∙ Descarga el retiro mensual #DesdeCasa (PDF)
1. Introducción.
2. Meditación I. Parábola del fariseo y del publicano.
3. Meditación II. Marta y María: unidad de vida.
4. Charla.
5. Lectura espiritual.
6. Examen de conciencia.
Mirarnos a la luz de Dios para ser coherentes en nuestra vida
Introducción
Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, «la clase media de la santidad».
Dejémonos estimular por los signos de santidad que el Señor nos presenta a través de los más humildes miembros de ese pueblo que «participa también de la función profética de Cristo, difundiendo su testimonio vivo sobre todo con la vida de fe y caridad». Pensemos, como nos sugiere santa Teresa Benedicta de la Cruz, que a través de muchos de ellos se construye la verdadera historia: «En la noche más oscura surgen los más grandes profetas y los santos. Sin embargo, la corriente vivificante de la vida mística permanece invisible. Seguramente, los acontecimientos decisivos de la historia del mundo fueron esencialmente influenciados por almas sobre las cuales nada dicen los libros de historia. Y cuáles sean las almas a las que hemos de agradecer los acontecimientos decisivos de nuestra vida personal, es algo que solo sabremos el día en que todo lo oculto será revelado».
Si bien el Señor nos habla de modos muy variados en medio de nuestro trabajo, a través de los demás, y en todo momento, no es posible prescindir del silencio de la oración detenida para percibir mejor ese lenguaje, para interpretar el significado real de las inspiraciones que creímos recibir, para calmar las ansiedades y recomponer el conjunto de la propia existencia a la luz de Dios. Así podemos dejar nacer esa nueva síntesis que brota de la vida iluminada por el Espíritu.
Sin embargo, podría ocurrir que en la misma oración evitemos dejarnos confrontar por la libertad del Espíritu, que actúa como quiere. Hay que recordar que el discernimiento orante requiere partir de una disposición a escuchar: al Señor, a los demás, a la realidad misma que siempre nos desafía de maneras nuevas. Solo quien está dispuesto a escuchar tiene la libertad para renunciar a su propio punto de vista parcial o insuficiente, a sus costumbres, a sus esquemas. Así está realmente disponible para acoger un llamado que rompe sus seguridades pero que lo lleva a una vida mejor, porque no basta que todo vaya bien, que todo esté tranquilo. Dios puede estar ofreciendo algo más, y en nuestra distracción cómoda no lo reconocemos.
Papa Francisco, Ex. Ap. Gaudete et exultate, nn. 7-8, 171-172
Primera meditación
Opción 1: Parábola del fariseo y del publicano.
Opción 2: La humildad, fuente de alegría.
Segunda meditación
Opción 1: Marta y María: unidad de vida.
Opción 2: Cómo tratar a Dios mientras se trabaja o se realiza otra actividad. (Texto)
Charla
Somos apóstoles, por José Manuel Antuña (Texto y Audio).
Para un cristiano el apostolado no es simplemente un encargo que supone ciertas horas; ni siquiera un trabajo importante: es una necesidad que brota de un corazón que se ha hecho «un solo cuerpo y un solo espíritu» con el Señor.
Lectura espiritual
Homilía de San Josemaría, Vivir cara a Dios y cara a los hombres (Texto y audio).
Examen de conciencia
Acto de presencia de Dios.
1. «El publicano, quedándose lejos, ni siquiera se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Oh Dios, ten compasión de mí, que soy un pecador”» (Lc 18, 13). ¿Qué actitud tengo al dirigirme al Señor? ¿Fomento el dolor de amor y el agradecimiento?
2. «El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres”» (Lc 18, 11). ¿El conocimiento de Dios y de mí mismo me lleva a ver a los demás con comprensión y sin superioridad? ¿Procuro aprender de todos y, en primer lugar, de mi cónyuge, de mis hijos, de las personas más cercanas?
3. «Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido» (Lc 18, 14). Cuando me pongo en la presencia de Dios y reconozco la verdad sobre mí, ¿considero que la misericordia de Dios cura mis faltas y fortalece aquello que es más débil?
4. San Josemaría, al contemplar la vida de Marta y María, nos enseñaba: «Trabajemos, y trabajemos mucho y bien, sin olvidar que nuestra mejor arma es la oración. Por eso, no me canso de repetir que hemos de ser almas contemplativas en medio del mundo, que procuran convertir su trabajo en oración» (Surco, n. 497).
5. ¿De qué manera mi día a día, mi trabajo, mis pensamientos, mi carácter, mis obras… son coherentes con mi fe?
6. ¿Es mi familia mi prioridad? ¿Hablo con frecuencia con mi cónyuge para tratar de compaginar el trabajo de ambos con la dedicación de los dos a la familia?
7. «Mirad: ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación» (2 Co 6, 2). ¿Me ayuda a vivir en el «¡hoy, ahora!» la consideración de que es en el presente donde el Señor me espera?
Acto de contrición.