Durante la extensa estadía en México, los viajeros quedaron impresionados por la calidez humana que encontraron y las prometedoras oportunidades evangelizadoras de esas tierras.
Apoyos, amigos y familia en México
Antes de su viaje, Casciaro, De la Concha y Vila elaboraron una lista de personas para visitar en América. Cada uno buscó la forma de encontrar posibles contactos. José Vila pidió al jóven historiador mexicano Guillermo Porras que le pusiera en contacto con conocidos. Porras había conocido la Obra en 1947 durante una estancia de investigación en el Archivo de Indias (Sevilla) y entonces había solicitado su admisión. Y este le proporcionó una lista de académicos y familiares de México DF y Monterrey, y el nombre de un banquero que trabajaba en Nueva York, casado con una prima hermana.
Ignacio de la Concha obtuvo dos cartas de recomendación del arzobispo de Valencia, el salesiano Marcelino Olaechea, para un obispo argentino y las comunidades salesianas en América. Además, estaba su amplia parentela en México, los Martínez Pando. Su tío Facundo Martínez había llegado allí varios años antes en busca de un nuevo rumbo. Pudo asentarse, formó una familia y logró una buena situación económica.
Durante los casi tres meses que estuvieron en México, la familia Martínez Pando les brindó una gran ayuda. Desde el primer día les hospedaron en su casa, ubicada en la Avenida de la Reforma número 1360, una zona residencial del Distrito Federal. También pusieron a su disposición un automóvil para moverse por la ciudad. En el Diario de lo viajeros se menciona lo siguiente:
19 de mayo. Llegamos a las 8’30 al aeródromo de México. Nos esperan tres primos de Ignacio, su tía Tere [María Teresa Muro Durand] y su prima Alicia. Pedro celebra en la iglesia de Santa Teresita. Nos encontramos como en casa propia. (...) Por la tarde vamos, en el [coche] Packard que tía Tere ha puesto a nuestra disposición, a visitar la basílica de nuestra Señora de Guadalupe. Nos emocionamos demasiado. El arzobispo está, de pontifical, bendiciendo a una peregrinación (...). Casi todos lloran y rezan sin cesar a la Virgen. El arzobispo les aconseja que no hagan excesos y que se cuiden “por amor de Dios”.
Otro mexicano, Agustín Basave, que estudiaba en Madrid y conocía la Obra por su amigo Andrés Vázquez de Prada, escribió a su padre, que era director del Diario de Monterrey El Norte, para presentarle a Ignacio de la Concha. En la carta, lo describió como un «hombre cuya cultura, sólida formación religiosa y simpatía personal, le hacen apreciable en grado sumo». A pesar de sus deseos de conocer a Basave en persona, no pudieron finalmente viajar a esa ciudad.
Sin duda, esos primeros contactos les fueron de gran ayuda para entablar amistad o un fugaz contacto con diversas personas en Distrito Federal, Cuernavaca, Mérida, Puebla, Morelia, Guadalajara, Zamora. El Diario de viaje registra un total de 192 entrevistas en México con 90 personas. Entre ellas se incluyen prelados, clérigos, académicos, diplomáticos, políticos, empresarios, estudiantes, entre otros. Muchas se mostraron interesadas en el Opus Dei y su mensaje, algunas ofrecieron algún tipo de ayuda económica o hicieron promesas de posibles trabajos para los miembros de la Obra que llegaran en un futuro a México.
«Estamos contentísimos en México»
Con el paso de los días, los viajeros se dieron cuenta de que los veinte días planeados para recorrer México serían insuficientes. Las personas que conocieron, las buenas disposiciones y las numerosas oportunidades en esas tierras los llevaron a cambiar sus planes.
Pedro Casciaro advirtió pronto al fundador sobre esa prometedora realidad y sobre cómo se desvanecían sus cálculos para permanecer allí:
«El problema es que aquí en México hay faena para el tiempo que queramos y no sabemos cómo distribuirlo, sobre todo porque no sabemos hasta cuando es conveniente estar fuera de España. En un principio pensamos salir para Chile el 8 de julio, pero quizá sea poco un mes para Monterrey, Mérida, Morelia, Puebla, Guadalajara, y nos insisten en que no dejemos de visitar otras ciudades. ¿Cuándo quiere Vd. que estemos en España?».
Desde España, san Josemaría Escrivá le respondió transmitiendo ánimo y tranquilidad:
Queridísimos: Muy contentos con vuestras cartas. Estad el tiempo que creáis oportuno, mientras tengáis posibilidades. No me extraña que presintáis esa facilidad y aún una posible ayuda después (...)
¿Os cuidáis? No dejéis de dormir lo necesario, [¡]y comed bien! Con eso dais gusto al Señor, porque me lo dais a mí.
