Álvaro del Portillo: el arte de gobernar, sirviendo

Comunicación presentada por Ernesto Juliá en el Congreso con motivo del Centenario de Álvaro del Portillo, en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz (12-14 de marzo de 2014).

“Ya sabéis cómo, en las naciones, los que son considerados príncipes las dominan con imperio, y sus grandes ejercen poder sobre ellas. No ha de ser así entre vosotros; antes, si alguno de vosotros quiere ser grande, sea vuestro servidor; y el que de vosotros quiera ser el primero, sea siervo de todos, pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos”[1] .

Álvaro del Portillo, a los 61 años de edad, y después de haber convivido con San Josemaría Escrivá durante más de 40 años, y participado con él en las labores de gobierno del Opus Dei, se encontró ante la invitación de Dios de llevar adelante la tarea iniciada por el Fundador.

La invitación llevaba implícito un doble encargo: transmitir íntegro y vivo a las generaciones futuras el espíritu recibido de las manos del Fundador; y, a la vez, dejar asentada la configuración jurídica canónica del Opus Dei, ya extendido en todo el mundo, para que el espíritu pudiera seguir desarrollándose hasta el final de los tiempos, sin obstáculos ni desviaciones que pudieran quitarle eficacia e, incluso, hacerlo ineficaz.

Una tarea sin duda ardua, y de la que toma inmediatamente conciencia sabiéndose instrumento poco adecuado y, a la vez, confiando plenamente en Dios. Pocos días después de ser elegido para llevar adelante el Opus Dei, reconoció que se le habían caído en el corazón los miles de personas que en aquel momento formaban parte del Opus Dei; y que Dios, que recibía la oración de todos los fieles del Opus Dei, le ayudaría a llevar el peso.

En esta relación desearía fijar mi atención, de manera particular, en analizar cómo Álvaro del Portillo alcanzó a conjugar la armonía de las tres virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad, en su labor de gobierno. O sea, cómo fue creciendo en unión con Dios, viviendo la tarea que el mismo Señor le encargó, y creciendo en caridad, en amor a Dios y a los hombres. Y que esto fue posible, porque a lo largo de sus años como Presidente, después Prelado, del Opus Dei, no perdió nunca de vista que, gobernar es servir.

¿Servir a quién? A Dios, a Cristo, muy en primer término; a la Iglesia; a los fieles del Opus Dei; y así, a todos los cristianos.

El anhelo de servir a Dios, a Cristo, lo dejó recogido en el lema de su escudo episcopal: Regnare Christum volumus. A la Iglesia, bien consciente del anhelo del Fundador, de que “el Opus Dei quiere servir a la Iglesia, como la Iglesia quiere ser servida”; y a los fieles del Opus Dei, como él mismo confesó en más de una ocasión: “Hijas e hijos de mi alma, permitidme que os haga una confidencia: yo no vivo más que pensando en nuestro Padre –en cómo serle más fiel– y en vosotros, en cómo ayudaros a ser santos”[2]

La Fe de Álvaro del Portillo se manifiesta en la siempre viva disposición de aprender, de pedir consejo, de no fiarse en absoluto únicamente de su parecer. Y en su fidelidad al espíritu recibido, además de su anhelo de aprender de todos, y en todas las circunstancias, para llevar a cabo su misión; y especialmente la disposición de rectificar el camino emprendido, apenas ser consciente de que no era el adecuado.

Bien consciente de que “terminada la época fundacional, ese espíritu (el del Opus Dei) queda ya inalterable, de tal manera que nadie puede aumentarlo ni disminuirlo”[3], toda su misión está recogida en una frase que escribió a Mons. Marcello Costalunga, entonces Subsecretario de la Congregación para los Obispos: “El programa de trabajo, que usted me atribuye con tanta delicadeza, y que yo asumo por completo, lo resumiría en una sola palabra. ¡fidelidad!” [4].

