Nuevo sacerdote de Costa Rica

Bernal Campos, costarricense, ingeniero en Computación del ITCR (Cartago), fue ordenado sacerdote en Roma, el 24 de mayo del 2008, por Mons. Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei. Ofrecemos una entrevista tenida con él días antes de su ordenación.

¿Qué papel jugó la familia en su formación?

Mi papá es de Tilarán y mi mamá de Guadalupe. Mi padre, desde hace muchos años, trabaja en el sector litográfico, mi madre se ha dedicado siempre a las labores del hogar. Ambos provienen de familias numerosas. Esta combinación de procedencias y profesiones, aunada a su afán por vivir responsablemente —cara a Dios— sus deberes como padres, tuvo consecuencias muy importantes para mi formación. Por ejemplo, para que yo aprendiera lo que costaban las cosas, de pequeño me pedían que dedicara una parte de las vacaciones lectivas a trabajar en la imprenta de la que era gerente mi papá. Así, yo ganaba un poco de dinero y aprendía a ahorrar. La ayuda que yo podía prestar en la imprenta era realmente poca, porque los operarios —de los que aprendí muchísimo y cada vez que los veo gozamos recordando aquellos momentos—hacían las cosas más rápido y mejor, pero lo que a mis papás les importaba no era eso, sino educarme en la virtud de la responsabilidad.

¿Qué recuerdo le viene a la mente ahora de Costa Rica y sus gentes?

Aunque vivíamos en Tibás, siendo mi papá de campo —lo digo con orgullo— era lógico que muchas veces fuéramos de vacaciones a lugares como Tilarán, Siquirres, San Carlos, etc.  Esto me ayudó a entrar en contacto con realidades que, de otro modo, difícilmente habría conocido de primera mano.  Sobre todo, allí tuve de nuevo la oportunidad de encontrar a mucha gente sencilla, que tal vez no había tenido la oportunidad de ir a la escuela, pero que tenía un corazón enorme y un gran sentido cristiano de la vida.

Años más tarde, cuando trabajé en el Centro Universitario Miravalles, conocí a una gran cantidad de  universitarios, la gran mayoría de ellos de zonas rurales de Costa Rica: muchachos con grandes ideales, estudiosos, con la ilusión de hacer más por el país.  Guardo unos recuerdos imborrables de  aquellas vacaciones con mis padres y de mi trabajo con universitarios.

¿En qué colegio se graduó y qué aficiones tenía de adolescente?

Soy tibaseño pero estudié en Moravia, en el Colegio Saint Francis, donde hice la primaria y la secundaria. Me gustaban mucho todos los deportes: fútbol, basketball, baseball. En general, como a cualquier adolescente, me gustaba correr y hacer bromas, con todas sus consecuencias... Para muestra, un botón: me gradué de la escuela en muletas —con el lógico disgusto de mis padres— porque unos días antes, por responderle a un amigo una broma que me había hecho, ¡me resbalé y me fracturé un pie!

¿Por qué estudió ingeniería en computación?

Recuerdo que de pequeño me gustaba mucho la astronomía —en la casa teníamos un pequeño telescopio— y, por eso, ¡quería ser nada menos que astronauta! Sin embargo, dejé de lado mi ilusión por ir a la Luna cuando mi papá compró la primera computadora que tuvimos; a partir de allí, comenzó mi pasión por la informática. De ahí que decidiera estudiar Ingeniería en Computación en el TEC de Cartago (ITCR).

¿Por qué decidió continuar sus estudios en administración de empresas?

Sin perder el interés por el mundo del software –con más razón si se considera que en aquellos años comenzaba a operar la planta de Intel en Costa Rica–, el paso del tiempo me ayudó a ver con claridad que, a pesar de todas las maravillas que se pueden lograr con la tecnología, a final de cuentas lo que interesa es lo que las personas hacen con esa tecnología, es decir, el uso que le dan: basta dar un vistazo a las noticias para comprobar que se puede hacer mucho bien o mucho mal con ella. Es decir, la tecnología tiene una dimensión ética muy importante, de la que no se puede prescindir. Además, de nada vale tener a los mejores informáticos del mundo si no saben trabajar en equipo. Esto fue lo que me llevó a interesarme por el factor humano en las empresas, un área aparentemente lejana a los “unos y ceros” del mundo informático, sólo aparentemente... Fue en esta época cuando tuve la oportunidad de sacar una maestría en Administración de Negocios con énfasis en Recursos Humanos, en la Universidad de Costa Rica (UCR).

¿Cuál es la conexión entre sus estudios anteriores y los de Filosofía que está a punto de terminar?

