es bueno a sus ojos, se haga" (quod bonus est oculis eius faciam Dominus meus); "Corazón Sacratísimo y Misericordioso de Jesús, danos la paz", y muchas más.

El 21 de agosto, víspera entonces de la fiesta del Corazón de María, el Fundador les confió que, cuando entraba en el comedor y encendía la luz, se empeñaba en ver a Jesús, a María, a José, a san Joaquín y santa Ana en el hogar de Nazaret. Al pronunciar cada nombre, fue recorriendo los rostros de las que le miraban. Dora quedó muy impresionada .

Anécdotas extraídas del libro "Una luz encendida, Dora del Hoyo", Javier Medina. Ed. Palabra, Madrid 2012.