Aunque ni en el Diario ni en las cartas los viajeros ahondan en detalles sobre estas dos recomendaciones que les hizo el fundador sobre el descanso y la alimentación, la impresión es que no les sobraba el tiempo. Sus días estaban organizados y destinados a entrevistas y gestiones, además de las actividades académicas que realizaron José Vila e Ignacio de la Concha. Algunas anotaciones, también, muestran que no hacían ascos al chile y otros aditivos locales, que «son buenos estimulantes para comer y para que se escape algún taco», eludiendo entablar competiciones culinarias con los mexicanos si había chile de por medio.
Despedidas y perspectivas
Finalmente, el 10 de agosto llegó el momento de su despedida de México. En su diario anotaron:
«Hoy nos levantamos más temprano; Pedro celebró [la misa] a las siete y media. Teníamos que estar en el aeródromo a las 9 y ¼. Salimos para allá poco más de las 8 y ½. (...) Llegamos con buena anticipación para arreglar lo de la aduana.
Al poco llegaron algunos amigos a despedirnos: Bernardo Caso, Pepe Santibáñez, la tía Tere, sus hijas y Octavio [Armengol]; Alejandro Quijano y Augusto Ibáñez y unos parientes de Ignacio.
(...) Salimos con algún retraso por las inundaciones debidas a la lluvia del campo. En vez de aterrizar aquí el avión que debemos coger lo hace en Veracruz, y allá tenemos que ir nosotros.
Allí también tardamos bastante en salir; nos levantamos definitivamente de México muy cerca de la una».
Durante su estancia de 84 días en México, registraron muchos detalles que reflejaban el entusiasmo por la experiencia que estaban viviendo y los amplios horizontes apostólicos que veían en esas tierras.
Desde el primer momento, Pedro Casciaro intentó, a través de sus cartas, convencer al fundador del Opus Dei y a algunos de sus colaboradores cercanos como José Luis Múzquiz y Antonio Fontán sobre la urgencia de enviar a un pequeño grupo a México para establecer el Opus Dei en aquel país.
Desde el primer momento, Pedro Casciaro intentó, a través de sus cartas, convencer al fundador del Opus Dei y a algunos de sus colaboradores cercanos como José Luis Múzquiz y Antonio Fontán sobre la urgencia de enviar a un pequeño grupo a México para establecer el Opus Dei en aquel país.
El 28 de mayo, a pocos días de haber arribado a México, Casciaro escribió a Antonio Fontán, uno de los miembros del Consejo General de la Obra: «Estamos contentísimos en México. La lista de amistades que trajimos se va prolongando de una manera alarmante» y unos días más tarde, el 21 de junio en otra carta comentó: «Nosotros respiramos al llegar a México: el idioma, el carácter, etc. Aquí es como estar en España. Además, gracias a Dios, hemos encontrado unas familias que nos quieren».
Las impresiones de Casciaro fueron compartidas por sus dos compañeros. José Vila le mencionó en una carta a su amigo Juan Bautista Torelló «la gente de México, tiene unas condiciones estupendas. Bondad natural, gran corazón, y por encima de todo, lealtad, capacidad de lealtad para con ellos mismos, para con las cosas grandes».
Ignacio de la Concha, a finales de julio le escribió a Vicente Fontavella sobre el amplio panorama que descubrían día a día: «México presenta una mies espléndida. Creíamos que íbamos a estar unos 20 días y hoy se cumplen los dos meses de nuestra llegada que va a haber que cortar por lo sano para seguir hacia al Sur».
Con esas impresiones en la mente y el corazón los viajeros se despidieron de México y emprendieron viaje rumbo a Perú. Sus anotaciones sucesivas transmiten una cierta nostalgia por México y, en el caso de Casciaro, la insistencia al fundador de «enviar gente cuanto antes, antes de que se enfríen las amistades». Con todo, los expedicionarios no perdieron el tiempo en melancolía. Aún quedaban tres países por recorrer y querían aprovechar cada instante antes de regresar a España.
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Texto elaborado a partir de:
- Santiago Martínez Sánchez, «Los ojeadores. Un largo viaje por América». Episodio del podcast de Fragmentos de Historia (2023).
- Santiago Martínez Sánchez, «Los ojeadores. Un largo viaje en 1948 para preparar la llegada del Opus Dei a América», en Studia et Documenta, Vol. 17, (2023), pp. 67-109.
- Santiago Martínez Sánchez y Federico Requena, «La expansión trasnacional del Opus Dei desde España a Iberoamérica: orígenes, modalidades y contextos (1948 -1956)», en Revista de Historia, Nº 30, (2023), pp. 1-35.