Evangelio del domingo: Jesús en el desierto

Comentario al Evangelio del domingo de la 1.° semana de Cuaresma (Ciclo B).“Y estuvo en el desierto cuarenta días mientras era tentado por Satanás”. Jesús toma la iniciativa en la lucha contra el mal y nos da ejemplo con su oración y ayuno para vivir esta cuaresma con esperanza en la lucha y espíritu de conversión.

Evangelio (Mc 1,12-15)

Enseguida el Espíritu lo impulsó hacia el desierto. 13 Y estuvo en el desierto cuarenta días mientras era tentado por Satanás; estaba con los animales, y los ángeles le servían.

14 Después de haber sido apresado Juan, vino Jesús a Galilea predicando el Evangelio de Dios, 15 y diciendo:

—El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está al llegar; convertíos y creed en el Evangelio.


Comentario al Evangelio

Hoy celebramos el primer domingo de Cuaresma y contemplamos al Señor conducido por impulso del Espíritu Santo hacia el desierto, para orar y ayunar allí durante 40 días. Marcos es muy lacónico en su relato sobre el tiempo que pasó Jesús en el desierto. No se refiere a los tres tipos de pruebas que sufre Jesús según los otros evangelistas; sencillamente dice que “estuvo en el desierto cuarenta días mientras era tentado por Satanás”.

Con una mirada superficial, cabría preguntarse por qué Jesús se pone en ocasión de ser probado. De hecho, el relato paralelo de Mateo afirma que Jesús “fue llevado al desierto por el Espíritu” precisamente “para ser tentado por el diablo” (Mt 4,1). Además, cualquier judío creyente de su época conocía la atribución bíblica del ámbito del desierto al demonio y a la prueba (cfr. Lv 16,10). Pero, aun así, Jesús acude allí.

Este episodio nos enseña que es Jesús, y no el demonio, quien toma la iniciativa en la lucha entre el bien y el mal. El Apocalipsis afirma también que son Miguel y sus ángeles quienes empiezan la lucha contra el demonio para vencerlo (Ap 12,7). Jesús se adelanta, con un tiempo de intensa oración y ayuno. Y en ese marco de esfuerzo y santidad de vida es al que el demonio se ve abocado a acudir; un marco adverso para él y no al revés.

La escena de hoy nos muestra que la condición de hijos de Dios revelada en el bautismo en el Jordán —“Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto” (Mc 1,11)—, lejos de hacernos retraídos ante el mal y el pecado, en actitud de huida y temor a la derrota, nos lleva precisamente a tomar la iniciativa en la lucha, con valentía y confianza en la gracia, porque somos hijos de Dios. No se trata de fiarse de las propias fuerzas o ponerse tontamente en lo que sabemos que para nosotros es ocasión de pecar. Se trata más bien de no ir a la defensiva en nuestro esfuerzo por comportarnos como hijos de Dios, a quienes el Padre mira con agrado, a pesar de todo, porque Él mismo ha enviado a su Hijo hecho hombre.

Con este sentido positivo y activo de la lucha han vivido siempre los santos, porque no se miraban a sí mismos, sino a Cristo, que luchó y venció por ellos. San Agustín expresaba esta verdad así: “Cristo era tentado por el diablo y en Cristo eras tentado tú, porque Cristo tomó tu carne y te dio su salvación, tomó tu mortalidad y te dio su vida, tomó de ti las injurias y te dio los honores, y toma ahora tu tentación para darte la victoria. Si fuimos tentados en Él, vencimos también al diablo en Él. ¿Te fijas en que Cristo es tentado y, sin embargo, no consideras su triunfo?”[1]. Por tanto, Jesús nos da ejemplo en este inicio de la Cuaresma y nos enseña a tomar la iniciativa en nuestra lucha cristiana llena de esperanza.

Y una forma evidente de adelantarse en la lucha consiste en dedicar un tiempo previsto para orar, a pesar de nuestra personal situación o condición; a pesar de las muchas razones que inventan la pereza, el pragmatismo o el temor, para dejar de lado esos ratos de meditación. Es lógico que cuando nos decidimos a seguir las huellas del Maestro aparezca en nuestra vida la prueba y la tentación. Pero esto no son señales de que vaya mal la lucha o nuestra oración sea infecunda, sino todo lo contrario. Los más probados suelen ser los santos porque, como decía santa Teresa de Jesús, “sabe el traidor que alma que tenga con perseverancia oración la tiene perdida”[2]. Por eso el demonio busca llenarnos de omisiones y falsas humildades para que dejemos de orar y perdamos la iniciativa en la lucha. Porque un clima de oración es siempre adverso para él.

Y, al contrario, como decía san Josemaría, “asegura Santa Teresa que ‘quien no hace oración no necesita demonio que le tiente; en tanto que, quien tiene tan sólo un cuarto de hora al día, necesariamente se salva’..., porque el diálogo con el Señor —amable, aun en los tiempos de aspereza o de sequedad del alma— nos descubre el auténtico relieve y la justa dimensión de la vida”. Por eso, concluía san Josemaría: “Sé alma de oración”[3].


[1] San Agustín, Comentario sobre el Salmo 60.

[2] Santa Teresa de Jesús, Vida, 19,5.

[3] San Josemaría, Forja, n. 1003.

Pablo M. Edo // Photo: Alex Azabache - Pexels