La Esperanza, en su constancia y tenacidad para alcanzar los objetivos propuestos, y poder así realizar la misión recibida. Entre el no cejar y el volver a empezar cada día, transcurrieron sus años de gobierno a la cabeza del Opus Dei. “Trabajaba y hacía trabajar. Tenía muy buena capacidad organizativa, y un don especial para impulsar la tarea en equipo. Vivía una urgencia paciente, que imprimía a su alrededor una tensión de esfuerzos sosegados; a su lado se avanzaba con ritmo y con enorme tranquilidad, sin perder el aliento en carreras agitadas: una cosa tras otra, con orden, con mucho orden, con rectitud de intención; con la fuerza de quien no actúa por interés propio, sino para la gloria de Dios”[5].

Álvaro del Portillo dejó buenas muestras de Caridad, en el trato con todos los colaboradores; y muy especialmente, también con las personas que le ayudaron en su tarea; y también con los que se obstinaron repetidamente, en algunos casos, en querer hacer daño al Opus Dei. En su labor más específica de gobierno, estuvo al tanto de las necesidades de los demás, y se empeñó por acudir con presteza –con urgencia de servir– a las necesidades de todos. “En las tareas de gobierno de la Obra, le he oído reprender con firmeza, si se retrasaba un trámite, algo que nos solicitaban desde otro país: ‘no podéis dejar caer los papeles en el olvido: no hay cosa más desalentadora que el silencio administrativo” [6].

¿Cuáles fueron las principales cuestiones de gobierno en el Opus Dei con las que Álvaro del Portillo tuvo que enfrentarse? Sin pretender ser exhaustivo, señalo las cuatro tareas siguientes:

-La primera, y más comprometida –aunque quizá no la más importante– era la de obtener para el Opus Dei un reconocimiento jurídico adecuado al espíritu que hiciera posible una defensa del espíritu ante cualquier posible evolución, o interpretación, de las disposiciones legales vigentes en cada momento de la Iglesia.

-La segunda, promover el proceso de beatificación de Josemaría Escrivá, siguiendo el anhelo –el clamor– que surgió entre los miembros del Opus Dei y en una porción grande del pueblo cristiano, apenas conocida la muerte del Fundador. Que el Fundador fuera Beatificado, y en su día Canonizado, era también un modo de dejar bien asentado el espíritu para las futuras generaciones.

-La tercera, la más escondida y la más silenciosa, y a la vez, la más difícil – quizá también la más importante–, en mi opinión. Transmitir el espíritu del Opus Dei en su plenitud, bien consciente, como era, de que el Opus Dei duraría, en palabras de su Fundador, “mientras hubiera hombres sobre la tierra”.

El Fundador había dejado el espíritu del Opus Dei grabado, esculpido; y a la vez, sabía que los hombres podían desvirtuarlo. Con claridad lo recordó poco antes de su muerte:

“Tenéis por delante tanto camino recorrido, que ya no os podéis equivocar. Con lo que hemos hecho en el terreno teológico –una teología nueva, queridos míos, y de la buena– y en el terreno jurídico; con lo que hemos hecho con la gracia del Señor y de su Madre, con la providencia de nuestro Padre y Señor San José, con la ayuda de los Ángeles Custodios, ya no podéis equivocaros, a no ser que seáis unos malvados”[7]

En las manos de Álvaro del Portillo estaba que ese espíritu ni se anquilosara, ni perdiera contornos y luces, y que no se acomodase falsamente al correr del tiempo, a las aparentes necesidades de un momento.

Pero, si los detalles centrales y fundamentales estaban ciertamente “esculpidos”; no así otros aspectos de la vida espiritual de los miembros de la Obra, que podrían variar, lógicamente según tiempos y lugares, dentro del espíritu propio del Opus Dei de santificar todos los trabajos y situaciones en las que los hombres se puedan encontrar.

-La cuarta, continuar el crecimiento de la labor apostólica del Opus Dei. El Fundador había subrayado poco antes de morir, las prioridades de toda la tarea: primero las personas y después las labores:

“Las obras corporativas salieron después. Las obras corporativas no son lo esencial en la Obra: lo esencial es que cada uno viva suelto donde sea, y se porte como un hijo de Dios a toda hora, y viva de Amor, y trabaje por Amor, y se sienta siempre sostenido con ese Amor, con esa fortaleza de Dios”. [8]

A la vez, dejó por escrito algunas labores que le hubiera gustado haber puesto en marcha, pero que no había sido posible llevar a cabo por distintos motivos. Y, sin duda, la más exigente en todos los aspectos, esta Universidad Pontificia que acoge hoy la celebración del centenario del nacimiento de Álvaro del Portillo.

