La Cuaresma es un tiempo de preparación, de espera y de revisión de nuestra vida cristiana ante la Semana Santa, Semana de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Yo opino que no debe ser un tiempo triste, sino un tiempo de esperanza, de gozo, de una especial solidaridad con los necesitados.
Por nuestras calles veremos a Jesús y a su Madre y nos conmoveremos ante su dolor, su angustia, su amargura, pero no podemos olvidar que todo ese sufrimiento, que culminó con su muerte en la cruz, dio frutos de gloria al tercer día, con la Resurrección victoriosa de nuestro Señor. Los males integrales fueron vencidos: El pecado y la muerte eternos, y dieron paso a nuestra Redención y futura resurrección al final de los tiempos.
Es una buena ocasión esta para hablar a nuestros pequeños, de Jesús, de su inmenso amor, de sus milagros, de su vida al servicio de todos y de su promesa de permanecer a nuestro lado, hasta el fin del mundo.
Estamos inmersos en el Año Santo de la Misericordia, que se hace más patente; alcanza una nueva dimensión en la Semana Santa. El Papa Francisco, propone algunas tareas concretas, además del cumplimiento de los actos propios de este tiempo litúrgico: urgencia de anunciar y testimoniar la misericordia en el mundo contemporáneo. Escuchar la Palabra de Dios y recuperar el valor del silencio para meditarla. Contemplar la misericordia de Dios y asumirla como estilo propio de vida. Cambiar la mirada, para percibir lo bueno que hay en cada persona. Ser instrumentos del perdón, porque hemos sido los primeros en recibirlo de Dios. Salir a las periferias, curar heridas, oír el grito de auxilio de los empobrecidos.
En estos tiempos donde las actitudes y los comportamientos de algunas personas presentan conductas poco edificantes, resulta aleccionador comprobar que también hay otras vidas muy ejemplares. Así lo demuestra el libro “Carlos Martínez, pescadero”. Carlos nació en Oviedo en 1920 y fue el último de ocho hijos. Su padre, de profesión, zapatero remendón y su madre, vendedora de frutas en el mercado. A los diez años se alistó en la célula comunista de su barrio. Fue educado en el ateísmo práctico. Y “se sentía de izquierdas porque era pobre”.
A los nueve años empezó a trabajar, por la mañana en una pescadería y por la tarde como vendedor de periódicos. Su propia vida le hizo comprender mejor “que los pobres maduran antes que los ricos”. Por su actividad revolucionaria fue condenado a 18 años de prisión, de los que solo cumplió cuatro.
Estaba dotado de un apreciable don para la escritura, por esto quiso ganarse la vida como escritor y asistía los sábados a la tertulia literaria del Café Pombo; allí conoció y se hizo amigo de Camilo José Cela, Julio Trenas y Manuel Rueda Cela. Sin embargo, no le gustó la vida bohemia y volvió a la pescadería.
En la madurez empezó a a percibir las limitaciones de una vida sin Dios. Cuando tenía 34 años decidió entregar su vida a Dios en el Opus Dei. Fue un hombre profundamente solidario y compasivo, atento a la ayuda que necesitan los demás: gitanos, presos de la cárcel, mineros y enfermos de los hospitales. Su vida es parecida al refrán que dice: “De santos, poetas y locos todos tenemos un poco”. Pienso que no hay que irse muy lejos para conocer a personas que han estado muy cerca de nosotros y han sido “grandes”, llevando una vida muy normal.
Según la Declaración Universal de los Derechos del niño, todos ellos tienen derecho a tener una vivienda digna y a tener una buena alimentación y educación, entre muchos otros principios.
Sin embargo, muchos pequeños, hoy en día, están desprotegidos y afirman que estos derechos establecidos no se están cumpliendo, ya sea por un motivo u otro, pero no se cumplen. Cada uno de ellos debe recibir un trato adecuado desde su nacimiento, para que así, cuando crezcan, podamos evitar que esta persona viva con rencor hacia la sociedad que, anteriormente, no lo ha tratado como debía de haberlo hecho. También deben recibir una buena educación, que hace que nuestro país, en un futuro, consiga mejorar el nivel educativo que tanto preocupa a nuestros políticos cuando emiten esos informes oficiales que afirman que cada vez son más los jóvenes que abandonan los estudios en una edad temprana y que los que sigue estudiando no están lo suficientemente formados ni capacitados.
Los niños tienen que ser respetados porque son el futuro de España, nuestro futuro. Necesitan el cuidado y la protección legal, al menos, desde su nacimiento y hasta que finalice su etapa de desarrollo que tanto altera a los niños y no tan niños. A veces, los niños son obligados a trabajar desde bien pequeños, por lo que su salud y educación pueden verse perjudicadas, impidiendo su desarrollo físico y mental. Lo que ocurre es que en España, y en una mayoría de países, estos derechos esenciales no son respetados en igualdad de condiciones a todos los niños.
Padres y madres, profesores, amigos y familiares, sería necesario que los niños, desde bien pequeños, conozcan sus derechos para que si ellos consideran que no son respetados, poder reclamarlos en la medida de lo posible.