¡Más de tres mil! No me podía creer lo que escuchaba. Andrés se habrá vuelto loco o estaba inflando valores. Sí, Felipe –me decía– eso salen las cuentas. Ese es el número de estudiantes a los que hemos llegado con nuestro proyecto en dos años (2022 – 2023). ¡Y hace nada quería llegar a 100! El proyecto se llama el Centro Académico Internacional, mejor conocido como CAI. Se trata de una idea sencilla: invitar a conferencistas –usualmente catedráticos universitarios de prestigio internacional- a la Residencia Guaymura para convivir unos días juntos, y claro, dialogar. Pero mejor dejo que Andrés les cuente el origen de todo esto.
Recientemente intentamos descubrir una causa común que nos llevó a montar el CAI. Coincidimos en que son varias, entre lugares, medios de formación y personas. Aunque, en última instancia, todo se remonta al Club Espavel. La mayoría de implicados en este proyecto fuimos desde pequeños al club. Desde una temprana edad respiramos el ambiente de familia de los centros de la Obra. Nos encantó tanto que, a pesar de habernos distanciado a comienzos de la universidad, siempre guardamos un cariño tremendo por la Obra. Y ese cariño es el que siempre nos ha impulsado.
En mi caso, después de algunos años de distanciamiento, me sirvió mucho una conversación con un antiguo preceptor del club que me dijo: “Yo siempre buscaré maneras de acercarte a Dios. Aunque no lo quieras tan cerca ahorita, me basta que haya una chispa.” Esa confianza y claridad, acompañada -me imagino- de mucha oración, me hizo volver a tomarme en serio los medios de formación y mi vida de piedad. Volví a frecuentar el club, aunque no encontrara jóvenes de mi edad.
Algunos universitarios de Guaymura
Entonces, un día el director me comentó que en la Residencia Universitaria Guaymura buscaban talento para un trabajo a tiempo completo. El perfil del puesto no estaba del todo delineado, pero se iría haciendo en el camino. En los primeros pasos nos ayudó un amigo llamado José que, aunque no trabajara para Guaymura, se implicó en el proyecto. Tanta fue su ayuda que conectó a Felipe en las actividades del club. Luego, este pasaría a formar parte de nuestro equipo de trabajo; pero mejor dejo que Felipe les cuente su parte de la historia.
Así como Andrés, yo también fui por el club juvenil de pequeño, pero al llegar a la universidad me enfríe en cuanto a mi vida cristiana. Viví esos años universitarios con mucha intensidad, pues quería hacer de todo y conocer a muchas personas. Pero, esa intensidad me llevó a ser alguien superficial.
Un sábado, José me invitó a un plan del club universitario. Se trataba de algo sencillo: una meditación, una tertulia y deporte. Al principio pensé que eso no era para mí, puse una excusa: no tengo carro. No importa, me dijo José, yo paso por vos. Desde entonces, durante los sábados de los próximos seis meses, José me recogió y regresó a mi casa para que pudiera asistir a Guaymura. Entonces, volví a retomar mi vida cristiana.
Durante esa época me quedé sin trabajo. También, recuerdo haberle dicho a mi mamá: “Ma, estoy buscando un trabajo que tenga tres cosas: que me dé oportunidad de crecer profesional y personalmente, que me deje servir a la gente que me rodea y que me pueda independizar.” Entonces, un día se me acercó Carlos, el director de la residencia, y me pidió mi curriculum. Pensé que me ayudaría poniéndome en contacto con alguna empresa, pero fue grande mi sorpresa cuando me propuso trabajar en Guaymura.
Al igual que a Andrés, el perfil del puesto se haría en el camino. Lo que más me sorprendió de esa entrevista fue la pregunta final: ¿te podrías venir a vivir a la residencia mañana? No me la esperaba, pero me pareció genial. El trabajo cumplía con mis requisitos.
En Guaymura me encontré con un ambiente profundo, culto y formativo. Fue una transición difícil que duró más de un año, pero siempre me acompañaron con cariño, paciencia y buen consejo. Tampoco me dejaron que aprendiera solo. Realmente mi trabajo se convirtió en una oportunidad de crecimiento profesional.
Pasado unos meses, montamos el Centro Académico Internacional (CAI). Empezamos a invitar a académicos a convivir con los residentes de Guaymura por una semana, dos o varias más. Así fue como aterrizaron en Honduras personas que nos han marcado con sus charlas, convivencia y cariño. Vino Joaquín para organizar un mini congreso sobre habilidades blandas; don José Carlos, para hablarnos de lo que significa ser santos; Alex, un catedrático que me pareció increíble; Pablo, que se ha convertido en un gran amigo; Luis, que nos ilustró sobre la diplomacia, entre otros.
Alejandro fue unos de los invitados del CAI
En medio de ese trajín de casi dos años, Jorge pidió la admisión en el Opus Dei. Él era uno de mis amigos implicados en el CAI, y me impresionó mucho que diera ese paso. Por mi parte, ya había vivido en la residencia muchos meses. En ese período, había retomado la práctica de algunas normas de piedad y la asistencia a los medios de formación. Tenía dirección espiritual semanal, asistía a círculo, iba a las meditaciones y cuidaba mi confesión. ¿Qué más podría faltar? En fin, me emocionaba ver que otros se acercaban a Guaymura y descubrían su vocación, pero por mi parte, no sé: no me lo planteaba. Algo había pensado sobre la posibilidad de ser de de la Obra, y me propuse vivir como si fuera, y poco tiempo después pedí la admisión como supernumerario. Pero la historia no acaba, porque Andrés todavía puede añadir.
En mi caso, llegué a vivir a Guaymura un día después de Felipe. Yo ya trabajaba en la residencia y cuando Felipe se mudó, me dije que no me podía ganar y me decidí mudarme en el instante. Ya viviendo y trabajando en la residencia, pues se intensificó mi vida al doble. No solo he colaborado con la promoción del CAI, sino que también he podido conocer a muchos jóvenes fantásticos desde el club universitario. Para este último me ha tocado organizar de todo: campamentos de trabajo, catequesis, visitas de solidaridad, torneos y un largo etc. Y sin saberlo, el Señor me iba poco a poco pescando.
Jorge, Felipe, Andrés y Carlos
Vivir y trabajar en Guaymura me ayudó a valorar más la piedad que aprendí de pequeño en casa de mis papás y el club juvenil. Después de varios meses manteniendo una costumbre de 10 minutos diarios de oración, logré superar mi límite. Solo me faltó tener al Señor cerca en mi propia casa. Y con una oración más prolongada, se me abrieron nuevos horizontes. Un mes después de Felipe, dos después del de Jorge, me llegó mi turno y pedí la admisión en el Opus Dei también como supernumerario.
Ahora, como diría Jorge, es bonito recibir la formación inicial los tres juntos, tres amigos unidos por un mismo proyecto: el CAI – Guaymura. Y sigo trabajando en este proyecto, ahora con la ilusión de hacer llegar la formación que recibimos en la residencia a muchos jóvenes de Honduras. Que no sean solo 3 mil, sino 33 mil, y luego 333 mil.