Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
Empiezan ocho días en los que rezaremos especialmente por la unidad de los cristianos. La oración, que en este octavario eleva la Iglesia, tiene su fuente en el diálogo de Jesús con su Padre en la Última Cena, rodeado de los apóstoles: “No ruego solo por estos, sino por los que van a creer en mí por su palabra: que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que así ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,20-21). El Señor rezó también por nosotros: por quienes, con el paso del tiempo, llegaríamos a ser miembros de su Iglesia. Y añadió que la unidad será siempre necesaria “para que el mundo crea”.
Procuremos intensificar, en estos días, nuestra oración para que se llegue a cumplir el querer de Dios: “Un solo rebaño y un solo pastor” (Jn 10,16).
Este tiempo nos puede servir también para considerar el valor de la unidad en otros muchos y diversos aspectos, conscientes de que “la unidad es síntoma de vida” (san Josemaría, Camino, n. 940). ¡Qué bueno es cuidar con pequeños detalles cotidianos esta unidad! A veces tendremos que ceder en gustos o ideas propias, legítimas, pero nos servirá recordar que “el todo es más que las partes” (Francisco, Evangelii gaudium, n. 235); la unidad es un valor más importante que tantas otras cosas, precisamente porque es condición de vida.
Con mi bendición más cariñosa,
vuestro Padre
Roma, 18 de enero de 2022