“La guerra me despertó a las 5 de la mañana”
“Escuché un fuerte ruido muy cerca de mi casa, eran las cinco de la mañana, del 24 de febrero cuando comenzó el bombardeo. Aún medio dormido, tardé en hacerme cargo de lo que estaba sucediendo, no quería creerlo, me asomé a la ventana y vi a la gente que entraba en pánico y corría, vi a muchos vecinos huyendo con bolsas en todas las direcciones, a pie y en coche”.
Aquel 24 de febrero de 2022, Rusia invadió Ucrania, con ataques de misiles sobre varias ciudades y fuerzas terrestres entrando en el país desde el norte, el sur y el este. Igor Chumak nos cuenta, un año después, que ese día ocurrió lo que jamás había pensado: “Ucrania fue bombardeada por Rusia, parecía surrealista que este tipo de cosas sucedieran en el siglo XXI. Hemos perdido amigos, familia… nos ha alterado la vida. Ya hace un año que fuimos bombardeados y desde entonces nuestras vidas han cambiado para siempre; se han perdido decenas de miles de vidas y millones de personas se han refugiado en otros países”.
Igor y otros compañeros se han dedicado a construir barricadas y trincheras utilizando máquinas-grúas y otros materiales de su propia empresa constructora; además, desde el principio de la guerra, está desarrollando un intenso trabajo de acción humanitaria directa: suministro de medicinas y alimentos y el traslado de personas a zonas más seguras o a la frontera; también acude a diario, desde su vivienda, para revisar los destrozos y atender a las víctimas jugándose la vida en más de una ocasión.
“Yo soy cristiano –dice Igor– quiero mucho a Jesús y pienso en lo que Dios nos dice en la Biblia sobre cómo debemos comportarnos: cuando la gente necesita ayuda tenemos que ayudar, si alguien no tiene comida, tenemos que darle comida, si yo puedo socorrer en algo, sé que tengo que acudir”.
“Muchas veces he sentido el miedo, sobre todo al principio de la guerra: he visto caer muchas bombas muy cerca y he visto morir a muchos vecinos míos. Pero sé que mi vida está en las manos de Dios y que si Él me protege no me pasará nada. Cuando ayudas a la gente, no sé cómo, pero el miedo desaparece de tu cabeza. Toda tu atención se enfoca en los niños y en sus madres que están en zonas de peligro. Gracias a Dios estamos vivos y hemos sacado a miles de personas de la zona”.
Igor agradece que España haya enviado desde el principio de la guerra ayuda humanitaria y que muchas familias españolas y de otros países hayan abierto sus casas para acoger a ucranianos. “Les suplico que recen por Ucrania, que pidan a Dios la paz. Ciertamente no pueden ir a mi país a ayudar, pero seguro que sí pueden rezar todos en algún momento de rodillas, o recen por Ucrania el domingo en la misa, porque eso nos va a dar mucha fuerza”.
Acaba de cumplirse un año de la invasión rusa a Ucrania. Se calcula que casi 18 millones de personas, el 40 % de toda la población, necesita asistencia humanitaria urgente. Pero también necesitan esperanza. Urge buscar una salida pacífica que acabe con esta barbarie para que miles de personas puedan rehacer sus vidas.
Primer verano en Vigo, con Rosa y Pedro
Igor y su hermana Inna vinieron por primera vez a España durante el verano de 1998. Víctimas de la explosión de Chernóbil (abril de 1989) Igor con 9 años e Inna con 11 años, llegaron a casa de Rosa Montenegro y Pedro Matas, supernumerarios del Opus Dei, que viven en Vigo (Galicia) y que decidieron traerse a los dos hermanos en principio solo para una temporada. Recuerda Rosa cómo le impresionó el saber que, por comer unos días bien, alargaban su vida unos años.
Ese periodo vacacional pronto se convirtió en dos estancias al año y salvo el periodo universitario, siempre han mantenido su contacto y cercanía. La última vez que Igor estuvo en Vigo antes de que estallara la guerra, fueron las Navidades de 2021; volvió de nuevo en el mes de abril de 2022, ya en plena guerra, y en esa ocasión le acompañó su hermana Inna con su hijo Daniel, pero a pesar de que Rosa y Pedro les ofrecieron su casa y todo el cariño, decidieron regresar de nuevo a Ucrania.
“Nosotros nos casamos en 1970 y tenemos un hijo en el cielo –comenta Rosa– Luego nos fuimos a América y vivimos en Ecuador desde 1976 a 1982. Durante ese tiempo un problema médico derivó en que no íbamos a tener más hijos (tuvimos uno prematuro, que falleció a las pocas horas). Tengo que confesar que nunca he tenido frustración maternal, aunque esperábamos un equipo de fútbol. Dedicados a la educación, nuestra pasión dominante, los hijos de los demás fueron a partir de entonces el objetivo de nuestra ayuda. Nos resultó fácil ayudar, era una tarea asumida.
En el caso de Igor e Inna no hablaban español, y nosotros no hablábamos ucraniano, pero al final del verano puedo decir que lo entendían casi todo, aunque no hablaban casi nada. Nos íbamos dando cuenta de que aprendían muy rápido. Los volvimos a traer aquellas Navidades. Asistían al colegio donde nosotros trabajábamos como profesores, el tiempo que permanecían en España hasta su regreso a Ucrania.
Cada verano regresaban y mejoraban en todos los campos: vocabulario, comunicación, alimentación…
Hacíamos lo que habíamos oído siempre a san Josemaría
Pedro y yo hacíamos lo que habíamos oído decir siempre a san Josemaría cuando aconsejaba a los matrimonios con hijos, que rezaran, fueran ejemplares con su conducta, pero que no sermonearan a sus hijos.
Para ayudarles en su crecimiento personal establecimos un horario. Se servían los desayunos hasta las 10 de la mañana. El que se levantaba más tarde entendíamos que no quería desayunar. Después de desayunar todo el mundo tenía trabajo que hacer: cuadernos de cuentas o escritura, lectura, aprender inglés o ayudar en las tareas de la casa. A partir de las 12 se hacía deporte y era un tiempo de libre elección entre piscina, bicicleta, etc.
Vídeo relacionado: entrevista en la televisión gallega a Pedro e Igor
Hoy Igor, con 33 años, e Inna, con 35, tienen su vida rota por la guerra pero fundamentada en raíces estables. Los dos tienen -tenían- un trabajo fijo, su carrera universitaria. Inna está casada y tiene un hijo, Daniel. Igor está centrado en la ayuda humanitaria, intentando llegar a todos los rincones más necesitados de Ucrania. Mantiene sus raíces familiares en Galicia, en nuestra familia. Al principio de la guerra vino a España y toda la prensa y televisiones quisieron contactar con él, precisamente por la visión que daba totalmente esperanzada por su confianza en Dios”.
“Rezo a Dios cada día y con todas mis fuerzas para que acabe la guerra”
Para Igor estos nueve días con su familia viguesa han sido un remanso de paz que le han ayudado a recargar las fuerzas, a conectar con la naturaleza, el silencio, el calor de hogar, pero no puede dejar de pensar en Ucrania y siente la necesidad apremiante de volver allí.
Desde que empezó la guerra ha venido en dos ocasiones a Vigo, pero no duda en regresar a su país, a pesar de jugarse la vida: “Amo a mi gente, mi tierra y mi país por encima de todo y mi corazón está en Ucrania. Rezo a Dios, cada día, con todas mis fuerzas, para que acabe esta guerra”.