Esta pasada primavera me encontraba en Roma, participando en el Congreso UNIV. Tanto la Ciudad Eterna como este congreso universitario son una inmersión en la universalidad de la Iglesia y la globalidad del mundo. Así que cruzarse con un capellán lituano es la cosa más natural. Y que este encuentro pulse mi natural aventurero tampoco tiene nada de extraño.
Cuando hice el bachillerato Estonia, Letonia y Lituania, eran tres países que formaban equipo y que se encontraban sumamente lejos, pero desde entonces el mapamundi se ha reducido mucho y estos países son independientes. Ahora ya se estudia en geografía que Lituania linda con Letonia, Bielorrusia y Polonia, tendiendo por vecina, al otro lado del Mar Báltico, a Suecia.
Kun Petras es el sacerdote del Centro del Opus Dei de Kaunas, capellán en varias universidades del país. En cuanto me vio, me propuso llevar a cabo un campo de trabajo en Kaunas. Probablemente lo había propuesto a más personas esos días; pero yo no podía dejar escapar la oportunidad y no lo dudé un momento, aunque sabía que suponía pasar de Andalucía, por debajo del paralelo 40º N, al paralelo 54º N. Este salto nos iba a dar entrada a un mundo de contrastes, con gente alta, elegante, rubios, de piel blanca, etc. Nosotros morenos, de pelo negro, mucho más bajos, ruidosos y bulliciosos. Mejores en fútbol, pero minúsculos a su lado en baloncesto.
Nada más llegar a casa, los que habíamos estado en Roma elaboramos y presentamos el proyecto: la atención durante un mes de verano de los internos en Vilijampoles Social Care Home. En esta residencia están acogidos unos doscientos menores con discapacidades intelectuales o enfermedades mentales, muchos con síndrome de Down, otros con dificultades psicomotoras, que necesitan cuidado y supervisión permanentes.
¿Te vienes este verano a Lituania?
¿Te vienes este verano a Lituania? Así de directas eran algunas de las acciones de promoción de voluntarios. Lo que seguía, en la mayoría de los casos, era la contestación siguiente: “¿Yo, ¿qué se me ha perdido a mí allí?”. No había que hacer mucho caso, muy pronto tuvimos respuesta por parte de socios de los Clubes juveniles Torzal y Moraleda. En pocos días completamos las plazas. Nuestro grupo estaba formado por quince estudiantes de bachillerato procedentes de Almería y Jaén.
Eran los prolegómenos del Campo de trabajo en Lituania, o el “Kaunas Work Camp”, como, con una visión más comercial, se ha querido llamar. Iniciábamos, así la llamaba alguno: “la mejor convivencia a la que podría haber asistido”.
Había que abaratar costes e involucramos en las gestiones a varios padres de los asistentes: Dani consiguió los billetes de avión y se puso en contacto con kun Petras para seguir las gestiones de alojamiento, alquiler de furgonetas, etc…; Fran se ofreció a llevarnos hasta el aeropuerto de Málaga a la ida; Roberto haría otro tanto a la vuelta…
En Málaga, en la espera de la salida del avión de madrugada, confluimos los dos grupos de la “aventura lituana”. Viaje Málaga-Vilnius con escala en Copenhague y llegada a mediodía. Allí nos estaban esperando nuestros contactos en Vilnius que nos acompañaron a comer y a visitar la catedral de la ciudad. A media tarde, ya en furgoneta, nos dirigimos a nuestro punto de destino: Kaunas.
No es de extrañar que a Guillermo le llamase la atención ver que no plantaban olivos, cuando en su provincia hay más de 70 millones. Y que Alfonso, de Almería, comentase que no veía invernaderos, muy abundantes en su zona. Tampoco es que para los lituanos el Santo Reino y la tierra de los Indalos fueran muy conocidas. Todas las diferencias se salvaron sin problemas gracias a los jóvenes de Kaunas que se turnaron para acompañarnos, servir de intérpretes (lituano-inglés-español y viceversa), y resolver cualquier tipo de dificultad que se presentase. A nosotros nos impresionó el compromiso que vimos en su actitud y ellos se lo pasaron muy bien participando en unos planes tan marchosos.
Jóvenes con discapacidad y el idioma universal
El primer contacto con los jóvenes discapacitados nos impresionó a todos; pero en un instante las expectativas que había generado nuestra visita se habían colmado. Baile de sevillanas, carreras con sillas de ruedas, juegos, piñatas, caramelos, etc. Y siempre alegría y risas. Cada día estábamos deseando llegar y, al hacerlo, éramos recibidos con un aplauso general.