* * * * *

¿Cómo ha llevado a cabo estas cuatro grandes tareas?

La primera con mucha Fe y Esperanza, en primer lugar. Después de haber vivido 40 años codo a codo, corazón a corazón, con Josemaría Escrivá, Álvaro del Portillo es consciente de la verdad de sus palabras. En el Opus Dei, “todo está hecho, y todo está por hacer”, y que así sería siempre hasta el final de la historia.

En el proceso de obtención de la configuración jurídica que permitiera ese crecimiento en libertad, los obstáculos fueron incontables como se podía prever, y quizá muy especialmente por la dificultad, por parte también de buenos estudiosos de la espiritualidad cristiana, de hacerse cargo de la nueva comprensión de la santidad que Josemaría Escrivá aportaba en la Iglesia –aún siendo tan antigua como el evangelio, y por tanto, tan moderna como el evangelio–, y que ampliaba el concepto de santidad muy arraigado, no solamente en la mente y el espíritu de los religiosos, sino también en buena parte de sacerdotes y del pueblo de Dios. La consideración del Card. Ratzinger –reflejada con motivo de la canonización de San Josemaría– tardaría todavía un buen número de años en llegar:

“En esta perspectiva se comprende también mejor qué significa santidad y vocación universal a la santidad. Conociendo un poco la historia de los santos, sabiendo que en los procesos de canonización se busca la virtud ‘heroica’, podemos tener, casi inevitablemente, un concepto equivocado de santidad: ‘esto no es para mí –tendemos a pensar–, porque yo me siento incapaz de practicar virtudes heroicas: es un ideal demasiado elevado para mí’. La santidad se convierte entonces en algo reservado para determinados ‘grandes’ cuyas imágenes vemos en los altares, y que son muy diferentes a nosotros, normales pecadores. Pero esta es una idea equivocada de la santidad, una percepción errónea que ha sido corregida –y este me parece el punto central– precisamente por Josemaría Escrivá”[9].

En algún momento del camino de la configuración del Opus Dei como Prelatura personal, camino recorrido en cuatro años de continuos diálogos, encuentros, reuniones, con las personas de la Curia, Álvaro del Portillo se enfrentó con dificultades no fáciles de vencer, como han recogido ya en su reciente biografía, y como quedan reseñados también en el estudio sobre el Itinerario Jurídico del Opus Dei.

El Señor permitió momentos en los que la configuración jurídica anhelada pareciese imposible de conseguir, y, especialmente, después de la primera decisión de la Congregación de Obispos de no considerar oportuno seguir adelante con el proceso de erigir el Opus Dei en Prelatura Personal.

Algunas gestiones no dieron el resultado esperado. Un día pareció que las cosas se complicaban de tal manera que no se veía una salida inmediata. En un silencio durante una reunión con pocas personas, Álvaro del Portillo musitó casi entre dientes, una frase más o menos como ésta: “Nuestro verdadero amigo es Dios. Si Él quiere, esto saldrá; si no, no. De nada nos vale confiar en los apoyos que podamos encontrar en la tierra”.

Una vez superado ese obstáculo, y ya en pleno desarrollo del estudio requerido por la Congregación, tuvo lugar la fuga y filtración interesada de documentos del proceso, que fueron enviados a Obispos de todo el mundo. Los documentos fueron acompañados con un escrito lleno de afirmaciones falsas sobre lo que en realidad se pretendía conseguir de la Santa Sede, y con el claro propósito de crear un clima contrario al Opus Dei entre el Episcopado de todo el mundo.