Mis estudios de maestría en Administración de Empresas no hicieron más que motivarme a reflexionar de forma más sistemática sobre muchos temas antropológicos: ¿quién –no qué– es el hombre?, ¿qué sentido tiene su vida?, ¿por qué debe libremente actuar bien y no mal?, ¿por qué es mejor abrirse a los demás para realizarse como persona y no aislarse de los demás?, etc. Son preguntas que todos —de forma más o menos consciente— nos hacemos en algún momento de nuestras vidas, sobre todo cuando las cosas no van como desearíamos que fueran, cuando experimentamos el dolor, en nosotros mismos o en un ser querido, o cuando vemos injusticias que claman al cielo. Estos interrogantes dan razón del doctorado en Filosofía que actualmente estoy por finalizar, en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, en Roma.

¿Cómo ha influido el Opus Dei en su vida?

No está de más decir que en todo este recorrido han jugado un papel fundamental no sólo mis padres y hermanos —por su gran apoyo— sino el Opus Dei. Muchas de las inquietudes de las que he hablado surgieron precisamente a raíz de mi contacto con la Obra. O tal vez me he expresado mal: por mí mismo hubiera sido muy difícil plantearme con tanta profundidad muchas de las cuestiones citadas, y mucho menos cómo encarrilarlas. Gracias a la formación que comencé a recibir en los medios de formación que brinda el Opus Dei, fui encontrando el modo de responder adecuadamente a muchos de estos interrogantes; aprendí a verlos desde una perspectiva cristiana. La formación humana y cristiana que ya había recibido en mi familia, se vio potenciada por mi encuentro con el Opus Dei y con los escritos de su Fundador, San Josemaría Escrivá de Balaguer.

¿Cómo surge la decisión de hacerse sacerdote?

La vocación al sacerdocio es un don de Dios absolutamente gratuito, al que ninguna persona tiene “derecho”, en sentido estricto. Es Dios quien llama y es el hombre quien libremente responde que sí a esa llamada. Yo nunca tuve como objetivo de mi vida el hacerme sacerdote, aunque estaba abierto a esa posibilidad, si Dios lo quería. Es más, con la vocación al Opus Dei que había vivido desde mis años universitarios, aprendí que, como bautizado, católico común y corriente, no sólo podía, sino que debía intentar santificar todas las realidades humanas —que son buenas porque han salido de las manos de Dios— y que a través de ellas podía ser verdaderamente feliz en medio del trajín cotidiano. Fue precisamente en este clima de lucha por ser mejor persona, mejor compañero de trabajo, mejor ciudadano; por esforzarme por buscar la santidad en medio de lo ordinario, donde recibí la llamada al sacerdocio: para mí ¡no podía ser de otro modo!

Sus familiares y amigos, ¿cómo han recibido la decisión que ha tomado a sus 37 años?

La noticia ha causado un lógico “terremoto” entre mis familiares y amigos. Mis padres y hermanos están que no caben de contento. De hecho, mi madre me cuenta que, desde antes de casarse, ya le había dicho a Dios que, si Él quería, podía tomar a uno o a todos sus futuros hijos para Su servicio. Y ya se ve que su oración fue escuchada: ¡Dios nunca se deja ganar en generosidad! La noticia también tomó a algunos por sorpresa, mientras que otros dicen que “lo veían venir”. En cualquier caso, la sorpresa o perplejidad inicial dio paso al agradecimiento a Dios por este don —nos ordenamos 36 nuevos sacerdotes— que ha querido El hacer a su Iglesia, a pesar de nuestra indignidad personal.

¿Puede hablarnos de algún libro de literatura que le haya marcado especialmente y comentar alguna cita o frase célebre que le haya servido en su vida?

Si he de hablar de libros que me han marcado, ante todo tendría que hablar de los escritos del fundador del Opus Dei, cuya lectura recomiendo vivamente, como se puede deducir por las respuestas que he dado a las preguntas anteriores. También los escritos del Cardenal Ratzinger, ahora Benedicto XVI, han influido mucho sobre mi modo de pensar. Sin embargo, si me preguntan por otro tipo de literatura, me viene a la cabeza Dostoyevski, a cuyo estudio he dedicado mi tesis doctoral en filosofía. “Si Dios no existe, todo está permitido”, es tal vez su idea más famosa y más citada. Pienso que con estas breves palabras, el conocido escritor ruso ha logrado resumir gran parte del drama del hombre moderno, que busca afanosamente la felicidad al margen de su Creador, como si Dios fuera un obstáculo para alcanzar la plenitud humana. Los cristianos, en cambio, proclamamos a los cuatro vientos que Dios se ha enamorado perdidamente del hombre, hasta llegar a un extremo “escandaloso”: en Cristo, Dios se ha hecho Hombre por amor al hombre. Cristo salva a los hombres y mujeres del pecado, les revela su incomparable grandeza y dignidad, y se ha convertido Él mismo en el Camino a seguir.