Entrevista a Marlies Kücking, de la Asesoría Central del Opus Dei

Publicamos la entrevista que Marlies Kücking, directora de la Asesoría Central del Opus Dei, ha concedido a la agencia Zenit. Nacida en Colonia y licenciada en filología germánica e inglesa, trabaja en el gobierno de la Obra desde 1964.

Usted es seguramente la mujer que ocupa el cargo más importante del Opus Dei, pero se la conoce poco fuera de la organización. ¿Es una estrategia como la de san Josemaría de ocultarse y desaparecer para no crear personalismos?

El gobierno en el Opus Dei, en todos sus grados y, por tanto, también en la Asesoría Central de la que formo parte, se basa en la colegialidad. Cada uno de sus componentes tiene a su cargo unas tareas específicas -que no calificaría como más o menos importantes- que se desempeñan de modo coordinado, a través de un estudio serio y responsable de las cuestiones en las que, según la importancia, intervienen varias personas, nunca menos de tres.

Este modo de proceder -estoy convencida que fue una especial gracia de Dios que recibió san Josemaría en los inicios del Opus Dei-, evita tanto la tiranía de un gobierno personalista como esconderse cómodamente en el anonimato.

Quizá conviene recordar que cuando en el Opus Dei se habla de cargos o de gobierno, se está haciendo referencia a una tarea que tiene una finalidad eminentemente espiritual: dar formación cristiana. El Opus Dei, decía su fundador, es «una gran catequesis».

De lo que se trata es de hacer posible que los fieles de la Prelatura, los cooperadores y millares de personas más que se acercan al Opus Dei, tengan acceso a los medios para vivir coherentemente su fe en medio del mundo, facilitar su encuentro con Cristo en las actividades profesionales, familiares y sociales. Esto exige, como se puede imaginar, un mínimo de coordinación y organización. Es allí donde entra en juego la tarea de gobierno de la que he hablado.

¿Cómo funciona el gobierno de la Obra? ¿Cuál es el papel de los directores centrales?

Mi tarea, junto con la de otras directoras centrales, consiste en informar al prelado de las cuestiones relativas a la labor apostólica del Opus Dei entre mujeres en todo el mundo, presentar el estudio de nuevas iniciativas, así como la resolución de múltiples asuntos que llegan desde los distintos países en los que trabaja la prelatura, y de otros lugares donde hay algunos pocos fieles del Opus Dei.

Antes he hablado de la colegialidad en el gobierno. Quisiera añadir otra faceta muy relacionada con esto: la descentralización y el respeto a la libertad y autonomía del Opus Dei a nivel regional y local. Dentro de un mismo espíritu, común a todos los fieles de la prelatura y válido ahora y siempre, es preciso tener en cuenta la diversidad de mentalidades, el grado de desarrollo de una sociedad, o de la labor apostólica de la prelatura.

¿Se siente como una manager de una multinacional, la madre de una familia numerosa, la colaboradora de un obispo o una compañera o hermana de las 45.000 mujeres que pertenecen a la prelatura?

No me lo he planteado nunca, la verdad. Como una manager no, desde luego. «El Opus Dei es una partecica de la Iglesia», solía decir san Josemaría. Y, en la Iglesia es fundamental la caridad, la preocupación de unos por otros, por amor de Dios.

En la Prelatura nos queremos mucho: compartimos alegrías y penas, procuramos estar cerca de las personas que por enfermedad, cansancio, etc. puedan requerir más ayuda.

Esta obligación -que llamaría gozosa- corresponde lógicamente en primerísimo lugar al prelado, y con él, a los directores y directoras, estén donde estén.

Se cumplen 30 años de la muerte del fundador del Opus Dei. Usted ha dicho en alguna ocasión que le impactó la «solicitud materna» de este santo. ¿A qué se refiere?

San Josemaría era para sus hijas e hijos, y para todas las personas que se le acercaban, padre y madre. Como a las madres, le bastaba ver a alguien para darse cuenta de que tenía mala cara, que no se encontraba bien, que había adelgazado o que podía tener una preocupación; compartía alegrías y penas; sabía preguntar por algo que podía hacer ilusión al interesado, conocía los gustos de cada uno.

Pero el suyo no era un querer sentimental: como una buena madre también sabía ser fuerte y corregir cuando hacía falta. Lo hacía con toda claridad y, a la vez, con infinito cariño. Puedo afirmar -y no sólo por experiencia propia- que después de este tipo de conversaciones uno se quedaba muy agradecido. Además, no era infrecuente que horas después o al día siguiente, tuviera un detalle de cariño que dejaba claro que «allí no había pasado nada».

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