El propio atentado al Papa Juan Pablo II, tres días antes de que el Card. Baggio le presentase los resultados de los meses de estudio de la Comisión, supuso un compás de espera, y creó la incertidumbre sobre la marcha adelante de todo el proceso. También después de la decisión pontificia de la erección de la Prelatura, se levantaron las calumnias en torno a la relación del banquero Calvi con la Obra, en agosto de 1982, y que llegaron lógicamente hasta el Vaticano.

En todas estas situaciones Álvaro del Portillo reaccionó con serenidad. Después de uno de estos hechos escribió al Card. Baggio: “Son los últimos centímetros de la carrera de cien metros. Después, si no saliera la intención especial al final de esta novena, sería señal de que hay que seguir rezando: fiat voluntas tua! (Matth. VI, 10). Seguiremos rezando y diciendo: ¡qué bueno es Dios que nos hace rezar más! ¡Se ve que el diablo quiere agitar las aguas!”[10]

La Esperanza de que, si era de Dios –como estaba convencido, porque san Josemaría, estaba convencido–, saldría en su momento. “In te Domine speravi, non confundar in aeternum”. [11]

Una esperanza atenta, porque las insidias humanas y diabólicas contra el proyecto, podían acechar hasta el último momento, como había ocurrido en otros tiempos de la historia de la Iglesia con otras instituciones:

Así lo manifestó en una carta a Mons. Martínez Somalo, Sustituto de la Secretaría de Estado, el 15-II-1983.

“(…) sería una pena que mandasen una Bula con inexactitudes, que me obligaran a hacer un recurso al Santo Padre, para que se rectificasen, porque quedara trastocada la realidad orgánica de la Obra, aparte de que quedaría mal la autoridad del mismo Santo Padre, si la Bula no estuviera de acuerdo con la Declaratio que ha sido publicada ya en todo el mundo y muy bien recibida en todas partes, y en la que consta la aprobación de ese Documento por parte del Papa”.[12]

Unos meses antes de su muerte, el Fundador había dicho que se moriría sin haber alcanzado esa configuración jurídica para el Opus Dei; y que dejaba todo en las manos de Dios. Sabía que otros hijos suyos, fieles y preparados por él, la llevarían a cabo. Sin duda estaba pensando en Álvaro del Portillo.

La segunda tarea: la beatificación de Josemaría Escrivá. Con decisión, y mucha fe, Álvaro del Portillo comenzó enseguida a buscar Cartas Postulatorias, especialmente de Obispos, Arzobispos, Cardenales que hubiesen conocido y tratado a Josemaría Escrivá, Cartas que en aquel entonces servían de presentación y apoyo en estos procesos.

Para llevar adelante en esta labor se encontró con la plena disposición de hijos suyos que visitaron a los Ordinarios de todas las diócesis donde el Opus Dei realizaba una labor apostólica estable, a otros muchos que conocían las actividades del Opus Dei, y a su Fundador. La respuesta fue muy positiva, aunque lógicamente, algunos Prelados no escribieron ninguna Carta Postulatoria.

Cuando, al final de todo el proceso, y fijada ya la fecha de la ceremonia de Beatificación, Álvaro del Portillo regresó de la reunión en el que se fijó la fecha de la Beatificación, comentó: “Hemos ido realmente de prisa”, y dio gracias a Dios.

Una “prisa” sostenida por la clara conciencia de que la misión encargada por Dios al Opus Dei daría más fruto en medio de la Iglesia y del mundo, y quedaría fortalecida, con el reconocimiento oficial de la Iglesia de que esa nueva “visión” de la santidad era la adecuada para los fieles corrientes cristianos, con la subida a los altares del hombre encargado por Dios para proclamarla en todo el mundo.

El Señor facilitó pronto las cosas. Fueron muchos los favores atribuidos a la intercesión de Josemaría Escrivá, y no pasó mucho tiempo hasta que, entre los favores, apareciese uno que finalmente fue declarado Milagro. Esto permitió hacer todo el trabajo de la Beatificación con calma, con orden y con constancia.