Aunque las tres horas que pasábamos cada mañana con los enfermos requerían un gran esfuerzo, el tiempo se nos pasaba en un abrir y cerrar de ojos, y estábamos anhelando volver al día siguiente. Emilio acudía al campo de trabajo con sensación de asumir una grave responsabilidad; pero viendo cómo se desarrollaba el día a día, constataba que era mucho más bonito que cualquier otro plan.
Nos dividimos en dos grupos: unos se encargaban del trabajo más físico: limpieza del jardín o de las habitaciones, y otros tenían asignado el acompañamiento y la atención a los residentes. A mitad de la mañana, cambio de funciones. Un cambio especialmente esperado por los que trabajaban en el jardín, que habían visto cómo estaban disfrutando aquellos a los que había tocado atender a los chavales de la residencia.
Aunque tampoco es que se hubiesen quedado cortos los del jardín, pues habían sumado a su tarea a un grupo de jóvenes de la residencia que se habían acercado a ver cómo trabajaban “los españoles”: al poco tiempo, convertidos en “improvisados voluntarios” estaban colaborando, entre risas y carreras, en la limpieza del jardín. ¿Cómo nos entendíamos? Nos habíamos convertido –ellos y nosotros– en “grandes expertos” de ese lenguaje universal de los gestos.
Aprovechamos las tardes para hacer visitas culturales o conocer las iglesias del entorno, donde nos ofrecíamos para realizar pequeños trabajos de mantenimiento. Agustín disfrutó en Nuestra Señora del Carmen, que celebraba su fiesta al día siguiente y donde contribuimos a terminar la ornamentación.
Una cárcel, una casa de retiros y el mejor jardín del mundo
Gracias a kun Petras no paramos un momento. Acudimos a un centro de internamiento, donde se encontraban privados de libertad delincuentes menores de 21 años. Allí jugamos un partido de fútbol y otro de baloncesto entremezclados. Nos lo agradecieron mucho y todos pasamos un rato estupendo. Más tarde, recordamos cómo San Josemaría animaba a los estudiantes que acudían a la Residencia DYA que estaban en la cárcel por razones políticas, en los años previos a la Guerra Civil española, a jugar al fútbol con otros reos, también mezclados para que no pudieran darse falsas rivalidades.
Por la noche descansábamos en un edificio que había sido la sede de la policía soviética, muy cerca de Zaldiris donde Lituania se declaró independiente, ya en el siglo XI, y del Zalgiris Arena, donde juega el famoso equipo de baloncesto local. Quizás el alojamiento no podría catalogarse de un hotel de cinco estrellas; pero íbamos a contar con una buena cama, nos preparaban una buena comida y al salir a la calle, teníamos el mejor jardín del mundo: el castillo de Kaunas y el parque Santakos que lo rodea. Lo habíamos visto en fotos, mientras preparábamos el viaje y ahora lo teníamos a la puerta de nuestro alojamiento y lo veíamos desde las ventanas de nuestras habitaciones.
También acudimos a la casa de retiros, que se está construyendo; pero no de visita, sino a colaborar en trabajos de obra de lo que será el oratorio. Fue un día duro, pero lo amortiguamos con una barbacoa exquisita.
Nos tomamos un día libre para volver a Vilnius, la capital, y visitar la colina de las cruces, lugar de una “guerra fría” entre los católicos y las autoridades comunistas. Por cada familia deportada se llevaba una cruz a esa colina. Fue visitada por S. Juan Pablo II. Este día pudimos asistir a la Santa Misa que celebró kun Petras en la catedral y en lituano. También estuvimos en la Puerta de la Aurora.
En el Castillo de Takrai, una preciosa fortaleza del siglo XIV situada en el interior de una isla, nos sorprendió encontrar a los padres de Rubén, un amigo de varios de los del grupo, que ahora estudia en Madrid. Decididamente, el mapamundi se ha reducido.
Los días que pasamos en Kaunas estuvieron muy bien aprovechados y pudimos llevar a cabo planes diversos, siempre con el trabajo en la residencia Vilijampoles como centro. No os cuento todos para no hacerme pesado, pero tengo que referir que visitamos el Santuario de la Divina Misericordia, donde vivió unos años Santa Faustina Kowalska, y dónde se encuentra la pintura original del Señor, realizada siguiendo las indicaciones de la santa.
Aunque lo importante no es lo que relato, sino el poso que ha ido dejando en el alma de cada uno de nosotros el servicio prestado, la generosidad manifiesta, la alegría contagiosa, la puntualidad vivida, las carencias y contrariedades superadas, y un largo etc.