Comenta así Salvador Bernal esta faceta del trabajo de Álvaro del Portillo: “He visto, en parte, cómo planeó las diversas etapas, cómo eligió a las personas que se ocuparían de tantos asuntos, y cómo estaba pendiente –sin agobios ni controles– de que todo fuese adelante. Al final, repetía que Dios quiso hacer un milagro en el momento oportuno. Pero la verdad es que, antes, se habían sucedido cientos y cientos de horas de trabajo a conciencia, que cuajaron en miles de páginas encuadernadas en decenas de volúmenes. Las reformas jurídicas promulgadas por Pablo VI y Juan Pablo II agilizaron, sin duda, las causas de beatificación. Pero, ya en la última fase, fue necesario un esfuerzo ímprobo para reunir y estudiar documentos, repasar las extensas declaraciones de los testigos, y analizar los escritos del Fundador, para facilitar la redacción de la positio definitiva. Ante tarea tan exhaustiva, don Álvaro manifestó muchas veces que no habría sido posible sin la informática: los ordenadores habían permitido ‘trabajar mucho más deprisa y mejor”[13].

Los ordenadores, y el trabajo sacrificado de un buen número de personas dedicadas de lleno a la tarea.

Y detalle de Esperanza. En una reunión de familia, quizá sobre el año 1985, yo manifesté la opinión de que, si todo fuera bien, quizá en el año 2000 podríamos ver la Beatificación. Comentó enseguida que no fuera pesimista, que él esperaba ver a Josemaría Escrivá en los altares antes de morirse. Y así sucedió.

No obstante el regalo de Dios del milagro atribuido a la intercesión de Josemaría Escrivá, y de que la figura del Fundador del Opus Dei era muy bien acogida y venerada por muchos, la beatificación a la vez no era bien aceptada por un buen grupo de personas. La vida de Cristo se refleja también en estos detalles, en la vida de sus firmes seguidores en este mundo.

Álvaro del Portillo llevó muy bien la campaña denigratoria contra Josemaría Escrivá que algunos ex miembros del Opus Dei organizaron especialmente en España. Algunos periódicos se hicieron eco de sus calumnias e intrigas, y crearon un revuelo, sobre todo en España, que alcanzó un cierto eco en la prensa europea y americana.

En ningún momento perdió la calma, aunque lógicamente, la preocupación y el temor a que esas falsedades propaladas por ciertas personas pudieran retrasar todo el proceso, era real, y le originaron un cierto malestar, que llevó con serenidad, y sin dejar en ningún momento de seguir dando pasos en la dirección apropiada.

La tercera misión. La menos conocida, sin duda, y a la vez quizá la más importante y de más transcendencia en el servicio de Dios, en la Iglesia. En las instituciones de cualquier tipo, que el Señor promueve en su Iglesia, puede surgir el fenómeno de los “reformadores internos”, y, de hecho, en algunas ha tenido lugar con mucho daño para todos.

Álvaro del Portillo, que había vivido con el Fundador alguno de estos momentos –de poca consistencia, es cierto, pero siempre con posibilidades de crecer y desorientar si no se les ataja con firmeza–, no tuvo que afrontar ninguna situación semejante.

Era necesario, a la vez, descubrir el modo de ir viviendo en plenitud y en las variadas circunstancias, el espíritu recibido. De ese espíritu, el núcleo de lo fundacional no se puede nunca confundir con el modo de vivir toda la riqueza de ese espíritu en las diferentes situaciones, que se van sucediendo a lo largo del tiempo. El ejemplo del Concilio de Jerusalén es un paradigma para todas las obras que Dios promueve en la tierra.

“Aplicaba sin excepciones ni rutinas los criterios marcados por el Fundador, en punto al espíritu sobrenatural, colegialidad de las decisiones o sentido profesional. No se aferraba a sus propias ideas: sabía rectificar cuando era necesario. Impresionaba también su visión de conjunto, su espíritu positivo, y la confianza y libertad que suscitaba a su alrededor”[14]

A él le correspondía vigilar, y hacer posible, que el espíritu se transmitiera “integro”, sin añadiduras ni cargas inútiles; y sin acomodaciones ni interpretaciones que le pudieran quitar algo de su plenitud, y por tanto, de eficacia sobrenatural, de santidad y de apostolado. El espíritu es vida; no es un tesoro que se pueda guardar en un arcón, sencillamente para contemplarlo y admirarlo.

El mejor modo de desvirtuar un espíritu es impedir que la fuerza interior que lo mueve, lo que podríamos llamar la “plasmación de la gracia fundacional”, se paralice, se coarte, o, por querer asegurarlo mejor, fijarlo en reglas que le impidan desarrollar a los miembros del Opus Dei, en libertad, todas sus posibilidades.

Ya Josemaría Escrivá había anunciado que, a su muerte, todo seguiría igual en el Opus Dei. No se podía olvidar, sin embargo, que pequeños detalles en la vida cotidiana de los miembros, y el modo de vivirlos en la práctica, tenían que cambiar.

A la vez, como cualquier institución que nace por voluntad de Dios, y está formada por hombres y mujeres, el Opus Dei estaba expuesto a la presencia de elementos perturbadores que pudieran disgregar la unidad y el buen entendimiento.

La persona de Álvaro del Portillo ejerció un poder catalizador de las mejores energías espirituales, que hizo posible que ese fenómeno no apareciera.

Con la aprobación del Opus Dei en Prelatura personal, los “votos”, vinculados a la condición de Instituto Secular, fueron eliminados. Era necesario, a la vez, mantener claramente establecido el libre compromiso de amor, que formalizara sin lugar a dudas la vinculación de cada fiel con la Prelatura, sin gravar el peso, ni añadir cargas. Y así ocurrió.

A Álvaro del Portillo le correspondió la difícil misión de indicar los cauces para vivir una serie de virtudes, en la nueva configuración jurídica del Opus Dei, de manera que todos los fieles de la Prelatura vivieran en plena libertad, con un “compromiso de amor”, sin restos de cualquier obligatoriedad que pudiera vincularse a la existencia de “votos”.

Para ser fiel en esta misión, pidió al Señor luces para “hacer lo que haría el Padre”. Y el Señor, se las concedió.

Un ejemplo del espíritu con que Álvaro del Portillo vivió esta faceta del gobierno queda bien expresado en el siguiente hecho.

El 7 de junio de 1980, entre los asuntos de gobierno que tenía que resolver, se había incluido una consulta de una Región, en la se pedía el permiso oportuno para no llevar a la práctica la reforma de un oratorio, que había indicado Josemaría Escrivá, después de celebrar la Santa Misa.

Algunos directores consideraron que era preferible dejar el oratorio tal como estaba cuando celebró la Misa Josemaría Escrivá y así quedaría un recuerdo histórico de su presencia. Álvaro del Portillo, sin embargo dijo que hicieran las reformas que el Fundador había indicado; y añadió que, de esa manera, nos quedábamos con el mejor recuerdo, el de la obediencia.

Para llevar adelante esta tarea, me gustaría subrayar un detalle que quizá ha pasado inadvertido para muchas personas, y lo hago sin la menor intención crítica. Álvaro del Portillo era ingeniero, y aunque después estudió historia y teología, la formación ingenieril dejó una buena marca en su modo de acercarse a los problemas.

Con el paso de los años, su espíritu se fue abriendo a horizontes de comprensión, de visión de los acontecimientos, mucho más amplia y comprensiva; transformación que le permitió hacerse más cargo de situaciones espirituales complejas, y le ayudó a resolver problemas de interpretación y de aplicación del espíritu fundacional, para el bien de personas de muy distinta condición, cultura, etc. En alguna ocasión tomó medidas que luego tuvo que revocar. Rectificó con humildad y sabiduría, pensando siempre en el bien de las personas que Dios había confiado a su gobierno, y en la fidelidad al espíritu recibido.

La cuarta misión. Habiendo vivido con Josemaría Escrivá desde los primeros años de la historia del Opus Dei. Álvaro del Portillo fue testigo de la expansión de la labor por España, por Europa, por África, Asia, América y Oceanía.

A la muerte del Fundador, la labor del Opus Dei estaba bien asentada en todas las naciones en las que había comenzado. Fueron, aquellos, tiempos de la primera siembra, con el acento puesto más bien en la formación y descubrimiento de vocaciones, y en la realización de algunas obras corporativas de formación y de apostolado.

Pensando en la gloria de Dios, y en el servicio a la Iglesia, Álvaro del Portillo impulsó a todos los miembros del Opus Dei a esforzarse, pidiendo siempre gracia al Señor, para dar un salto que podríamos llamar “cualitativo”, y que suponía una apertura de la labor del Opus Dei en servicio de la Iglesia.

Cuando Álvaro del Portillo anunció, en 1983, la creación de esta Universidad sorprendió a todo el grupo de personas que entonces colaborábamos a su lado. Nos sorprendió, no porque nunca antes se hubiera pensado –de hecho, era ya una idea en la mente del Fundador, y sabíamos además que el entonces Papa, Juan Pablo II, estaba interesado en una iniciativa semejante– sino porque lo vimos, en un primer momento, como un proyecto que exigía una preparación cuidadosa y detallada, para poner en marcha cuando llegase el momento señalado.

Álvaro del Portillo, sin embargo, lo veía ya hecho realidad, y su ejecución se puso enseguida en marcha, y efectivamente comenzó como Centro Académico Romano de la Santa Cruz, en octubre de 1984. Otra vez, la Fe venció todos los obstáculos, se comenzó como se pudo, con pocos pero sólidos fundamentos, y hoy es ya una realidad asentada entre las demás Universidades Romanas.

Para llevar adelante todas las gestiones necesarias para la aprobación del proyecto, jugó un papel muy importante la capacidad de diálogo, la serenidad, la confianza, que Álvaro del Portillo sembraba a su alrededor.

Ya en tiempos pasados, su amabilidad había removido el corazón de algunos Ordinarios diocesanos que inicialmente no veían con buenos ojos el comienzo de la labor del Opus Dei en sus diócesis; y que después de conversaciones y encuentros con Álvaro del Portillo cambiaron de actitud, y dieron los permisos oportunos.

D. Álvaro tuvo la gracia de mantener el ritmo de la expansión de la labor del Opus Dei por los países del mundo. Con Fe, y ante la llamada de Obispos que solicitaban la presencia del Opus Dei en sus diócesis, no dejó de seguir impulsando ese desarrollo. Durante su gobierno, el Opus Dei comenzó su actividad en Congo, Camerún, Costa de Marfil, Sud-África, Corea del Sur, Singapur, Hong-Kong, Taiwan Polonia, Finlandia, Suecia, Lituania, Letonia, Chequia, Eslovaquia, Eslovenia, Croacia, Hungría, y por último, Jerusalén.

* * * * *

Me gustaría señalar también la serenidad y la paz con las que don Álvaro reaccionó –como buen hombre de gobierno– ante las contrariedades que se encontró en el desarrollo de estas cuatro grandes tareas. Los obstáculos eran, lógicamente, de prever, y no podían causar extrañeza.

En una ocasión en la que la Santa Sede tomó una decisión sobre un asunto concreto de la Obra, que no coincidía con lo que él había propuesto y hasta entonces considerado el más adecuado para el bien de la Obra, aceptó la decisión papal, considerando que con esa decisión “el Señor nos mandaría mucho bien”. Como así fue.

Y ante las campañas de calumnias y dicherías sobre la acción del Opus Dei que se levantaron en diversos lugares del mundo, y por diversos motivos, su reacción fue la que queda muy bien recogida en estas palabras, dando consejo a los miembros del Opus Dei que sufrían más directamente una de estas campañas:

“Puesto que ahora lanzan contra la Obra tamañas falsedades, no nos podemos quedar parados, porque eso es lo que querría el diablo. Hemos de trabajar para que esta campaña no desconcierte a las almas. Debéis exponer con claridad –procurando llegar hasta el último ambiente– la realidad de nuestro espíritu y de nuestro modo de obrar, de manera perseverante y tenaz. De todo esto sacará el Señor mucho bien, si rezamos y trabajamos con fe, continuidad y sosiego”[15]

Y esas actuaciones, las vivía con el espíritu que dejó reflejado en una carta al entonces Card. Ratzinger, en respuesta a unas letras que el Cardenal le escribió con motivo de una de esas contradicciones:

“Me da gusto comunicarle que estamos tranquilos y serenos: ¡estamos acostumbrados a campañas contrarias aún más grandes! Nos basta seguir el ejemplo de nuestro queridísimo Fundador ante las calumnias: aunque le dolían por la ofensa a Dios que comportaban y por el daño que producían a las almas, perdonaba de corazón, rezaba por los calumniadores, sonreía y continuaba trabajando infatigablemente para cumplir la Voluntad de Dios. También nosotros nos esforzamos en actuar de ese modo (…), conscientes de que la Cruz es una bendición que Dios envía a sus hijos, para purificarlos y para hacer más fructífero el trabajo apostólico. Ofrecemos todas estas dificultades por el bien del Cuerpo Místico de Cristo”. [16]

* * * * * *

Hemos querido dejar de manifiesto la presencia de las tres virtudes que configuran la vida de un cristiano, Fe, Esperanza y Caridad, en la labor de gobierno al frente del Opus Dei, de Álvaro del Portillo, primero como Presidente y después como Prelado.

Podríamos resumir estas páginas subrayando que Álvaro del Portillo realizó su tarea en la Fe del origen divino del Opus Dei; y del espíritu que Josemaría Escrivá le había transmitido.

En la Esperanza, consciente de que había recibido el mandato del Señor de sembrar, y que Él daría el incremento. De ahí sus constantes llamadas a la fidelidad del espíritu; al empeño de santidad y de apostolado que ha de estar vivo en el corazón de los fieles que el Señor le encomendó en el Opus Dei.

En la Caridad, en servicio de toda la Iglesia –“como la Iglesia quiere ser servida” – y en servicio de todas las personas, no sólo de las más cercanas a los miembros del Opus Dei, sino también a personas alejadas de la Fe; y a todas las clases sociales: así promovió la creación de Universidades, de dispensarios médicos, de escuelas agrícolas, de colegios para personas discapacitadas, etc., etc. Y sobre todo, mantuvo firme y vibrante el gran mandamiento de la caridad en los fieles de la Prelatura: “Id y predicad a todas las gentes”, anunciando a todos a Cristo, en su Muerte y en su Resurrección.

Ernesto Juliá Díaz


[1] Mc 10, 42-45

[2] Javier Medina Bayo, Álvaro del Portillo. Un hombre fiel, Rialp , Madrid, 2012, pág. 616.

[3] Javier Medina Bayo, Álvaro del Portillo. Un hombre fiel, Rialp, Madrid, 2012, pág. 617.

[4] Javier Medina Bayo, Álvaro del Portillo. Un hombre fiel, Rialp , Madrid, 2012, pág. 616.

[5] Salvador Bernal, Recuerdo de Álvaro del Portillo, Rialp, Madrid, pág. 215.

[6] Salvador Bernal, Recuerdo de Álvaro del Portillo, Rialp, Madrid, 1996, pág. 207.

[7] San Josemaría Escrivá, En diálogo con el Señor, Roma, pág. 220.

[8] San Josemaría Escrivá, En diálogo con el Señor, Roma, pág. 221.

[9] Josep Card. Ratzinger, Dejar obrar a Dios, L’Osservatore Romano, 6-X-2002.

[10] Javier Medina Bayo, Álvaro del Portillo. Un hombre fiel, Rialp, Madrid 2012, pág. 499.

[11] Psalmo 71 (70), 1

[12] Javier Medina Bayo, Álvaro del Portillo. Un hombre fiel. Rialp, Madrid, 2012, pág. 503.

[13] Salvador Bernal, Álvaro del Portillo. Una semblanza personal. Eunsa, Pamplona, 2012, pág. 88-89.

[14] Salvador Bernal, Recuerdo de Álvaro del Portillo, Rialp, Madrid, 1996, pág. 208.

[15] Javier Medina Bayo, Álvaro del Portillo. Un hombre fiel. Rialp, Madrid, 2012. Pág. 578.

[16] Javier Medina Bayo, Álvaro del Portillo. Un hombre fiel. Rialp, Madrid, 2012. Págs. 580-581.